La polémica sobre si la última película
del aclamado realizador surcoreano Bong
Joon-ho —artífice de las magníficas Memories
of Murder (2003) y The Host
(2006)— merecía acceder al
palmarés de Cannes pese a que ser una producción de Netflix la apartase de las
salas comerciales desvió la atención acerca de su incómodo —y tristemente
olvidado por el séptimo arte— tema principal, que no es otro que la explotación
animal. Así, Okja (2017) aborda, desde una perspectiva fantástico-dramática,
la relación entre una inocente niña y un gigantesco cerdo creado artificialmente con el
propósito de la explotación cárnica. El debate animalista está servido, si bien
la cinta no se posiciona del todo. Veamos sus pros y sus contras desde esta
perspectiva.
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Seo-Hyun Ahn comparte pantalla con la digital Okja |
Aun siendo monstruosa, Okja es una criatura
entrañable con la que el espectador se identifica con rapidez, lo que
acrecienta el deseo de salvarla y el miedo a perderla. Esta empatía generada
hacia lo que no deja de ser un cerdo gigante es idónea como reivindicación del
veganismo (o el vegetarianismo), pero también peligrosa: ¿acaso merece Okja más
respeto que los innumerables animales torturados a diario por la industria
cárnica? Al tratarse de una criatura fantástica (y, claro, digital), de alguna
forma Okja está a la altura de Dumbo y Bambi: personajes entrañables por los
que lo daríamos todo sin llegar a pensar en todos los elefantes maltratados por
los circos y todos los ciervos cazados en nuestro propio mundo. Empero, a
diferencia de las películas Disney evocadas, en Okja sí hay una voluntad
clara de denuncia, lo que prueba el alto número de personas decididas a abrazar
una dieta más vegetal tras su visionado (como siempre, la cantidad varía según
la fuente, pero lo cierto es que hasta la jovencísima actriz principal, Seo-Hyun Ahn, se lo planteó).
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Tilda Swinton es la hipnótica villana de Okja |
Otro asunto a tratar es el de la representación de la industria cárnica, personificada en Okja por una mujer innegablemente loca y abiertamente exagerada
(grandísima interpretación de Tilda
Swinton, pero esa es otra historia) que, si bien deja clara la perspectiva
crítica del guion (escrito mano a mano por el —omnívoro— realizador y el
—vegetariano— guionista Jon Ronson),
de alguna forma aparta la culpabilidad de las multinacionales reales y apoya el
clásico argumento cárnico de que el problema no reside en la producción de
carne en sí, sino en quienes se dedican a ella de forma inadecuada (afirmación
a simple vista sensata que olvida que el alto nivel de producción demandado por
nuestra sociedad vuelve imposible la generalización de una industria humana y
sostenible, más allá de que la propia vida animal se valore o no). Aun así, el
reflejo de esta realidad por parte de la cinta de Bong Joon-ho, que no
teme plasmar literalmente de dónde vienen las salchichas, es crudo y valiente, especialmente durante
esa escalofriante escena final donde Okja deja de ser un individuo para
convertirse en representante de toda una raza. En relación a esto último, el
debate acerca de la legitimización de la vida artificial expuesto por cintas como
Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Nunca me abandones (Mark Romanek, 2010) también viene a la
mente.
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Paul Dano está al mando de los activistas de Okja |
Por último, hay que tratar la cuestión de la descripción
del propio movimiento animalista, que quizá sea el mayor problema de Okja: aunque innegablemente bondadosos y
valerosos, los activistas encabezados por Paul
Dano poseen todos los tópicos imaginables, desde la esencia hippy y
destartalada hasta la actitud extremista y violenta, pasando por las propias
rencillas internas inherentes a todo movimiento (las cuales sí están abordadas
con la debida credibilidad). Cierto es que la película evita un tratamiento
plano y unificado, presentando cinco personajes bastante diferentes, pero que
el terrorismo sea lo primero que viene a la mente no ayuda a la representación
de un movimiento nacido sencillamente del noble deseo de poner fin a una
situación que se considera —con argumentos sólidos ante los que muchos
prefieren hacer oídos sordos— injusta.
Dicho esto, sin ser perfecta en su
representación de la triste situación del maltrato animal, la conmovedora Okja pone el tema sobre la mesa. Y eso es algo a agradecer por
parte de Netflix, Cannes y, por supuesto, Bong Joon-ho, sin duda uno de
los cineastas más interesantes de lo que llevamos de siglo XXI. Tal vez no se
busque promover el vegetarianismo (de hecho, durante la película hay varios planos de
personajes comiendo carne tranquilamente), pero, como mínimo, sí nos hallamos ante una
necesaria patada en el estómago de la cada vez más deshumanizada industria
cárnica. Que el protagonismo recaiga en un infante no es baladí: pon uno frente a una manzana y un conejo y espera a ver qué elige como alimento... y qué como amigo.
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