21 abril 2017

Crónica del 35º Festival de Cine Fantástico de Bruselas (BIFFF)

El Brussels International Fantastic Film Festival (BIFFF) fue creado en 1983 como refugio para el cine de género y se ha convertido con el paso de los años en uno de los eventos cinematográficos más disfrutables para los amantes del terror, la fantasía, la ciencia-ficción y el thriller, quienes se enfrentan a películas de todos los rincones del mundo sin prejuicios, dispuestos a pasárselo en grande sea cual sea el producto que tienen delante; eso sí, a veces a costa del mismo. Así, raro es el visionado que no va acompañado de risas constantes (sin necesidad de ser una comedia), comentarios ingeniosos (o no tanto) y gritos ya archiconocidos tales como “¡la puerta!” cada vez que una puerta queda abierta seguido de “¡gracias!” si alguien la cierra, “¡esto sí que es una buena película!” cuando algún personaje se desnuda y el estelar “¿pero por qué es tan malvado?” seguido de un “¡porque sí!” cada vez que algún personaje se pasa de la raya en lo que a maldad se refiere (sea por castigar una madre a su hijo o por asesinar su hijo a toda su clase, poca diferencia hay), así como besos al aire si dos personajes cualesquiera se acercan demasiado, tosidos cuando alguien enciende un cigarro, aullidos cada vez que la luna llena hace su aparición y aplausos tanto durante los créditos iniciales (desde el director hasta el maquillador) como cada vez que la cámara se regodea ante un paisaje. Todo ello, claro está, en francés con algunos retazos de holandés, como es habitual en la capital europea.

Mon Ange, de Harry Cleven
Mon Ange, de Harry Cleven
Esta descripción sonará a los cinéfilos españoles asiduos a certámenes patrios como el Festival de Cine de Sitges o la Muestra Syfy de Cine Fantástico de Madrid, pero ciertamente el BIFFF alcanza niveles excesivos de gamberrada, en especial durante sus sesiones nocturnas. Así, el visionado de Autopsia de Jane Doe, de Andre Øvredal, donde padre e hijo analizan un cadáver lleno de sorpresas, contó con una banda sonora extra de gritos y risas a partes iguales hasta el punto de que no siempre fuera sencillo entender los reveladores diálogos. Receptora del Gran Premio del Jurado del pasado Festival de Sitges (donde la extraordinariamente original Swiss Army Man, de Dan Kwan y Daniel Scheinert, centrada en la extraña relación homoerótica entre Paul Dano y el cadáver flatulento de un sorprendente Daniel Radcliffe, se alzó con el galardón principal), la cinta posee una primera parte excelente que juega con el terror figurado, pero, conforme pierde la sutileza, tiende hacia la convencionalidad. Tan alocado ambiente resulta idóneo para disfrutar proyectos de acción descerebrada al estilo de la india Psycho Raman, de Anurag Kashyap, o la indonesa Headshot, de Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto, pero no tanto de cara a enfrentarse a una obra tan delicadamente sensorial como la belga Mon Ange, de Harry Cleven, un bellísimo romance entre un chico invisible y una chica ciega convertido en un verdadero canto de amor a los sentidos gracias especialmente a la onírica fotografía de Juliette Van Dormael (nominado al pasado Spotlight Award del Sindicato de Directores de Fotografía).

Strangled, de Arpad Sopsits
Strangled, de Arpad Sopsits
El país anfitrión también sorprendió con el thriller Le serpent aux mille coupures, de uno de los habituales del certamen: Eric Valette. En él, un terrorista perseguido tanto por la policía como por un cártel de droga se refugia a la fuerza en un pequeño pueblo rural, provocando tan inusual evento relaciones harto inesperadas tanto fuera como dentro de la casa (algunas, de corte dramáticamente gore; otras, de imprevista ternura). Precisamente el thriller del viejo continente ha demostrado un notable estado de salud que la cartelera internacional no suele reflejar, viéndose todavía al cine europeo como una antítesis de la comercialidad. Así, la austriaco-germana Cold Hell, de Stefan Ruzowitzky, sigue a una joven sumida en una paranoica-pero-real pesadilla tras ser testigo de un brutal asesinato; la húngara Strangled, de Arpad Sopsits, parte de un caso real de asesinato y necrofilia en la era comunista para ofrecer una dura crítica al sistema político y judicial; la islandesa The Oath, de Baltasar Kormakur, muestra a un padre forzado a traspasar sus propios límites para proteger a su hija de una relación a todas luces tóxica, y la británico-estadounidense Come and Find Me, de Zack Whedon (sí, hermano del famoso Joss), sumerge a Aaron Paul (estrella de Breaking Bad) en una verdadera —y algo cansina para el espectador— paranoia tras la desaparición de su novia.

