Los decorados de Eduardo Manostijeras reflejan la personalidad gótico-fantasiosa de Tim Burton |
Aunque no
siempre resulta tan vistosa como los demás elementos de una película, la
dirección artística es clave de todo film porque es una de las principales
causas de su imagen. Este arte se encarga de ambientar un film en un lugar y un
momento de la historia y de dar a cada obra una estética característica que, a
menudo, trasciende la calidad del propio largometraje. Junto al vestuario, el
maquillaje y los efectos visuales, la dirección de arte confecciona el estilo
visual del séptimo arte y, puesto que ya he dedicado este blog a los otros tres
apartados mencionados (“Vestuario: cine a la moda”, “La magia del maquillaje” y
“Efectos especiales: todo es posible”), hoy voy a introducirme en el que quizá
sea el más importante de los cuatro y también el más infravalorado.
Viaje a la luna combina paneles pintados con elementos de atrezzo de cartón y otros materiales poco duraderos |
Al nacer,
el todavía inexperto séptimo arte adoptó el estilo del teatro y ambientó sus
producciones con grandes telones pintados. Uno de los pioneros en el campo de
la dirección de arte fue el francés Georges Méliès, quien, con un presupuesto
astronómico para le época (10.000 francos) convirtió su película número 400 en
la que quizá sea la primera obra maestra de la historia del cine: Viaje a la luna (1902). Cuidados decorados que combinaban imágenes pintadas
con curiosos elementos de atrezzo dieron lugar a paisajes nunca imaginados que
mostraron que el séptimo arte podía transportarnos a mundos fantásticos sin
movernos de la butaca.
Los impresionantes decorados de Intolerancia albergaron hasta 15.000 extras y 250 carros |
Con el paso
de los años, los telones dieron paso a decorados rígidos de estuco y
contrachapado. En busca del mayor grado de realismo posible, el cine se
reinventó con rapidez y pronto surgieron decorados impresionantes, como los de
la italiana Cabiria (Giovanni Patrone, 1914), ambientada durante las
Guerras Púnicas, o la estadounidense Intolerancia (1916), con la que D. W.
Griffith trató de redimirse tras su racista El nacimiento de una nación
(1915) mostrando la intolerancia a la que se enfrenta el hombre en cuatro
épocas distintas: la caída de Babilonia, la pasión de Cristo, la noche de san
Bartolomé y las huelgas de EE.UU. de 1912. Puesto que las cuatro historias se
intercalaban entre sí, la dirección artística fue clave para que el espectador
tuviese claro en cuál de ellas se encontraba en todo momento. Ignorando los
gastos, Griffith exigió la construcción de los decorados más impresionantes de
la época del cine mudo, algunos de los cuales se han mantenido en Hollywood
hasta ahora, constituyendo un símbolo del esplendor del mismo.
El gabinete del doctor Caligari dejó a la audiencia en shock por la imposibilidad de sus decorados |
En
contraposición al realismo glamuroso imperante en Hollywood, surgió en Alemania la
estética expresionista con films como El gabinete del doctor Caligari
(Robert Wiene, 1920), cuyos extraños decorados, llenos de aristas y elementos
extravagantes, dejaron claro que el séptimo arte no siempre tenía que ser un
calco de la realidad. Europa continuaba así la tradición iniciada por Méliès de fomentar el formalismo (estilo opuesto al realismo).
Por lo
general, los decorados se construían por completo, ocasionando unos altísimos
costes de producción. Rochus Gliese, director artístico de la obra maestra de
F. W. Murnau Amanecer (1927), revolucionó el mundillo al demostrar que
bastaba con confeccionar la parte del decorado que iba a aparecer en pantalla.
Lo que hoy puede parecer obvio, fue en su día un nuevo avance para el séptimo
arte.
El nostálgico pueblo galés de Qué verde era mi valle fue creado de la nada en un valle californiano |
De todos
modos, en la época muda se solía rodar en exteriores también para aprovechar la
luz solar. Fue precisamente la llegada del sonido lo que exigió a la mayoría de
producciones a retirarse a los interiores de platós insonorizados para evitar
los ruidos del exterior. Y así comenzaron los días de oro de los decorados, pues
los estudios crearon los denominados back
lots, calles enteras decoradas al estilo de distintas ciudades y ambientes
que podían modificarse fácilmente para adaptarse a todo tipo de producciones,
desde un árido western hasta un colorido musical. De todos modos, un espectador
atento comprobará que los decorados se repiten constantemente y podrá, por
ejemplo, ojear los bellos decorados de Drácula (Tod Browning, 1931) en
multitud de producciones de la Universal posteriores. De todos modos, a menudo
se construían decorados lejos de los estudios, en terrenos más baratos y
amplios, como en el caso del maravilloso pueblo galés que ambientó Qué
verde era mi valle (John Ford, 1941).
