El Brussels International Fantastic Film Festival (BIFFF) fue creado en
1983 como refugio para el cine de género y se ha convertido con el paso de los
años en uno de los eventos cinematográficos más disfrutables para los amantes
del terror, la fantasía, la ciencia-ficción y el thriller, quienes se enfrentan
a películas de todos los rincones del mundo sin prejuicios, dispuestos a
pasárselo en grande sea cual sea el producto que tienen delante; eso sí, a
veces a costa del mismo. Así, raro es el visionado que no va acompañado de
risas constantes (sin necesidad de ser una comedia), comentarios ingeniosos (o
no tanto) y gritos ya archiconocidos tales como “¡la puerta!” cada vez que una
puerta queda abierta seguido de “¡gracias!” si alguien la cierra, “¡esto sí que
es una buena película!” cuando algún personaje se desnuda y el estelar “¿pero
por qué es tan malvado?” seguido de un “¡porque sí!” cada vez que algún
personaje se pasa de la raya en lo que a maldad se refiere (sea por castigar
una madre a su hijo o por asesinar su hijo a toda su clase, poca diferencia hay),
así como besos al aire si dos personajes cualesquiera se acercan demasiado, tosidos cuando alguien
enciende un cigarro, aullidos cada vez que la luna llena hace su
aparición y aplausos tanto durante los créditos iniciales (desde el director
hasta el maquillador) como cada vez que la cámara
se regodea ante un paisaje. Todo ello, claro está, en francés con
algunos retazos de holandés, como es habitual en la capital europea.
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Mon Ange, de Harry Cleven |
Esta descripción sonará a los
cinéfilos españoles asiduos a certámenes patrios como el Festival de Cine de
Sitges o la Muestra Syfy de Cine Fantástico de Madrid, pero ciertamente el
BIFFF alcanza niveles excesivos de gamberrada, en especial durante sus sesiones
nocturnas. Así, el visionado de Autopsia de Jane Doe, de Andre Øvredal,
donde padre e hijo analizan un cadáver lleno de sorpresas, contó con una banda
sonora extra de gritos y risas a partes iguales hasta el punto de que no
siempre fuera sencillo entender los reveladores diálogos. Receptora del Gran
Premio del Jurado del pasado Festival de Sitges (donde la extraordinariamente
original Swiss Army Man, de Dan Kwan y Daniel Scheinert, centrada en la
extraña relación homoerótica entre Paul Dano y el cadáver flatulento de un
sorprendente Daniel Radcliffe, se alzó con el galardón principal), la cinta
posee una primera parte excelente que juega con el terror figurado, pero,
conforme pierde la sutileza, tiende hacia la convencionalidad. Tan alocado
ambiente resulta idóneo para disfrutar proyectos de acción descerebrada al
estilo de la india Psycho Raman, de Anurag Kashyap, o la indonesa Headshot,
de Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto, pero no tanto de cara a enfrentarse a una
obra tan delicadamente sensorial como la belga Mon Ange, de Harry
Cleven, un bellísimo romance entre un chico invisible y una chica ciega
convertido en un verdadero canto de amor a los sentidos gracias especialmente a
la onírica fotografía de Juliette Van Dormael (nominado al pasado Spotlight Award
del Sindicato de Directores de Fotografía).
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Strangled, de Arpad Sopsits |
El país anfitrión también
sorprendió con el thriller Le serpent aux mille coupures, de
uno de los habituales del certamen: Eric Valette. En él, un terrorista perseguido
tanto por la policía como por un cártel de droga se refugia a la fuerza en un
pequeño pueblo rural, provocando tan inusual evento relaciones harto
inesperadas tanto fuera como dentro de la casa (algunas, de corte
dramáticamente gore; otras, de imprevista ternura). Precisamente el thriller
del viejo continente ha demostrado un notable estado de salud que la cartelera
internacional no suele reflejar, viéndose todavía al cine europeo como una
antítesis de la comercialidad. Así, la austriaco-germana Cold Hell, de Stefan
Ruzowitzky, sigue a una joven sumida en una paranoica-pero-real pesadilla tras
ser testigo de un brutal asesinato; la húngara Strangled, de Arpad
Sopsits, parte de un caso real de asesinato y necrofilia en la era comunista
para ofrecer una dura crítica al sistema político y judicial; la islandesa The
Oath, de Baltasar Kormakur, muestra a un padre forzado a traspasar sus
propios límites para proteger a su hija de una relación a todas luces tóxica, y
la británico-estadounidense Come and Find Me, de Zack Whedon
(sí, hermano del famoso Joss), sumerge a Aaron Paul (estrella de Breaking Bad) en una verdadera —y algo
cansina para el espectador— paranoia tras la desaparición de su novia.
