04 febrero 2018

Premios Goya 2018: triunfo del feminismo y la multiculturalidad

Lo que mal empieza, mal acaba. Y la trigésimo segunda edición de los Premios Goya no pudo empezar peor, con dos presentadores completamente fuera de lugar que no lograron despertar carcajadas ni recurriendo a los golpes más bajos imaginables: que Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla no vuelvan, por favor. Entre eso, la falta de ritmo (pasada la hora y media apenas se había dado galardón de interés alguno) y los errores de producción de principiante (sobres que no aparecían a tiempo, planos que desvelaban el teleprónter o las nada estéticas butacas vacías, etc.), el resultado fue uno de los peores que se recuerdan aun cuando, por suerte, el canto feminista logró que la noche fuera memorable en el mejor sentido del vocablo.

Isabel Coixet y Carla Simón fueron el rostro
del éxito del movimiento #MásMujeres
Así, Nora Navas, vicepresidenta segunda de la Academia, prometió un paso adelante por la paridad, por la igualdad de oportunidades y para derrotar la superioridad de género, responsable de la violencia de género, Leticia Dolera y Paula Ortiz recordaron que las mujeres constituyen la mitad del mundo… y la mitad de la imaginación, y finalmente La Terremoto de Alcorcón trajo datos tan deprimentes como que no había una sola mujer nominada en categorías como fotografía, música, animación o sonido, que sólo 30 de los 135 nominados eran mujeres (12 de ellas, en categorías de interpretación femenina, «que sólo faltaría que los nominaran ahí a ellos también»…), que sólo el 34% de los papeles protagonistas recaen en mujeres y que estas cobran un 40% menos, todo ello antes de dirigirse a varones del público con frases habitualmente reservadas para ellas, en relación a atuendos, embarazos y arroz que se pasa. Entretanto, toda la sala se teñía de rojo con abanicos que pedían algo tan simple como “más mujeres”, algo irónico considerando que la propia —desastrosa— gala estaba orquestada principalmente por hombres, hipocresía que la siempre punzante Dolera recordó en cuanto tuvo oportunidad: «os ha quedado un campo de nabos precioso».

Leticia Dolera y Paula Ortiz, aún sin Goya, entregaron
el suyo a Carla Simón con gran entusiasmo
Donde sí triunfó la mujer por una vez fue en el palmarés, que a fin de cuentas debería ser lo más importante aun cuando el cine como tal quedó tristemente excluido tanto de la producción como de los discursos. Así, dos mujeres se alzaron como vencedoras en los apartados concernientes al área donde más voces femeninas se necesitan: Carla Simón (Verano 1993) con la mejor dirección novel e Isabel Coixet (La librería) con la mejor dirección. En treinta y dos ediciones, hablamos sólo de la quinta vez que el primer entorchado recae en una mujer y la cuarta que lo hace el segundo, habiendo de recordar, además, que Coixet —a quien La Terremoto de Alcorcón se refirió como «una supersuperviviente en este mundo de hombres, una tía peleona, como si fueras la imperator de Mad Max, la Charlize Theron aquella, pero con tus gafas divinas»— ya ganó por La vida secreta de las palabras (2005), con lo que seguimos teniendo solo tres directoras receptoras del máximo honor de nuestro cine. El problema, eso sí, nunca ha recaído en los propios Goya: lo que no hay no se puede premiar. Y, claro, no es que no haya directoras, sino que carecen de las mismas oportunidades que los directores y, por consiguiente, no llegan siquiera a candidatas, bien por no lograr dirigir siquiera, bien por hacerlo en condiciones minimalistas que rara vez llaman la atención de la Academia, como ha sido el caso este año por ejemplo de la vital Júlia ist de la joven Elena Martin.