La complejidad de Lo que el viento se llevó dio lugar al término "diseño de producción" |
Al
contrario que el sonido, la llegada del color sí supuso un auge de los
decorados, al dar mayor relevancia al plano visual de un film. Especialmente
memorables fueron los de Lo que el viento se llevó (Víctor
Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939) y El mago de Oz (Víctor Fleming, 1939)
que marcaron una vez más la distinción entre el realismo y la fantasía,
alcanzando ambos la perfección en sus respectivos campos; ambas eran
producciones de la MGM, el estudio con mayor número de back lots de todos, al que el director de arte Cedric Gibbons (quien,
no sólo diseñó la estatuilla dorada del Oscar, sino que ganó 11 de ellas) dio
el famoso “Metro look” entre 1924 y 1956. No obstante, el color también suponía
que el empleo de telas pintadas como fondo de las producciones resultara menos
creíble, como sucede en la alegre Brigadoon (Vincente Minnellli,
1954), donde ni siquiera el encanto de Gene Kelly y las piernas de Cyd Charisse
logran hacernos olvidar que ambos bailan entre paredes coloreadas (algo que,
por otro lado, también tiene su encanto).
Los lujos artísticos de Cleopatra costaron a su estudio 44 millones de dólares que no recuperó |
El mítico
cartón-piedra se convirtió pronto en un sinónimo de grandes producciones
hollywoodienses, como La túnica sagrada (Henry Koster,
1953), Ben-Hur (William Wyler, 1959) y Cleopatra (Joseph L.
Mankiewicz, 1963), que trataban de hacer frente al auge de la televisión. La
excelente ambientación de este último film lo convirtió en el más caro de la
historia y sumió a su estudio (la 20th Century Fox) en la bancarrota; ni los
mejores decorados del mundo pueden levantar un film cuyo guión se cae por sí
solo. Las tres cintas mencionados ganaron, por cierto, el Oscar a mejor
dirección artística en la modalidad de color (la Academia consideró que no era
justo comparar decorados vistos en blanco y negro con los disfrutados en color
y mantuvo la separación entre 1940 y 1966).
La soga añade a la dificultad de rodar en un lugar cerrado el hecho de hacerlo en un plano secuencia |
Cuando un
film se desarrolla por completo en el mismo espacio éste se convierte en un
protagonista más de la trama, con lo que se presta atención al más mínimo
detalle. Ejemplo de ello es ¿Quién teme a Virginia Wolf? (Mike Nichols, 1966), último film en beneficiarse de la distinción entre blanco y
negro (una de las cinco estatuillas que recibió) y color de los Oscars (desde
entonces, La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) es el único film
grabado en blanco y negro que ha ganado este premio). Mención especial merece La
soga (1948), cuya acción transcurría por completo en un apartamento a
cuyas puertas y paredes se añadieron ruedas para facilitar el movimiento de las
cámaras. La idea de su director, Alfred Hitchcock, de rodar todo el film en un
plano secuencia (con trampa, ya que los cambios de bobinas exigían cortes)
exigió de una perfecta planificación entre los cámaras y los encargados del
decorado y dio como resultado uno de sus films más especiales.
Ladrón de bicicletas contó con actores no profesionales y se rodó en las propias calles de Roma |
Los
decorados sufrieron una pérdida importante de relevancia con la llegada del
neorrealismo italiano tras la II Guerra Mundial. Films como Roma,
ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945) y Ladrón de bicicletas
(Vittorio de Sica, 1948) demostraron que la mejor forma de obtener un ambiente
romano realista es grabar en la propia Roma. No obstante, la elección de grabar
en exteriores no deja sin trabajo a los directores de arte, quienes deben
encargarse de seleccionar los mejores lugares para ambientar las escenas y, a
menudo, modificarlos para obtener el resultado esperado. El mismo emplazamiento
pero una perspectiva por completo distinta dio lugar unos años después a la
comedia romántica Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), donde los encantos de
la debutante Audrey Hepburn sólo eran comparables a los de los rincones de la
capital italiana. Del mismo modo, décadas antes de convertirse en la ciudad
fetiche de Woody Allen, Nueva York tuvo uno de sus primeros momentos de gloria
en Un
día en Nueva York (Stanley Donen y Gene Kelly, 1949), que instaría a otro
musical, Gigi (Vincente Minnelli, 1958), a hacer lo propio en París,
obteniendo 9 Oscars en gran parte gracias a ello (por lo demás, pocas son las
innovaciones).
