31 marzo 2019

'Dolor y gloria': puro Almodóvar

Detestado e idolatrado a partes iguales, Pedro Almodóvar es sin lugar a dudas el creador más emblemático de la cinematografía española, con lo que cada uno de sus hasta ahora veintiún estrenos ha constituido toda una efeméride. Sin embargo, desde aquella vuelta a los orígenes que representó Volver (2006), ninguna de sus producciones había estado a la altura de clásicos como Entre tinieblas (1983), La ley del deseo (1987), ¡Átame! (1989), Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), Todo sobre mi madre (1999) o Hable con ella (2002); al menos, desde el punto de vista de quien firma estas líneas. Todas eran interesantes y entretenidas (sí, incluso Los amantes pasajeros, 2013), pero faltaba algo que por fin hemos recuperado con Dolor y gloria (2019), otro retorno al pasado en el que, tal y como ya hizo con La mala educación (2004), el manchego remueve más que nunca sus propios recuerdos.

Antonio Banderas en Dolor y gloria
Antonio Banderas ofrece en Dolor y gloria
la mejor interpretación de su carrera
Dolor y gloria entrelaza dos momentos de la vida de Salvador Mallo, álter ego de Almodóvar al que da vida en su etapa infantil, en unos años 60 de (auto)descubrimiento, el debutante Asier Flores (actor nato, según el realizador) y en su etapa adulta, cuando ya en los 80 es un cineasta atosigado tanto por el dolor físico como por el que acarrea su memoria, un magnífico Antonio Banderas. Que hay mucho de Almodóvar en el personaje es evidente, y no sólo porque los unen época, carácter y hasta estética, sino porque la salud del propio cineasta atravesó hace poco un mal momento tras el que, para bien y para mal, no ha vuelto a ser el mismo. En la que constituye sin duda su mejor interpretación hasta la fecha (el Goya por fin será suyo, no hay duda), Banderas desborda significado con cada gesto, invitándonos a evocar un pasado confeccionado a partes iguales por la remembranza y la imaginación del propio Almodóvar. La escena en que nos mira desde esas aguas donde parece sumergirse en busca de consuelo es sencillamente mágica... y es sólo la primera.
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