Corre 1959 y Florence Green, viuda
tras un matrimonio —sí, para sorpresa de varios personajes— feliz, decide hacer realidad uno de sus mayores sueños:
abandonar Londres y abrir una pequeña librería en un pueblo costero. Aparentemente,
esta acción no debería tener mayores consecuencias, pero las altas esferas de
la zona no están conformes, ya que su idea era tornar el mismo establecimiento
en un centro cultural. Así es la sencilla trama de La librería (1978), la hermosa novela de Penelope Fitzgerald que
acaba de llevar al cine nuestra Isabel
Coixet, quien, tal y como ya hizo con Aprendiendo
a conducir (2014), rehúye así el fatuo estilo al que se la suele asociar.
Atención porque, tras el sutil envoltorio, se halla un interesante comentario
social: ¿qué molesta más al pueblo, la librería en sí o el hecho de que una
mujer haya decidido tomar las riendas de su vida?
La bella relación entre los personajes de Kneafsey y Mortimer es clave de la feminista La librería |
Los libros ayudan a Florence a afrontar la soledad... y la hipocresía social |
Bellamente filmada por Jean-Claude Larrieu y musicalizada por Alfonso de Vilallonga —que vuelven a
coincidir tras hacerlo en Mi vida sin mí (2003),
una de las mejores creaciones de Coixet—, La
librería está inexplicablemente mal montada por Bernat Aragonés, no entendiéndose en absoluto sus imperdonables
cortes frontales. Parece que Coixet no concede demasiada importancia a estos
detalles (debidos más a la planificación que a la posproducción), concentrada
como está en el desarrollo de los personajes y la magia de la atmósfera. Ambos
factores, innegablemente más importantes, convierten esta película en una auténtica
joya que hará las delicias de los aficionados al cine británico y, por
supuesto, a los apasionados por los libros. Y es que la enternecedora La librería consigue justo lo que se
propone: trasladar al plano audiovisual esa magia que convierte un libro en el perfecto refugio de todos los males del mundo.
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