Tarde para la ira, de Raúl Arévalo
Tarde para la ira, de Raúl Arévalo
Eso sí, ahora mismo nadie hace thrillers en Europa como España, presente en el BIFFF con Contratiempo, de Orial Paulo, una emocionante y bien hilada búsqueda de la verdad en torno a un peliagudo caso que incluye un incómodo accidente de carretera, una pareja de amantes dominada por los intereses económicos y vitales, un chico desaparecido y unos padres dispuestos a cualquier cosa por poner fin a su pesadilla; Secuestro, de Mar Targarona, entretenida, aunque harto forzada, bola de nieve originada por la desaparición del hijo de una efectiva abogada que decide tomarse la justicia por su mano; Al final del túnel (coproducción con Argentina), de Rodrigo Grande, asfixiante drama lleno de suspense donde un parapléjico Leonardo Sbaraglia oye voces al otro lado de las paredes de su sótano y el espectador oye la espantosa “voz argentina” de Clara Lago; El bar, del siempre enérgico Álex de la Iglesia (quien, para variar, borda el principio y descuida el final), donde un variopinto grupo de personas queda atrapado en la localización que le da título; El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, documentada, aunque algo enrevesada, mirada al conocido “caso Paesa” impulsada por las convincentes interpretaciones de Eduard Fernández y Carlos Santos; y, por supuesto, Tarde para la ira, visceral revisión de la venganza por parte de un debutante Raúl Arévalo que perfila cada línea del sutil guion y controla cada plano para regalarnos una innegable obra maestra que probablemente fuera el mejor trabajo visto en el BIFFF. Recordemos que estas dos últimas cintas recogieron varios de los entorchados principales de los últimos Premios Goya en la que será recordada como la edición del thriller.

Attraction, de Fedor Bondarchuk
Attraction, de Fedor Bondarchuk
La presencia española en el BIFFF se completa con Órbita 9, de Hatem Khraiche, una ambiciosa pieza de ciencia-ficción con ecos de la infravalorada Passengers (Morten Tyldum, 2016) donde —otra vez, pero mejor— Clara Lago encarna a una joven que ha vivido sola en una nave espacial desde que sus padres se sacrificaron para que ella pudiera llegar a su inexplorado destino. Por desgracia, nuestro dominio de este género aún no está a la altura del recién desarrollado, con lo que la sensación de quiero-y-no-puedo es constante desde el poco imaginativo diseño de producción hasta el inconsistente guion. Aun así, se valora (e incluso disfruta) el esfuerzo. Ciertamente, la ciencia-ficción es uno de los géneros más complicados de abordar desde fuera de Hollywood, quizá porque la extraordinaria energía requerida por el plano técnico termina desembocando en productos narrativamente perezosos que, para colmo, tampoco logran sobresalir a nivel visual. Claro ejemplo de ello es también Attraction, de Fedor Bondarchuk, donde el aterrizaje de una gigantesca nave alienígena en una ciudad rusa provoca el caos, así como una curiosa relación entre uno de los recién llegados y una terrícola dominada por los clichés. ¿Entretiene? Sí; ¿trasciende? En absoluto, pero sí más que la británica Kill Command, de Steven Gomez, en la que un grupo de soldados es enviado a una isla remota para entrenarse contra robots guerreros que parecen tomarse su misión defensiva más en serio de lo que deberían; sin apenas contenido o personaje carismático alguno, la cinta posee buenos efectos visuales que le sirven de poco.

