Ya no escribo aquí tanto como antes, en parte por falta de tiempo y en parte, para qué negarlo, porque el periodismo cinematográfico está masificado y encima Blogger cada vez se molesta menos en funcionar bien. Pero no he podido resistirme a hacerlo a propósito de Verano del 85, la maravillosa, y quizás incomprendida, última película de François Ozon.
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Benjamin Boisin y Félix Lefebvre en la vital pero peligrosa moto |
Tras triunfar en la taquilla francesa y pasar por la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, Verano del 85 (Eté 85, 2020) ha llegado a las salas españolas dispuesta a animar el otoño, con una historia que se mueve de lujo entre el romance juvenil, el drama y el thriller. Tras la cámara se encuentra, como ya se ha dicho, François Ozon, uno de los directores más exquisitos e infravalorados del momento, artífice, entre otras, de 8 mujeres (2002), En la casa (2012) y Una nueva amiga (2014). En esta ocasión, el muy personal cineasta galo adapta, con la elegancia que lo caracteriza, la conmovedora novela Dance on My Grave (1982) del británico Aidan Chambers, la cual traslada a un pueblo costero francés en 1985, coincidiendo con el contexto en que él mismo la leyó (bueno, casi: originalmente iba a ser 1984, pero fecha y título se cambiaron a raíz del estreno de la, para qué negarlo, solo pasable cinta de terror Verano del 84, de Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell).