¡Qué bien se lo está montando
Disney! Entre el universo Star Wars y
la revisión de los clásicos animados, el estudio cinematográfico más famoso del
mundo tiene varios años por delante de jugosa taquilla. Y sus creativos y
directivos son conscientes de ello. Lejos han quedado los tiempos de secuelas
Disney dirigidas directamente al mercado del DVD para los espectadores menos
exigentes: consciente de la necesidad imperante de cuidar los detalles incluso
en producciones de triunfo asegurado, la productora ha recuperado poco a poco
la posición de líder del entretenimiento que perdió durante la primera década
del siglo XXI. El éxito rotundo de crítica y público de El libro de la selva (The
Jungle Book, 2016), esperada-y-temida revisión del clásico animado de 1967, es
otro ejemplo de ello. Y es que, para sorpresa de muchos, nos encontramos ante
una de las películas más memorables de un año que debería cerrarse con su obligada
presencia en la temporada de premios.
La creación de El libro de la selva de acción real fue anunciada por Disney el 9 de julio de 2013 |
Jugar con los clásicos es, a priori, un éxito
asegurado; pero también un riesgo asegurado. A fin de cuentas, El
libro de la selva de Wolfgang Reitherman es una de las películas más
queridas, no ya del estudio Disney (para el que es clave al tratarse de la última
obra que Walt Disney supervisó personalmente, la primera también en estrenarse
tras su traumática muerte), sino directamente de la historia del celuloide. Y
es que durante las últimas décadas muchos son aquellos que han degustado una y
otra vez su combinación de pícaro humor, hipnótica animación selvática,
carismáticos personajes, pegadizas canciones y, sobre todo, refrescante buen rollo.
Pues bien, todo ello y mucho más está presente en la cinta de acción real (por
decir algo, ya que es digital en su práctica totalidad) de Jon Favreau, quien ha confeccionado la que es de lejos la mejor obra
de una carrera que incluye divertimentos menores como la aventura infantil Zathura (2005), la superproducción de
superhéroes Iron Man (2008) y la simpática
comedia Chef (2014).
La esencia de los personajes de Baloo, Mowgli y Bagheera es reconocible entre 1967 y 2016 |
Todo en El
libro de la selva está a la altura de la ambición de un proyecto que, en
malas manos, habría desembocado en otra producción olvidable del estilo de El libro de la selva: la aventura continúa
(Stephen Sommers, 1994), también de Disney. Épica y profunda, la recién
estrenada cinta aporta una dimensión extraordinaria al film clásico al combinar
sabiamente el guion de Justin Marks
sus simpáticos elementos con retazos más oscuros de la novela original de Rudyard Kipling de 1894. Confeccionada
más de cien años después que esta, la película adquiere un tratamiento de la
naturaleza mucho más progresista, pasando de retratarla como un peligroso elemento
a superar a verla como una pieza de valor incalculable para un planeta que conviene
preservar. De ahí vienen la perenne distancia con que se aborda al ser humano —al
estilo de Bambi (David Hand, 1941), donde el poder del hombre provenía
precisamente de su omisión— y el máximo mimo con que se han retratado tanto la
selva india como los seres que la habitan, aprovechándose los avances de la
tecnología digital para captar todo su esplendor y, a la vez, darle un carácter
más juguetonamente cinematográfico. De hecho, los animales son a la par
sumamente reales y claramente artificiales, al haberse optado por humanizar
tanto sus facciones como sus movimientos. Esta última decisión, perfecta dada
la historia contada, la aleja de una de las cintas con las que más se han
comparado sus efectos visuales: la oscarizada La vida de Pi (Ang Lee,
2013), donde los animales digitales hacían lo posible por pasar por reales.
Baste comparar a los dos tigres (el misterioso Richard Parker y el aterrador Shere Khan) para percibir tan
marcada diferencia.
Los seductores carteles de El libro de la selva están poblados por los icónicos personajes de la cinta |
Y, hablando de Shere Khan, ¡qué
maravilla de personaje! Entre su escabrosa apariencia y la inquietante voz de Idris Elba, el resultado no podría ser
más turbador. Además, como ya hiciera con Maléfica (Robert Stromberg, 2014) y
la madrastra de Cenicienta (Kenneth Brannagh, 2015), Disney ha optado por dar
una motivación al villano para ser tal: la protección de la ley de la selva, en
la que Mowgli (encarnado por el simpático Neel
Sethi), como humano que es, sencillamente no encaja. Junto al héroe y el
villano (adjetivos no necesariamente fáciles de adjudicar), encontramos a personajes
secundarios tan icónicos como la sensata pantera Bagheera (Ben Kingsley, de presencia obligada en toda superproducción
ambientada en Asia que se preste), el leal oso Baloo (Bill Murray, tan divertido como siempre) y el alocado simio gigante
King Louie (Christopher Walker),
deseoso de controlar “la flor roja” (el fuego), principal icono del poder del
ser humano sobre el planeta. Influido por el coronel Kurtz (Marlon Brando) de Apocalypse
Now (Francis Ford Coppola, 1979), este calculador ser cobra, ayudado por el imponente diseño de
producción que lo rodea, una dimensión más misteriosa y malvada (además
de pasar de orangután a gigantopithecus por no habitar el primero en la India
realmente, aun cuando la segunda especie se extinguió hace 100.000 años). Por
otro lado, ante la escasez de personajes femeninos de la obra original, la sinuosa
serpiente Kaa ha mutado de género gracias a la sensual tonalidad de Scarlett Johansson —quien ya demostró
ser una gran dobladora en Her (Skyoe Jonze, 2013)— y la loba Raksha ha
sido dotada de mayor protagonismo, debiéndose parte de su carisma a la voz de
una Lupita Nyong’o que, desde que se
hiciera con el Óscar por 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013),
sólo ha destacado por otro personaje digital: la Maz Kanata de Star Wars. El despertar de la Fuerza (J. J. Abrams, 2015). ¡Bravo por el trabajo conjunto
de doblaje!
El libro de la selva se filmó enteramente en el L.A. Center Studios, partiendo de localizaciones reales |
Divertida, conmovedora, adorable y, sobre todo, trepidante, El libro de la
selva es una de esas películas que, en la línea de Avatar (James
Cameron, 2009), Gravity (Alfonso Cuarón, 2013) y Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015) engrandece el carácter fascinador del séptimo
arte precisamente en un tiempo en que parece que ya nada puede sorprendernos. Y
encima se permite incluir las míticas canciones “The Bare Necessities” y “I Wanna
Be Like You” —diluidas también en la nueva y deliciosa banda sonora de John Debney—, cuya aparición es relativamente
fluida pese a que, aparentemente, están fuera de lugar en una producción con momentos
tan inquietantes como el místico rescate del pequeño elefante o esa agotadora
estampida que recuerda inevitablemente a la mejor cinta del estudio: El rey león (Rob Minkoff y Roger
Allers, 1994), película que también está presente en el carácter circular de la
obra. Ideal para amantes de la naturaleza, pero también para aquellos deseosos
de vivir una experiencia aventurera inolvidable, El libro de la selva es
una creación que debe verse en la pantalla más grande posible para ser
apreciada en todo su esplendor. Por cierto, su guionista y su director ya están
embarcados en la confección de la secuela, como cabía esperar; si son
inteligentes, sabrán combinar de nuevo la innovación seductora con el homenaje
nostálgico, factores ambos clave del renacer de tan querido e icónico estudio.
Yo acabo de verla hoy.Y es verdad, que tiene unos gráficos impresionantes.
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