Tras el gran
éxito de taquilla —que no crítica— de la Alicia
en el País de las Maravillas de Tim Burton en 2010, Walt Disney Pictures decidió trasladar otro de sus clásicos
animados a la acción real. Y la elegida fue La cenicienta (Clyde
Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson, 1950), primer film que realizó el
estudio tras los años de silencio que provocó la II Guerra Mundial. En
principio, la cinta parecía una idea oportunista con la que aprovechar el
inesperado tirón moderno de los cuentos de hadas, pero al final la nueva Cenicienta
(2015) se ha convertido, no sólo en la primera sorpresa cinematográfica del
estudio, sino en una de las adaptaciones de cuentos más redondas que ha dado
el séptimo arte. Gracias a ella, nuestras expectativas de cara a las próximas
adaptaciones de acción real de Dumbo, El libro de la selva, La bella y
la bestia, Mulán y Pinocho han experimentado un empujón considerable.
El cuidado visual de Cenicienta permite aislar múltiples planos como si de cuadros se tratasen |
Por supuesto,
la clave del éxito del film no radica en la historia como tal, sino en un
fantástico equipo donde todo el mundo ha puesto su granito de arena, desde la
dirección de Kenneth Branagh hasta el protagonismo de Lilly James. Curiosamente, ninguno de los dos era la primera opción
de Disney (ni parecían, a priori, acertadas alternativas). Así, James (lanzada al estrellato por la deliciosa serie Downton Abbey)
sólo logró el papel gracias a que Emma Watson, Gabriella Wilde, Saoirse Ronan,
Alicia Vikander, Bella Heathcote y Margot Robbie no pudieron encajar el rodaje
en sus agendas. En cuanto a la dirección, en un principio el estudio encargó el
film a Mark Romanek, quien intentó
dar al cuento una visión demasiado oscura y terminó apartándose del proyecto.
Me pregunto qué esperaban los ejecutivos de Disney… ¿Acaso no habían visto su Nunca me abandones (2010)?