Los cuatro premios César alcanzados por Madame Marguerite (Marguerite, 2015)
son perfecta muestra de sus características virtudes. Glamurosamente ambientada
en el París de los años 20, la cinta recogió merecidamente los galardones
concernientes a mejor diseño de producción (Martin Kurel) y mejor vestuario
(Pierre-Jean Larroque), a los que se sumó como no podía ser de otra manera el entorchado
a mejor actriz para la genial Catherine
Frot (quien ganó el
primero en 1996 con la tierna comedia negra Como
en las mejores familias, de Cédric Klapisch, y suma un total de… ¡diez nominaciones!), además
de, irónicamente, el de mejor sonido para François Musi y Hafner Gabriel
precisamente por captar los espantosamente divertidos sonidos que salían de la
boca de Marguerite Dumont, una mujer adinerada empeñada en ser cantante
de ópera pese a ser incapaz de entonar correctamente dos notas seguidas.
Madame Marguerite fue candidata a 11 premios César, incluyendo película, dirección, guion original y montaje |
Tras recorrer prestigiosos festivales
con el melodrama romántico Chanson d'amourel (2006, Sección
Oficial de Cannes), el interesante drama Crónica
de una mentira (2009, Sección Oficial de Cannes) y la irregular comedia Superstar (2012, Sección Oficial de
Venecia), el director y guionista galo Xavier
Giannoli triunfó en Venecia con una de sus mejores creaciones hasta la
fecha: una sorprendente comedia dramática de época capaz de ganarse la
identificación del espectador desde el principio gracias a una peculiar
protagonista excelentemente encarnada por una de las mejores actrices francesas
del momento. Y es que cada uno de los respetuosos primeros planos del film es
un poema en sí mismo gracias a la extraordinariamente sutil interpretación de Frot,
quien logra hacernos partícipes de todo cuanto probablemente pasaba por la
mente del personaje real que inspira el film. Esta no es otra que la excéntrica
soprano estadounidense Florence Foster
Jenkins (1868-1944), a la que curiosamente dará vida nuevamente la gran Meryl
Streep en la superproducción británica Florence Foster Jenkins (Stephe
Frears, 2016). Vamos, que nos encontramos ante otro de esos curiosos casos de
películas similares estrenadas al unísono sin explicación aparente alguna.
El cartel de Madame Marguerite acentúa el deseo de estrellato |
Desternillante, amarga y conmovedora,
Madame Marguerite insta a plantearse
cuán peligrosas son las mentiras piadosas, remarcando además cuán injusto es el
mundo artístico al ser la combinación de suerte y talento innato mucho más
efectiva que la del deseo y el esfuerzo. ¿Merece Marguerite nuestro alzamiento
de cejas por luchar por aquello que la hace feliz? Aunque, claro, la respuesta probablemente
sea otra pregunta: ¿merecen nuestros oídos tal aberración tan sólo por hacer
feliz a una persona que, a fin de cuentas, puede permitirse tal honor a raíz de
un estatus social igualmente innato? Lástima que para explotar esta fascinante
reflexión el guion firmado de Marcia
Romano y el propio Giannoli introduzca tantos personajes innecesarios y
toque tantos palos prescindibles, pues el viaje interior de la protagonista y
su apesadumbrado esposo (perfecto André
Marcon) se bastaban por sí solos para crear tensión. De esta manera, lo que
podría haber sido una gran película de hora y media se conforma con ser una
interesante producción de dos horas. Y todo, precisamente, por dejarse llevar
por una ambición relativamente desmedida que, eso sí, nos regala un producto apasionante
tanto por su elegante forma como por su peculiar contenido.
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