Javier Bardem y Penélope Cruz, nominados por
Loving Pablo, volvieron a ser reyes de la alfombra roja
Pero hablemos de los premios de ellas y ellos. Decir que La librería [crítica] se hizo con los tres galardones principales (película, dirección y guion adaptado) contra todo pronóstico es absurdo considerando que esta bella adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald se había alzado ya con el Forqué y la Medalla CEC, máximos precursores del Goya, pero lo cierto es que, victoria en los Feroz mediante, Verano 1993 parecía la clara vencedora, sobre todo cuando la aclamación internacional de esta nostalgia mirada a la propia infancia de la directora, quien se alzó hace un año con la mejor ópera prima de la Berlinale y no ha parado de recibir atención desde entonces, instaba a creer que la Academia sería algo más arriesgada. Y es que, aunque hermosa y delicada, La librería es una obra relativamente convencional sobre la salvación que otorga el mundo de los libros, mientras que Verano 1993 es tan incómoda como luminosa, una mágica mirada a la infancia y la triste estigmatización del VIH. A quienes conviven con dicho virus dedicó Simón su victoria, mientras que Coixet dedicó la suya a su madre y sus dos maravillosos protagonistas, Emily Mortimer y Bill Nighy, quienes habían volado hasta la ceremonia desde Nueva York y Londres, respectivamente, para, como es habitual en los intérpretes internacionales, volverse con las manos vacías. «They are not gonna give you anything, but I love you anyway», les advirtió la siempre espontánea Coixet, quien, viendo cómo se les escapaban la dirección artística y el vestuario, estaba convencida de irse de vacío.

El premio a mejor guion original para Handia llevó a
pensar que la cinta sería la gran vencedora de la noch
e
De hecho, conforme se desarrollaba la gala, ni La librería ni Verano 1993 se antojaban como ganadoras. Y es que ambas cintas tardaron lo suyo en recibir galardones, ya que la vasca Handia, de Jon GarañoAitor Arregi, la atmosférica historia de un gigante del siglo XIX, se hizo pasito a pasito con diez galardones, los máximos recolectados en la historia de los Goya sin alzarse con el honor principal: guion original (Aitor Arregi, Andoni de Caños, José Mari Goenaga y Andoni Carlos), actor revelación (Eneko Sagardoy, por encima del genial Santi Alverú del Selfie de Víctor García León), música original (Pascal Gaigne), fotografía (Javier Agirre), dirección de producción (Ander Sistiaga), dirección artística (Mikel Serrano), vestuario (Saioa Lara), maquillaje y peluquería (Ainhoa Eskisabel, Olga Cruz y Gorka Aguirre), montaje (Laurent Dufreche y Raúl López) y efectos visuales (Jon Serrano y David Heras), todos ellos bastante merecidos pero reveladores de la esencia de unos premios que se dejan seducir en exceso por la grandilocuencia. Handia es impresionante, sí, pero Loreak (2014), en su minimalismo, también lo era y si embargo se fue de vacío aun contando con gran parte del mismo equipo (¿pueden Gaigne y Agirre ser más maravillosos?). En cualquier caso, ya era hora de que el cine vasco triunfara en estos premios, coincidiendo curiosamente su victoria con la del cine catalán, parte del mismo en inglés, lo que torna la ceremonia en una de las más plurales que se recuerdan, tanto a nivel de género como de lenguaje, respondiendo así a las dos principales cuestiones nacionales del momento.

Por la ingeniosa El autor, Javier Gutiérrez
consiguió su segundo Goya en sólo cuatro años
Mientras se convertía en la tercera película más premiada de la historia de estos premios (empatada con Blancanieves (2010) y La isla mínima (2014), sólo por detrás de Mar adentro (2004) y ¡Ay, Carmela! (1999), cuyos catorce y trece galardones respectivos se antojan inalcanzables), Handia solo perdió un reconocimiento técnico: el concerniente a mejor sonido, que fue a manos de Altor Berenguer, Gabriel Gutiérrez y Nicolás de Poulpiquet por la aterradora Verónica de Paco Plaza aun cuando este mismo afirmó que se habían evitado efectos sonoros demasiado llamativos para que primara la naturalidad. Claro que, para naturalidad, la de Sandra Escacena, quien se quedó a las puertas del laurel a mejor actriz revelación, recogido por una emocionada Bruna Cusí que dio las gracias a Carla Simón por un «personaje muy real y muy complejo». Para Verano 1993 fue también el premio a mejor actor de reparto, recibido por un entusiasmado David Verdaguer que prometió a las dos niñas de su película, Paula Robles y Laia Artigas (las verdaderas estrellas de la función, aunque las normas sobreprotectoras de la Academia no les permitieran ser nominadas) quedar un día para «tomarse un Trinaranjus» y que le explicaran «cómo lo han hecho». Tres fueron, por tanto, los laureles recibidos por esta bucólica pero dolorosa cinta.