Barry Lyndon nos traslada al siglo XVIII con una bellísima estética pictórica |
Las obras
neorrealistas también pusieron de manifiesto que la belleza no siempre es el objetivo
del director de arte. De hecho, a veces, es todo lo contrario, como en el caso
de la argelino-italiana La batalla de Argel (Gillo
Pontecorvo, 1965), donde la aspereza y la aparente desorganización son claves.
Cuando un film trata de ser realista, especialmente si se trata de un tema tan
serio como el de esta película, un estilo afeado es el más indicado: la belleza
está en su realismo. En contraposición encontramos dramas de época como Barry
Lyndon (Stanley Kubrick, 1975) o Una habitación con vistas (James
Ivory, 1985), en los que la belleza de la ambientación (incrementada por la
cuidada fotografía) es más importante que la propia trama.
Los diseño conceptuales que Ralph McQuarrie realizó para Star Wars permitieron a George Lucas mostrar su visión a las productoras y empezar a rodar |
De todos
modos, con el paso de los años los cineastas han vuelto a fijar su atención en
los decorados, especialmente cuando se busca una atmósfera particular que no
existe en el mundo real. Este es el caso de films como la obra maestra de
Ridley Scott, Blade Runner (1982), magníficamente ambientada en un futuro de
estética modernista asiática, o la maravillosa Eduardo Manostijeras
(1990), recreada en un barrio residencial muy colorido y particular que acentúa
la hipocresía de sus habitantes; su director, Tim Burton, es uno de los
cineastas actuales que más valora la dirección artística, como muestran obras
visualmente brillantes como Sleepy Hollow (1999) o Charlie y la fábrica de chocolate (2005). Aunque el pionero en crear mundos
tan imaginativos como reales fue, por supuesto, George Lucas con La
guerra de las galaxias (1977), que, gracias a cuidar hasta el mínimo detalle
del atrezzo, logró transportarnos a mundos inimaginables con un presupuesto
mucho menor de lo que cabría esperar de tan mítica obra.
Peter Jackson contrató al ilustrador Alan Lee, experto en Tolkien, para trasladar la Tierra Media del papel a la gran pantalla con sumo lujo de detalles |
Este tipo
de superproducciones son las que más se beneficiaron de la llegada de la
tecnología digital, que permite confeccionar decorados impresionantes en la
pantalla del ordenador para colocarlos a posteriori como fondo de las escenas
gracias a la pantalla azul. Se trata de un trabajo de colaboración entre el
director de los efectos visuales y el director artístico que no siempre deja
claro cuál de los dos merece el premio pero que puede dar lugar a resultados
tan fascinantes como el de la trilogía de El Señor de los Anillos (Peter
Jackson, 2001-2003), que recreó la Tierra Media con una belleza inigualable dando
una nueva dimensión realista al género fantástico.
No
obstante, cuando toda la ambientación es fruto de un ordenador el resultado es a
menudo más digno de un videojuego que de una superproducción de millones de
dólares, como sucede con la mediocre Oz, un mundo de fantasía (Sam Raimi,
2013), cuya recreación del maravilloso mundo de Oz es increíblemente peor que
la alcanzada por el clásico de 1939. Incluso obras visualmente brillantes como Avatar
(James Cameron, 2009) y La invención de Hugo (Martin
Scorsese, 2011) presentan el hándicap de la falta de realismo derivada de un
trabajo demasiado digital.
Zhang Yimou fue criticado por ambientar La linterna roja atendiendo al exotismo en lugar del realismo |
En
cualquier caso, el trabajo del director de arte no es el de un mero
ambientador, sino el de un contador de historias más. Y es que la mejor
ambientación no es la más bella o la más elaborada, sino la que mejor acompaña
a la historia. La linterna roja (1991), por ejemplo, está ambientada en un
palacio opresor donde cuatro concubinas pelean por los favores del señor,
quien, cada tarde, manda encender la linterna de la mujer con la que pasará la
noche; el escenario de este brillante film del chino Zhang Yimou no sólo sirve
de bello fondo para los hechos, sino que transmite ideas que, de otro modo,
habrían sido censuradas por el régimen chino: el palacio sirve como metáfora de
China, cuyos habitantes (especialmente las mujeres) están oprimidos por un
poder mayor que apenas ven. Por su parte, la bizarra cinta independiente Buffalo ´66 (Vincent Gallo, 1998) transmite la sensación de desasosiego de los protagonistas con espacios poco iluminados y carentes de decoración donde predominan los tonos marrones y azules.
