Corre 1959 y Florence Green, viuda
tras un matrimonio —sí, para sorpresa de varios personajes— feliz, decide hacer realidad uno de sus mayores sueños:
abandonar Londres y abrir una pequeña librería en un pueblo costero. Aparentemente,
esta acción no debería tener mayores consecuencias, pero las altas esferas de
la zona no están conformes, ya que su idea era tornar el mismo establecimiento
en un centro cultural. Así es la sencilla trama de La librería (1978), la hermosa novela de Penelope Fitzgerald que
acaba de llevar al cine nuestra Isabel
Coixet, quien, tal y como ya hizo con Aprendiendo
a conducir (2014), rehúye así el fatuo estilo al que se la suele asociar.
Atención porque, tras el sutil envoltorio, se halla un interesante comentario
social: ¿qué molesta más al pueblo, la librería en sí o el hecho de que una
mujer haya decidido tomar las riendas de su vida?
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La bella relación entre los personajes de Kneafsey y Mortimer es clave de la feminista La librería |
La librería (The
Bookshop, 2017) es una coproducción británico-germano-española, con lo que
podría y debería colarse en los Goya, pero su esencia es puramente “British”, contrastando
las conversaciones engominadas de la alta sociedad con el apacible candor de la
existencia campestre: se respira Inglaterra, a lo que contribuye la esencia de Emily Mortimer, quien, tanto en estilo
como en acento, conforma una protagonista muy especial, lleno de brío pero
también de luz. Su Florence es toda una heroína feminista que, contra viento y
marea, lucha por sus ilusiones mientras escucha necedades varias de abogados,
banqueros y demás, todas ellas escritas brillantemente por Coixet, cuya
adaptación no podría ser más refinada, contribuyendo además la envolvente voz
en off a mantener el necesario espíritu literario de una cinta cuya alma gira
en torno al poder de los libros: cómo sus páginas pueden enternecer el corazón
más cínico (¡qué maravilloso es el personaje de Bill Nighy, quien arranca las solapas de sus amados libros para
olvidar que estos nacen de la imaginación de la decepcionante especie humana) y
cómo nadie puede sentirse nunca solo en una librería, envuelto como está en
miles de historias ávidas de ser contadas y escuchadas. Junto a Mortimer y
Nighy, ambos magníficos, hallamos a una divertidamente malvada Patricia Clarkson (flamante protagonista
de Aprendiendo a conducir) y a una
encantadora Honor Kneafsey con deliciosos
aires de “repipi Hermione Granger” que, pese constituir el único infante del
reparto, es también uno de los más cuerdos y juiciosos. Ella se torna en la hija que la protagonista nunca tuvo (ni necesita tener, por mucho que la conservadora sociedad insista en lo contrario).