La directora juega con cristales y espejos para explorar el alma desdoblada de la protagonista |
Hace
años que Isabel Coixet no nos ofrece
una de sus grandes películas. De hecho, la envolvente La vida secreta de las palabras
(2005), que obtuvo cuatro premios Goya (película, director, guión original y
diseño de producción, yendo los tres primeros a manos de la propia Coixet),
es su último gran largometraje. Desde entonces, la directora ha participado en algunos
documentales de interés —de hecho, tanto el episódico Invisibles (2007, codirigido con Wim
Wenders, Fernando León de Aranoa, Mariano Barroso y Javier Corcuera) como el polémico Escuchando
al juez Garzón (2011) le han granjeado merecidos premios Goya—, pero sus
producciones de ficción (Elegy, 2008; Mapa de los sonidos de Tokio,
2009; y Ayer no termina nunca, 2013) no han conquistado ni a la crítica
ni al público.
La cineasta Isabel Coixet con los jóvenes intérpretes británicos Gregg Sulkin y Sophie Turner |
Lejos
queda ya la popular Mi vida sin mí (2003), por la que Coixet ganó su primer Goya (por
el guion adaptado) gracias al bello retrato de una mujer (Sarah Polley) dispuesta
a completar una lista de "cosas que hacer antes de morir". Lejísimos queda su
aclamada segunda película, Cosas que nunca te dije (1996), un
peculiar drama romántico coproducido con EE.UU por el que optó al Goya al mejor
guion original. Y es que, en su excesiva búsqueda de la originalidad, la
cineasta ha perdido a los espectadores e incluso a gran parte de la crítica,
pese a que siempre surgen defensores de cada uno de sus films, los cuales rara
vez dejan indiferentes.
El póster de Mi otro yo desvela la poca originalidad del film |
Mi otro
yo (2013), coproducción anglo-española que llega hoy a las salas
españolas, es una clara muestra de la confusión creativa que atraviesa la
directora barcelonesa nacida en 1960, pues, además de encajar poco en su filmografía,
aporta poco o nada nuevo al género de terror,
en el que Coixet se embarca por primera vez para adaptar la novela de Cathy
MacPhail. Su misión no es otra que conectar con la única parte del público que,
probablemente, nunca haya oído hablar de ella: los adolescentes.
Diametralmente
opuesto a la otra cinta recién estrenada por Coixet (Ayer no termina nunca), Mi
otro yo es una obra que podría firmar cualquiera. Uno de esos muchos films
de terror sobre dobles, fantasmas y personajes atormentados que apenas
conseguimos distinguir los unos de los otros. Así, entre trucos tan manidos
como columpios que se balancean solos, luces frías que se encienden y apagan
intermitentemente, fuertes ruidos que impactan en el silencio y obras de teatro
que consumen a sus protagonistas, la película se desarrolla sin sorpresas,
siendo tan sólo interesante para aquellos ajenos al género (quienes no deben temer
acercarse a este film, pues, además de contar con un terror más cercano al de Los
otros (Alejandro Amenábar, 2001) que al de [·REC] (Jaume Balagueró y
Paco Plaza, 2007), falla estrepitosamente en su transmisión de pavor).
Las motivaciones de los personajes son todo un misterio, especialmente las del profesor y la madre |
Como ya
es común en el cine de terror español (sirvan como ejemplo El orfanato, de Juan
Antonio Bayona, 2007, y Los ojos de Julia, de Guillem
Morales, 2010, ambas protagonizadas por Belén Rueda), los temores de la vida
real se alternan con otros más fantasmagóricos y abstractos. Y es que en este país nos
resistimos a despegarnos del cine social,
lo cual puede aplaudirse o criticarse según se quiera o no defender el carácter
escapista del séptimo arte. Pero el problema de la obra de Coixet a este
respecto es que el padre de la protagonista (interpretado por el galés Rhys Ifans, nominado al BAFTA en 2000
por Notting Hill, de Roger Mitchell) atraviesa
una enfermedad tan terrible que
supera en dramatismo a cualquier otro elemento de la trama; y es que poco
importan los fantasmas ante la esclerosis múltiple.
Mi otro yo es el primer film de Sophie Turner, de 18 años |
Ese es
quizá el principal problema de una obra donde las acciones de los personajes
rara vez se explican de manera satisfactoria (especialmente las de la madre,
interpretada sin pena ni gloria por la británica Clare
Forlani). Sin duda es el libreto el punto flaco, pero lo cierto es que
tampoco el reparto está precisamente brillante. Y eso que abundan los rostros
conocidos, pero la mayoría tan sólo está de adorno, como Jonathan Rhys Meyers (sex symbol irlandés lanzado a la fama con el Match Point de Woody Allen en 2005) y Leonor Watling (actriz española presente en las
mejores obras de la cineasta que acaba de estrenar la mediocre Amor en su punto, de Teresa Pelegrí y Dominic Hatari). Mención aparte merece la hija de Charles Chaplin, Geraldine Chaplin, a la que sencillamente ya hemos visto demasiadas
veces hacer el mismo papel: ¡el uso de su rostro con fines inquietantes es perfecto pero ya lo
conocemos! Empero, hay que reconocer que su presencia es siempre interesante y
apropiada para acompañar los principiantes rostros de Sophie Turner (en la línea de las populares Jennifer Lawrence y Shailene
Woodley, pero por debajo de la segunda y a años luz de la primera) y el guapo Gregg Sulkin, ambos conocidos por
series televisivas (ella es Sansa Stark en Juego
de Tronos, 2011, y él Wesley Fitz en Pequeñas
Mentirosas, 2010).
La historia de amor entre Sophie Turner y Gregg Sulkin es poco creíble pero perfecta para el público adolescente |
La
historia de amor entre los dos
jóvenes protagonistas es más propia de una serie estadounidense que de un film
británico, pero sin duda hará las delicias del público adolescente. Y, a fin
de cuentas, es posible que este sea el único que se emocione con la cinta, así
que Coixet hace bien en pensar en él. De todos modos, el pésimo recibimiento que está recibiendo la obra es algo exagerado, pues, pese
a todo, resulta entretenida y cuenta con una buena puesta en escena.
Sin embargo, la irreverencia que rodea a todos los elementos de la obra, desde
la fotografía de Jean-Claude Larrieu hasta la música de Michael Price y, sobre
todo, la torpeza de un guion que nunca sabe qué elemento requiere su atención
convierten a esta película en prescindible. Quizá Isabel Coixet debería volver a ver Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras para recordar por qué se ganó nuestro
interés. O quizá debería limitarse al terreno documental por un tiempo. Porque,
a este paso, su nombre dejará de ser un aliciente.
No sé si quiero ver esta peli...
ResponderEliminara mi si me gusto
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