Durante dos horas, el frío cuarto del juzgado judío alberga todo tipo de emociones en Gett |
Algunas
películas son interesantes, representativas y necesarias. Otras son
entretenidas, vibrantes y sorprendentes. Pero sólo algunas —muy, muy pocas—
logran conjugar ambas facetas y convertirse en auténticas obras maestras. Y sí,
Gett: el divorcio de Viviane Amsalem (2014), el intenso retrato del largo proceso
judicial atravesado por una mujer israelí por lograr el ansiado divorcio, es
una de ellas. Hace unos días hablé de las escasas películas protagonizadas por mujeres ganadoras del Óscar a lo largo de la historia. Pues bien,
hoy hablo de una cinta protagonizada por una mujer enfrentada a un mundo de
hombres tan machista como ridículo, una obra clave para el movimiento de
liberación de la mujer en Oriente Medio. Porque sí, en muchos aspectos Israel
se acerca más a los arcaicos países árabes que lo rodean que a los europeos a
los que pretende emular.
En un mundo de hombres, la propia Viviane Amsalem tarda en aparecer en pantalla pese a ser la protagonista |
Gett: el
divorcio de Viviane Amsalem es la tercera
película de los hermanos Ronit Elkabetz
y Shlomi Elkabetz tras To take a wife (2004) y Los siete días (2008) y supone
indudablemente su trabajo más maduro y memorable. Gracias a estar coescrita y
codirigida por un hombre y una mujer, la cinta logra mostrar los
acontecimientos de forma objetiva, concediendo a los personajes masculinos la
misma importancia que a los femeninos. Del mismo modo, los hermanos Elkabetz
intentan representar la cultura y la ley judías con respeto y realismo, aunque,
ante un país donde la mujer se considera propiedad del marido (necesitando su consentimiento,
no sólo para divorciarse, sino a menudo simplemente para salir de casa), algunas
posturas resultan difíciles de entender.
Los hermanos Elkabetz han destinado su carrera a la denuncia social |
Además de
codirigir la cinta, Ronit Elkabetz encarna a Viviane Amsalem, quien, sin ser un
personaje real, representa a todas las mujeres israelís que se han visto las
caras alguna vez con un sistema que las trata como seres inferiores. Y es que,
desde la primera escena, vemos a Viviane siendo maltratada, humillada e
ignorada, nunca directa, sino indirectamente, por los hombres que la rodean (e,
incluso, algunas mujeres). Todos ven claro el problema: Viviane no tiene un
motivo claro para pedir el divorcio. Si su marido nunca le ha puesto la mano
encima, ¿qué motivos podría tener ella para querer separarse de él? La propia
voluntad de la protagonista vale mucho menos que la tradición. Y eso que ésta
no podría ser más absurda. Israel, un país aparentemente moderno y próximo a
Europa en ambos sentidos, se revela como un lugar inhóspito para las mujeres a
causa de una religión arcaica que lo domina por completo. No es que los rabinos
sean idiotas o crueles, sino que actúan en función de una sociedad que sí lo
es. Desde hace demasiado tiempo.
El cartel plasma la dualidad entre el pasional cambio y la fría tradición |
Aun así, Gett: el divorcio de Viviane Amsalem no se limita a criticar esta
situación, sino que aprovecha sus casi dos horas de metraje para introducir a
personajes variopintos que, bien como jueces, bien como testigos, ponen su
granito de arena a la interminable tortura de Viviane, en ocasiones como
aliados, pero a menudo como enemigos (a veces, sin ser conscientes de ello
siquiera). El excelente guion sólo precisa de un par de minutos para plasmar
vidas tan distintas como la de la mujer liberal que ha perdido su propia
batalla pero está dispuesta a luchar por las ajenas o la pareja tradicional que
lleva una vida aparentemente ideal pero fácil de resquebrajar con un par de
cuestiones vitales, quienes aportan, respectivamente, las punzadas más cómicas
y dramáticas del film. Las dos tesituras extremas están representadas por dos
hombres de carácter opuesto y vital importancia para la protagonista: su marido
y su abogado. El primero está interpretado por el aclamado actor israelí Menashe Noy, mientras que el segundo
está encarnado por el intérprete francés de ascendencia armenia Simon Abkarian (conocido por su
participación en Casino Royale, de Martin
Campbell, en 2006), cuya reveladora mirada logra lo imposible: que lleguemos a
identificarnos con su personaje. Sólo por momentos, por supuesto, porque si
algo tenemos claro desde el principio es que Viviane merece hacer realidad su
voluntad. Y eso que el hermano y abogado del marido (Sasson Gabai) no tiene reparos en hacernos dudar con argumentos tan
irrisorios como comprensibles (al menos, contextualizados en una sociedad donde la preservación del hogar judío se antepone al interés personal).
La naturalidad de todo el reparto de Gett no impide la excelencia interpretativa |
Toda la puesta
en escena gira en torno a los personajes, pues los realizadores buscaban constituir
un prisma de diversos ángulos de todos ellos. De hecho, la cámara siempre toma
el punto de visto de alguno de ellos (con lo que estos sólo aparecen en
pantalla cuando alguien los contempla desde dentro de ella). A este respecto,
resulta magnífica la labor del montaje
de Joel Alexis, cuyas decisiones a
la hora de qué mostrar y qué no son clave de la dirección tomada por el relato.
Por su parte, el por lo general frío vestuario
de Li Alembik juega un importante
papel a la hora de reflejar el estado de ánimo de la protagonista, siendo
destacable el uso del provocador color rojo como respuesta de ella a la ceguera
de su marido (atención al revelador primer plano de los zapatos).
El simbolismo de la sala de espera es claro: el proceso de Viviane dura cinco largos años |
Gett: el divorcio de Viviane Amsalem no es la historia de una única mujer, sino la de un país necesitado de revisión. Y, aunque
tristemente se quedó fuera de la cuestionable lista de preseleccionadas
para el pasado Óscar a mejor película extranjera (quizá a raíz del 'lobby' judío hollywoodiense), fue un auténtico éxito internacional, como prueban sus
reconocimientos en los festivales de Chicago, Jerusalén, Palm Springs y San Sebastián, así como en los Globos de Oro, los Satellite Awards y la National
Board of Review, tres entidades normalmente precursoras de los galardones de la
Academia de Hollywood. Curiosamente, la propia academia israelí sólo le
concedió dos galardones (a partir de doce nominaciones), incluyendo, eso sí, el
correspondiendo a mejor película, así como el relativo a mejor actor secundario
para Sasson Gabai, quien ya tuvo un momento de gloria similar hace unos años al
alzarse con el Premio de Cine Europeo por su gran trabajo en La banda nos visita (Eran Kolirin,
2007). Como suele suceder, en Israel el séptimo arte va un paso por delante de
la sociedad, pero confiemos en que este país se desprenda pronto del manto de
normas arcaicas que lo envuelve y adquiera el papel que le corresponde en la interminable
lucha por la igualdad.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
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¡Hola!
ResponderEliminarMe apunto la peli. Me atrae verla.
Saludos!
Me cambió por completo la imagen que tenía de Israel: pensaba que sería un país más moderno, sin tribunales religiosos ni nada por el estilo.
ResponderEliminarLa leo el día que ha muerto su directora y actriz principal. Una valiente denuncia feminista en un país superconservador en estos aspectos hombre-mujer, al menos en los sectores más ortodoxos.
ResponderEliminarUn abrazo, Juan