Nathalie Poza venció en nombre de la bella
No sé decir adiós, maltratada por las nominaciones
Por su parte, los entorchados relativos a mejor actriz y mejor actor recayeron en dos de las mejores películas españolas del año: No sé decir adiós [crítica], de un flamante Lino Escalera que inexplicablemente estaba nominado como director novel pero no como guionista, y El autor, el trabajo más redondo hasta la fecha de Manuel Martín Cuenca. La primera dio el primer triunfo (tras tres candidaturas fallidas) a Nathalie Poza, quien aseguró que no sabe si este oficio, el cine, «salvará el mundo» pero que a ella «le ha salvado la vida»; su arrebatadora encarnación de una mujer que debe lidiar con la enfermedad de su padre mientras afronta las dificultades de su propio carácter se merecía ciertamente todos los premios del mundo. La segunda dio a Javier Gutiérrez su segundo Goya, uno aún más merecido que el recibido por la mentada La isla mínima, por su brillante encarnación tragicómica de un escritor dispuesto a todo por embriagarse de inspiración, el cual dedicó a todos esos actores y actrices sin oportunidad de demostrar su valía. La compañera de reparto de este último, Adelfa Calvo, fue a su vez premiada como mejor actriz secundaria, reconocimiento que ella dedicó a todas las mujeres que, como su tierno personaje, tienen mucho más que dar que su simple apariencia. Victoria esta merecida donde las haya, aun cuando Belén Cuesta, capaz de hacer reír y llorar a partes iguales en La llamada, habría sido también una justa ganadora, sobre todo cuando el genial musical de “los Javis” sólo venció en el apartado concerniente a mejor canción, recogido por Leiva por su pegadiza “La llamada”. El cantautor aprovechó para lamentar la escasa presencia de música en directo en televisión, algo que sí tuvimos esta vez gracias a la interpretación de Leonor Watling de los cuatro temas nominados, sencillo momento que, sin ser nada del otro mundo, nos evitó el ya tradicional bochorno musical.

Julita Salmerón, estrella de Muchos hijos, un
mono y un castillo
, fue la reina de la noche
El palmarés, que tuvo hueco para las cinco aspirantes al galardón principal, se completó con los premios a mejor película de animación para Tadeo Jones 2. El Secreto de Rey Midas, de Enrique GatoDavid Alonso, mediocridad que volvió a poner de manifiesto la pésima salud del cine animado patrio; mejor película europea para la chirriante The Square, del sueco Ruben Östlund, inexplicablemente la producción más premiada del año; mejor película iberoamericana para la poderosa cinta trans Una mujer fantástica, dirigida por el chileno Sebastián Leilo y protagonizada por una bestial Daniela Vega que habló de rebeldía, resistencia y amor, y mejor documental para Muchos hijos, un mono y un castillo, maravilloso homenaje de Gustavo Salmerón a su madre, Julita, quien protagonizó el momento más frescos de la gala (con perdón de la “representante” Paquita Salas), iniciado, cabezón en mano, por un «no puedo sujetar a este monstruito, ¿qué hago yo aquí?». Por último, los tres cortos premiados fueron: Madre, de Rodrigo Sorogoyen, Woody & Woody, de Jaume Carrió, y Los desheredados, de Laura Ferrés, que seguramente sean estupendos pero no he tenido forma de ver al estar la industria del cortometraje tan maltratada. Bueno, también había un laurel que ya nos esperábamos: el merecidísimo Goya de Honor para la inexplicablemente nunca premiada Marisa Paredes, quien, vestida de negro en honor a los Globos de Oro, se acordó de su “no a la guerra”, afirmando que volvería a actuar tal y como hizo entonces. 

No ha sido el mejor año para el cine español, no, y ciertamente no ha sido la mejor gala, pero lo cierto es que se está fraguando un cambio en la industria cinematográfica que podría y debería reflejarse en todas las áreas de la sociedad, con lo que los abanicos rojos, los triunfos de Coixet y Simón y los discursos incendiarios y emotivos deben extrapolarse a la propia ceremonia. Poco importa quién ganara anoche si las buenas intenciones que embriagan la industria dan en la diana correcta. Para ver los frutos de todo esto, habrá que ser paciente… O quizá no. Quizá, por una vez, no.

1 comentario:

  1. Qué gala por favor!!!! Fue bien resuelta por las "mujeres presentes", eso sí. Grandes: Carla Simón, Nora Navas, Leticia Dolera y Lola Ortiz o la Terremoto...
    Para mí, una pena que los Javis se fueran tan de vacío, pero qué gran labor la de Nathalie Poza y qué bonita y triste la historia de Carla Simón y su retrato de "Verano 1993".

    Un saludOoo enorme!!

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