The White King, de Alex Helfrecht y Jorg Tittel
The White King, de Alex Helfrecht y Jorg Tittel
Aunque la búsqueda de su hija por parte de un padre ayudado por un simpático robot heredero de los R2-D2 y BB8 de Star Wars en la coreana Sori: Voice From the Heart (también llamada Robot Sound, según país), de Ho-Jae Lee, tiene su encanto, probablemente el único ejemplo de ciencia-ficción verdaderamente satisfactorio del BIFFF sea The White King, adaptada por Alex Helfrecht y Jorg Tittel a partir de la novela distópica de György Dragomán, donde una familia se enfrenta a una dictadura que los acusa de traición sin ofrecerles posibilidad alguna de redención que no conlleve la pérdida total de la propia entidad. Jonathan Pryce, Olivia Williams, Agyness Deyn, Fiona Shaw y el joven Ólafur Darri Ólafsson conforman un reparto harto impresionante considerando que nos hallamos ante una ópera prima codirigida por un antiguo espectador del BIFFF. Entretanto, la austriaca Hidden Reserves, de Valentin Hitz, nos traslada a un futuro donde las deudas se pagan incluso más allá de la muerte con intención de invitar a la reflexión, pero tan sólo despierta bostezos, mientras que la húngara Loop, de Isti Madarasz, parece fundir Corre, Lola, corre (Tom Tykwer, 1998) con Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007) pero se queda en mero pasatiempo sobre una pareja a la que un bucle temporal permite revivir una y otra vez los mismos hechos hasta aprender que cada pequeño acto tiene consecuencias.

Dragon, de Indar Dzhendubaev
Dragon, de Indar Dzhendubaev
Pese a incluir el vocablo “fantástico” en su denominación, el BIFFF también hace estragos por ofrecer producciones fantásticas per se (o sea, aquellas donde la magia no conlleva terror). Sin embargo, en esta ocasión nos ha sorprendido con la rusa Dragon, de Indar Dzhendubaev, donde asistimos a la peculiar relación entre una joven y el dragón que le libra de un matrimonio de conveniencia para forzarla a vivir en una mística isla que no es otra cosa que un gigantesco esqueleto draconiano. Aunque al aroma de videoclip inunda la fotografía y la relamida inocencia hace lo propio con el guion, el resultado es una mística obra que, además de ser completamente diferente a cualquier producción europea en la que podamos pensar, podría perfectamente encandilar a audiencias jóvenes más allá de sus fronteras. Aunque más cómica que fantástica, The Mermaid, de Stephen Chow, es una genial combinación de fantasía mitológica, comedia absurda y reivindicación ecológica que no por casualidad se ha convertido en el mayor taquillazo de la historia de China (con perdón de The Village of No Return, de Yu-Hsun Chen, otro éxito chino cuyo largo metraje en torno a una ciudad donde todos optan por olvidar —literalmente— sus tristes recuerdos se vuelve algo indigesto). En esta, una sirena trata de encandilar a un hombre decidido a destruir la reserva marina donde ella, su familia e innumerables criaturas marinas viven en paz. Por su parte, la coreana Vanishing Time, de Tae-Hwa Um, ofrece emotividad y reflexión a raudales a través de la historia de un chico que quedó suspendido en el tiempo durante quince años, de forma que a su regreso todo sigue igual (incluido la chica que lo amaba y hará lo que sea por recuperarlo)… Todo, salvo él.

Tunnel, de Seong-Hun Kim
Tunnel, de Seong-Hun Kim
Ciertamente Corea del Sur ha sido el país más prolífico en esta edición del BIFFF, ya que, además de embelesar a los más soñadores con las recién mentadas Sori: Voice From the Heart y Vanishing Time, ha ofrecido varios thrillers de gran calidad, a destacar Tunnel, de Seong-Hun Kim, un extraordinario relato de supervivencia al más puro estilo Hollywood donde un hombre queda atrapado en el interior de un túnel, habiendo de buscar formas imposibles de matar el tiempo mientras sus rescatadores se enfrentan a un país en crisis para el que la vida de una sola persona no es necesariamente una prioridad. Llena de tensión, pero también de hilaridad, la cinta es tan entretenida que sería un delito no verla en cartelera, suponiendo además un raro caso de crítica política coreana. Por su parte, The Prison, de Hyun Na, nos hace partícipes con suma crudeza del estatus quo de una peligrosa cárcel, mientras que Missing You, de Hong-Jim Mo, constituye una reflexión sobre la venganza abiertamente influenciada por el cine del gran Park Chan-Wook —a quien, por cierto, rindió un homenaje el festival con la proyección de las notables cintas Lady Vengeance (2005), I Am Not a Cyborg But It’s Ok (2006) y Thirst (2009)—, aunque más sencilla y sensiblera, para bien y para mal.