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Tarde para la ira, de Raúl Arévalo |
Eso sí, ahora mismo nadie hace
thrillers en Europa como España, presente en el BIFFF con Contratiempo, de Orial
Paulo, una emocionante y bien hilada búsqueda de la verdad en torno a un
peliagudo caso que incluye un incómodo accidente de carretera, una pareja de
amantes dominada por los intereses económicos y vitales, un chico desaparecido
y unos padres dispuestos a cualquier cosa por poner fin a su pesadilla; Secuestro,
de Mar Targarona, entretenida, aunque harto forzada, bola de nieve originada
por la desaparición del hijo de una efectiva abogada que decide tomarse la
justicia por su mano; Al final del túnel (coproducción con
Argentina), de Rodrigo Grande, asfixiante drama lleno de suspense donde un
parapléjico Leonardo Sbaraglia oye voces al otro lado de las paredes de su
sótano y el espectador oye la espantosa “voz argentina” de Clara Lago; El
bar, del siempre enérgico Álex de la Iglesia (quien, para variar, borda
el principio y descuida el final), donde un variopinto grupo de personas queda
atrapado en la localización que le da título; El hombre de las mil caras,
de Alberto Rodríguez, documentada, aunque algo enrevesada, mirada al conocido
“caso Paesa” impulsada por las convincentes interpretaciones de Eduard
Fernández y Carlos Santos; y, por supuesto, Tarde para la ira,
visceral revisión de la venganza por parte de un debutante Raúl Arévalo que
perfila cada línea del sutil guion y controla cada plano para regalarnos una
innegable obra maestra que probablemente fuera el mejor trabajo visto en el
BIFFF. Recordemos que estas dos últimas cintas recogieron varios de los entorchados
principales de los últimos Premios Goya en la que será recordada como la
edición del thriller.
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Attraction, de Fedor Bondarchuk |
La presencia española en el BIFFF
se completa con Órbita 9, de Hatem Khraiche, una ambiciosa pieza de
ciencia-ficción con ecos de la infravalorada Passengers (Morten Tyldum, 2016) donde —otra vez, pero mejor— Clara
Lago encarna a una joven que ha vivido sola en una nave espacial desde que sus
padres se sacrificaron para que ella pudiera llegar a su inexplorado destino.
Por desgracia, nuestro dominio de este género aún no está a la altura del
recién desarrollado, con lo que la sensación de quiero-y-no-puedo es constante
desde el poco imaginativo diseño de producción hasta el inconsistente guion.
Aun así, se valora (e incluso disfruta) el esfuerzo. Ciertamente, la
ciencia-ficción es uno de los géneros más complicados de abordar desde fuera de
Hollywood, quizá porque la extraordinaria energía requerida por el plano
técnico termina desembocando en productos narrativamente perezosos que, para
colmo, tampoco logran sobresalir a nivel visual. Claro ejemplo de ello es
también Attraction, de Fedor Bondarchuk, donde el aterrizaje de una
gigantesca nave alienígena en una ciudad rusa provoca el caos, así como una
curiosa relación entre uno de los recién llegados y una terrícola dominada por
los clichés. ¿Entretiene? Sí; ¿trasciende? En absoluto, pero sí más que la
británica Kill Command, de Steven Gomez, en la que un grupo de soldados
es enviado a una isla remota para entrenarse contra robots guerreros que
parecen tomarse su misión defensiva más en serio de lo que deberían; sin apenas
contenido o personaje carismático alguno, la cinta posee buenos efectos
visuales que le sirven de poco.
