Un niño mira hacia la vida a través de una
verja en la maravillosa Los 400 golpes
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Los orígenes serán tenidos muy en cuenta, por
supuesto, pues lo contrario sería una blasfemia. ¿Qué sería de Amenábar, Burton
o Kore-eda sin Murnau, Ford o Berlanga? Por mucho que les pese a algunos, no se
puede hablar de cine sin conocer a los clásicos, pero lo que debe quedar claro
desde un principio es que ninguna película debe verse por obligación, pues el
arte es un regalo, no una imposición. Sin embargo, quienes se hayan atrevido
con el blanco y negro habrán podido comprobar que no hay atmósfera más envolvente
que la creada por El doctor Frankenstein
(James Whale, 1931), historia con mayor
corazón que Tiempos modernos
(Charles Chaplin, 1936), dolor más profundo que el transmitido por El intendente Sansho (Kenji Mizoguchi, 1954) o mayores carcajadas que las
provocadas por Con faldas y a lo loco
(Billy Wilder, 1959).
Thelma & Louise dan comienzo al viaje
que cambiará sus vidas
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Sin embargo, ello no quiere decir que el cine
moderno deba ser desprestigiado. Ni muchísimo menos. Quienes afirman que “ya no
se hacen películas como las de antes” sin duda no ha visto el viaje al corazón
de uno mismo de Thelma & Louise
(Ridley Scott, 1991), el bello amor rural de El
camino a casa (Zhang Yimou, 1999), la ilusión de cuatro adolescentes por sacar
adelante un grupo de música en Linda,
Linda, Linda (Nobuhiro Yamashita, 2005) o el retrato de una familia tan peculiar
como cercana de Pequeña Miss Sunshine
(Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006).
Aunque el cine americano ha obtenido más
reconocimiento que todas las cinematografías nacionales juntas, este blog se
propone ser igualitario en la medida de lo posible. El halcón maltés (John Huston, 1941), El graduado (Mike Nichols, 1967) o (500)
días juntos (Marc Webb, 2009) son auténticas obras de arte, pero también lo son La Diosa (Wu, 1934), El mundo de Apu (Satyajit Ray, 1959) o Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001). La
realidad de cada país es distinta, y por ello el arte también. Y vale la pena
descubrirlo.
Mary & Max forman una extraña pero
bellísima pareja cinematográfica
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En este blog todos los tipos de cine tienen
cabida, sea para alabar o para criticar. Al fin y al cabo, los errores son
perfectos para aprender. En cualquier caso, analizar un film no supone
convertirlo en un aburrido objeto de estudio, sino profundizar en su mensaje,
en su contexto, en su producción… para obtener lo máximo que puede dar. Si me
dejaran llevar tres cosas a una isla desierta con electricidad, no dudaría en
coger un ordenador y dos películas para ver una y otra vez. Porque cada visionado
sería diferente al serlo también mi perspectiva y conocimiento sobre el tema
tratado.
El cine nos da tanto que nunca dejaré de
estarle agradecido por su existencia. Doy las gracias por los decorados de El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene,
1920), por el tierno Buster Keaton de El
cameraman (Edward Sedwick y Buster Keaton, 1928), por la alegría del “Trolley song” de
Cita en San Luis (Vincente Minnelli, 1944),
por el padre que antepone su hija a su felicidad en Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949), por el modo de mascar chicle de
Marlon Brando en La ley del silencio
(Elia Kazan, 1954), por el interrogatorio al niño de Los 400 golpes (François Truffaut, 1959), por Audrey Hepburn en la ventana
tocando “Moon river” en Desayuno con
diamantes (Blake Edwards, 1961), por la milimétrica planificación de atentados de
La batalla de Argel (Gillio Pontecorvo,
1965), por el duelo final de El bueno, el
feo y el malo (Sergio Leone, 1966), por el juego de miradas de Bonnie & Clyde (Arthut Penn, 1967), por el
reflejo del matrimonio de Dos en la
carretera (Stanley Donen, 1967), por los números musicales de Cabaret (Bob Fosse, 1972), por las emocionantes aventuras espaciales de
La guerra de las galaxias (George Lucas,
1977), por la genial absurdez de Mujeres al
borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1988), por la declaración de amor
por megafonía en un campo de concentración de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), por los movimientos sinuosos de
Maggie Cheung en Deseando amar (Wong Kar-Wai,
2000), por la nostálgica música de Amelie
(Jean-Pierre Jeunet, 2001), por el popurrí en los tejados de Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), por la mezcla de espectacularidad e
intimismo de El señor de los anillos, el retorno del rey (Peter Jackson, 2003), por la relación postal entre un
viejo y una niña en partes opuestas del planeta en Mary & Max (Adam Elliot, 2009) o por la reflexión sobre la existencia de El árbol de la vida (Terence Malick, 2011). Por todo esto y por muchísimos motivos más, doy gracias al cine por existir.
Y tú, ¿por qué le das gracias?
La bondad y la maldad se intercalan
en La ley del silencio
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© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
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SUBLIME
ResponderEliminarRaquel :)
Buena presentación la que haces del blog.
ResponderEliminarSaludos y éxitos.
David de observandocine.com