Saving Sally, de Avid Liongoren
Saving Sally, de Avid Liongoren
En lo que a Asia respecta, no podía faltar la clásica aventura de artes marciales cantonesa a lo Call of Heroes, de Benny Chan, bastante más coherente en lo que a acción respecta que la brasileña Holy Biker, de Homero Olivetto, interesante evocación de la atmósfera de Mad Max que resulta tan rica a nivel visual como pobre a nivel narrativo, o que la británica Free Fire, nueva locura de Ben Wheatley donde los tiros abundan, la sensatez escasea y Brie Larson brilla con luz propia entre tanta testosterona. Los excesos de esta última son tales que casi podemos hablar de una parodia, lo cual sí constituyen abiertamente las producciones Eat Local, de Jason Fleming, y Vampire Cleanup Department, de Pak Wing Yan y Sin Hang Chiu, que abordan el universo vampírico desde el gag constante sin dejar por ello de lado un desconcertante dramatismo. A su vez, Another Evil, de Carson D. Mell, se mueve entre el terror esotérico y la comedia de colegas para mostrar los intentos de una pareja por expulsar una serie de “espíritus amistosos” de su casa y We Go On, de Jesse Holland y Andy Mitton, sigue a un hombre enfermo cuya necesidad de comprobar si hay vida después de la muerte pasa poco a poco de la comedia a la pesadilla, mientras que Small Town Killers, de Ole Bornedall, da un verdadero giro al clásico dramón familiar danés al introducir un eterno tono irónico… y dos asesinos a sueldo dispuestos a poner fin a los problemas conyugales del modo más eficiente posible. Empero, en lo que a jugar con géneros respecta, una de las joyas de la temporada es innegablemente la filipina Saving Sally, de Avid Liongoren, donde animación y acción real se funden como nunca antes lo hemos visto para narrar en encantadora clave indie la historia de amor entre dos peculiares adolescentes.

Bloodlands, de Steven Kastrissios
Bloodlands, de Steven Kastrissios
Finalmente, en lo que a terror respecta, destaca Melanie. The Girl With All The Gifts, de Colm McCarthy, nuevo triunfo del cine de zombis, si bien parte de la crítica reivindica las esotéricas The Eyes of My Mother, de Nicolas Pesce, donde una solitaria mujer es consumida por sus propios deseos, y A Dark Song, de Liam Gavin, donde un rito pagano sirve de peligrosa redención a sus apesadumbrados protagonistas. Por su parte, Bloodlands, de Steven Kastrissios, tiene el honor de ser la primera cinta albana de terror, siendo clara la influencia de la excelente La bruja (Robert Eggers, 2015) en la crisis atravesada por la familia protagonista a raíz de los misterios que esconde el bosque que la rodea. Bastante más convencionales, aunque innegablemente entretenidas (mucho más que la pretenciosamente reflexiva, desagradablemente gore e inevitablemente amateur The Unkindness of Ravens, de Lawrie Brewster), resultan Nails, de Dennis Bartok, sobre las pesadillas reales de una mujer atrapada en una cama de hospital, y Safe Neighborhood, de Chris Peckover, donde un niño y su niñera viven una noche de auténtica pesadilla en un barrio “tan seguro que no necesita seguridad” (ambas son idóneas para el clásico plan de terror entre amigos).

Under the Shadow, de Babak Anvari
Under the Shadow, de Babak Anvari
Me despido del BIFFF con la inolvidable Under the Shadow (Bajo la sombra), de Babak Anvari (receptor del BAFTA a mejor debut británico del año), una inusual coproducción entre Reino Unido, Jordania y Catar que nos traslada al Teherán de 1988, donde una madre y su hija afrontan espantosos fantasmas como metáfora del tenebroso caos sembrado tanto por los misiles iraquís como por la revolución cultural (así como por el machismo imperante que permanece a día de hoy). Maravillosa mezcla esta de cine social, thriller y terror que nos recuerda que en la filmografía de género todavía se puede arriesgar e innovar, conquistando así a crítica y público por igual.


1 comentario:

  1. Para mi no resulta facil disfrutar de una pelicula cuando el publico no sabe comportarse, pero me anot varios titulos de tu articulo para disfrutar en casa! :)

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