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The White King, de Alex Helfrecht y Jorg Tittel |
Aunque la búsqueda de su hija por
parte de un padre ayudado por un simpático robot heredero de los R2-D2 y BB8 de
Star Wars en la coreana Sori:
Voice From the Heart (también llamada Robot Sound, según país), de Ho-Jae Lee, tiene su encanto, probablemente
el único ejemplo de ciencia-ficción verdaderamente satisfactorio del BIFFF sea The
White King, adaptada por Alex Helfrecht y Jorg Tittel a partir de la
novela distópica de György Dragomán, donde una familia se enfrenta a una
dictadura que los acusa de traición sin ofrecerles posibilidad alguna de
redención que no conlleve la pérdida total de la propia entidad. Jonathan Pryce,
Olivia Williams, Agyness Deyn, Fiona Shaw y el joven Ólafur Darri Ólafsson
conforman un reparto harto impresionante considerando que nos hallamos ante una
ópera prima codirigida por un antiguo espectador del BIFFF. Entretanto, la
austriaca Hidden Reserves, de Valentin Hitz, nos traslada a un futuro
donde las deudas se pagan incluso más allá de la muerte con intención de
invitar a la reflexión, pero tan sólo despierta bostezos, mientras que la
húngara Loop, de Isti Madarasz, parece fundir Corre, Lola, corre (Tom Tykwer, 1998) con Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007) pero se queda en mero pasatiempo
sobre una pareja a la que un bucle temporal permite revivir una y otra vez los
mismos hechos hasta aprender que cada pequeño acto tiene consecuencias.
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Dragon, de Indar Dzhendubaev |
Pese a incluir el vocablo
“fantástico” en su denominación, el BIFFF también hace estragos por ofrecer
producciones fantásticas per se (o sea, aquellas donde la magia no conlleva
terror). Sin embargo, en esta ocasión nos ha sorprendido con la rusa Dragon,
de Indar Dzhendubaev, donde asistimos a la peculiar relación entre una joven y
el dragón que le libra de un matrimonio de conveniencia para forzarla a vivir
en una mística isla que no es otra cosa que un gigantesco esqueleto draconiano.
Aunque al aroma de videoclip inunda la fotografía y la relamida inocencia hace
lo propio con el guion, el resultado es una mística obra que, además de ser
completamente diferente a cualquier producción europea en la que podamos
pensar, podría perfectamente encandilar a audiencias jóvenes más allá de sus
fronteras. Aunque más cómica que fantástica, The Mermaid, de Stephen
Chow, es una genial combinación de fantasía mitológica, comedia absurda y
reivindicación ecológica que no por casualidad se ha convertido en el mayor
taquillazo de la historia de China (con perdón de The Village of No Return,
de Yu-Hsun Chen, otro éxito chino cuyo largo metraje en torno a una ciudad
donde todos optan por olvidar —literalmente— sus tristes recuerdos se vuelve
algo indigesto). En esta, una sirena trata de encandilar a un hombre decidido a
destruir la reserva marina donde ella, su familia e innumerables criaturas
marinas viven en paz. Por su parte, la coreana Vanishing Time, de
Tae-Hwa Um, ofrece emotividad y reflexión a raudales a través de la historia de
un chico que quedó suspendido en el tiempo durante quince años, de forma que a
su regreso todo sigue igual (incluido la chica que lo amaba y hará lo que sea
por recuperarlo)… Todo, salvo él.
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Tunnel, de Seong-Hun Kim |
Ciertamente Corea del Sur ha sido
el país más prolífico en esta edición del BIFFF, ya que, además de embelesar a
los más soñadores con las recién mentadas Sori:
Voice From the Heart y Vanishing Time,
ha ofrecido varios thrillers de gran calidad, a destacar Tunnel, de Seong-Hun Kim,
un extraordinario relato de supervivencia al más puro estilo Hollywood donde un
hombre queda atrapado en el interior de un túnel, habiendo de buscar formas
imposibles de matar el tiempo mientras sus rescatadores se enfrentan a un país
en crisis para el que la vida de una sola persona no es necesariamente una
prioridad. Llena de tensión, pero también de hilaridad, la cinta es tan
entretenida que sería un delito no verla en cartelera, suponiendo además un
raro caso de crítica política coreana. Por su parte, The Prison, de Hyun Na, nos
hace partícipes con suma crudeza del estatus quo de una peligrosa cárcel,
mientras que Missing You, de Hong-Jim Mo, constituye una reflexión sobre la
venganza abiertamente influenciada por el cine del gran Park Chan-Wook —a
quien, por cierto, rindió un homenaje el festival con la proyección de las
notables cintas Lady Vengeance (2005), I Am Not a Cyborg But It’s Ok (2006)
y Thirst
(2009)—, aunque más sencilla y sensiblera, para bien y para mal.
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Saving Sally, de Avid Liongoren |
En lo que a Asia respecta, no podía
faltar la clásica aventura de artes marciales cantonesa a lo Call
of Heroes, de Benny Chan, bastante más coherente en lo que a acción
respecta que la brasileña Holy Biker, de Homero Olivetto,
interesante evocación de la atmósfera de Mad
Max que resulta tan rica a nivel visual como pobre a nivel narrativo, o que
la británica Free Fire, nueva locura de Ben Wheatley donde los tiros
abundan, la sensatez escasea y Brie Larson brilla con luz propia entre tanta
testosterona. Los excesos de esta última son tales que casi podemos hablar de
una parodia, lo cual sí constituyen abiertamente las producciones Eat
Local, de Jason Fleming, y Vampire Cleanup Department, de Pak
Wing Yan y Sin Hang Chiu, que abordan el universo vampírico desde el gag
constante sin dejar por ello de lado un desconcertante dramatismo. A su vez, Another
Evil, de Carson D. Mell, se mueve entre el terror esotérico y la
comedia de colegas para mostrar los intentos de una pareja por expulsar una
serie de “espíritus amistosos” de su casa y We Go On, de Jesse
Holland y Andy Mitton, sigue a un hombre enfermo cuya necesidad de
comprobar si hay vida después de la muerte pasa poco a poco de la comedia a la
pesadilla, mientras que Small Town Killers, de Ole
Bornedall, da un verdadero giro al clásico dramón familiar danés al introducir
un eterno tono irónico… y dos asesinos a sueldo dispuestos a poner fin a los
problemas conyugales del modo más eficiente posible. Empero, en lo que a jugar
con géneros respecta, una de las joyas de la temporada es innegablemente la
filipina Saving Sally, de Avid Liongoren, donde animación y acción real
se funden como nunca antes lo hemos visto para narrar en encantadora clave
indie la historia de amor entre dos peculiares
adolescentes.
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Bloodlands, de Steven Kastrissios |
Finalmente, en lo que a terror
respecta, destaca Melanie. The Girl With All The Gifts, de Colm McCarthy, nuevo
triunfo del cine de zombis, si bien parte de la crítica reivindica las
esotéricas The Eyes of My Mother, de Nicolas Pesce, donde una solitaria
mujer es consumida por sus propios deseos, y A Dark Song, de Liam
Gavin, donde un rito pagano sirve de peligrosa redención a sus apesadumbrados
protagonistas. Por su parte, Bloodlands, de Steven Kastrissios,
tiene el honor de ser la primera cinta albana de terror, siendo clara la
influencia de la excelente La bruja (Robert
Eggers, 2015) en la crisis atravesada por la familia protagonista a raíz de los
misterios que esconde el bosque que la rodea. Bastante más convencionales,
aunque innegablemente entretenidas (mucho más que la pretenciosamente
reflexiva, desagradablemente gore e inevitablemente amateur The
Unkindness of Ravens, de Lawrie Brewster), resultan Nails,
de Dennis Bartok, sobre las pesadillas reales de una mujer atrapada en una cama
de hospital, y Safe Neighborhood, de Chris Peckover, donde un niño y su niñera
viven una noche de auténtica pesadilla en un barrio “tan seguro que no necesita
seguridad” (ambas son idóneas para el clásico plan de terror entre amigos).
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Under the Shadow, de Babak Anvari |
Me despido del BIFFF con la
inolvidable Under the Shadow (Bajo la sombra), de Babak Anvari (receptor
del BAFTA a mejor debut británico del año), una inusual coproducción entre
Reino Unido, Jordania y Catar que nos traslada al Teherán de 1988, donde una
madre y su hija afrontan espantosos fantasmas como metáfora del tenebroso caos
sembrado tanto por los misiles iraquís como por la revolución cultural (así
como por el machismo imperante que permanece a día de hoy). Maravillosa mezcla
esta de cine social, thriller y terror que nos recuerda que en la filmografía
de género todavía se puede arriesgar e innovar, conquistando así a crítica y
público por igual.
Para mi no resulta facil disfrutar de una pelicula cuando el publico no sabe comportarse, pero me anot varios titulos de tu articulo para disfrutar en casa! :)
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