Todo sobre mi madre es un ejemplo perfecto del interés de Almodóvar por el rojo y los contrastes |
La relación
entre un cineasta y su director de arte es clave, sobre todo en el caso de los
directores-autores que están asociados a una determinada línea visual. Por
tanto, es común que los cineastas más personales trabajen siempre que pueden
con el mismo director de arte. Ejemplo de ello son el hongkonés Wong Kar-Wai,
quien suele contar con William Chang para recrear la estética post-moderna y
envolvente de films como Fallen angels (1995) y Deseando
amar (2000); el español Pedro Almodóvar, quien confía en Antxón Gómez
para confeccionar la poderosa estética kitsch de obras como Todo
sobre mi madre (1999) y Los abrazos rotos (2009); o el
australiano Baz Luhrmann, cuya directora artística habitual es, además, su
esposa Catherine Martin, quien suele llevarse los premios que se le escapan a
su marido por films extravagantemente coloridos como Romeo+Julieta de William
Shakespeare (1996) y Moulin Rouge (2001).
La Blancanieves de Berger obtiene una bella estética de la España de los años 20 en blanco y negro |
Aunque a
menudo pasa desapercibido, un buen trabajo por parte del director de arte es
imprescindible para dar comienzo al rodaje. Incluso una simplona comedia
romántica como Una chica de Jersey (Kevin Smith, 2004) requiere de un cuidado
trabajo de documentación y ambientación que haga creíble que han pasado siete
años entre las primeras escenas (donde Ben Affleck pierde a su esposa al dar a
luz) y el nudo de la historia (cuando la guapa Liv Tyler entra en acción). Por
desgracia, con la excepción de películas con una estética especial como El
último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987), Barton Fink (Joel Coen,
1991) o Blancanieves (Pablo Berger, 2012), éste es un trabajo muy poco agradecido,
ya que muy pocos se fijarán en el cuidado con que el director de arte escoge
los tipos de vehículos, farolas o plantas que se ven de fondo mientras la
acción tiene lugar. Sin embargo, la importancia del director artístico es tal
que un film narrativamente mediocre como Anna Karenina (Joe Wright, 2012)
resulta toda una experiencia cinematográfica gracias a la brillante
coordinación entre la dirección artística y la cámara que la capta.
La
importancia de este arte está muy bien resumida en esta frase del diseñador
Robert Mallet-Stevens: “Un buen decorador, para ser bueno, tiene que actuar.
Sea realista o expresionista, moderno o antiguo, debe jugar su papel. El
decorado debe presentar al personaje antes incluso de que aparezca. Debe
indicar su posición social, sus gustos, sus hábitos, su estilo de vida, su
personalidad. Los decorados deben ir íntimamente ligados a la acción”. La
dirección artística ambienta una película en el tiempo y el espacio, crea su
estética, narra la historia… y crea vida. Al más puro estilo cinematográfico.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
Muy buena recopilación!!! De ella nos queda claro que independientemente de la época y los medios, siempre hubo grandes profesionales en este campo al que no le damos importancia, pero que está totalmente controlado hasta el más mínimo detalle. Sin estos detalles, el argumento perdería fuerza.
ResponderEliminarSaludos.
Qué post más interesante!! Siempre aprendo mucho contigo, gracias!
ResponderEliminarSaludos!
¡Excelente! Comparto :)
ResponderEliminarQue bueno, a partir de ahora me fijaré más en el trabajo de los directores de arte.
ResponderEliminarGracias por el post.
Un saludo
Muchas gracias! Y me alegro, ese era uno de mis objetivos al escribirlo! :)
EliminarLa dirección artística es un elemento fundamental hoy en día, cuando todo nos entra por los ojos. No va a convertir una película mala en buena, pero sí que hará que una buena sea mejor y puede que incluso marque, la mayoría de grandes directores tienen "su" estética...
ResponderEliminar¡Qué viva el arte! En los primeros cortos que yo estuve fui asistente de arte, es taaaaaaaaaaan genial!
ResponderEliminarDesde luego es un trabajo muy entretenido y variado, pero también mucho más costoso de lo que pueda parecer, como sin duda sabrás! :) Saludos!
Eliminar¡Qué post más interesante! La verdad es que descubrir estas cosas, me encanta! A partir de ahora me fijaré más en ese tipo de cosas.
ResponderEliminar¡Gracias!
Saludos!
Muchas gracias! Me alegro, un saludo!
EliminarMe parece muy interesante la tarea didáctica que has realizado en beneficio de tus lectores, porque entre todos debemos entender que, por muy compleja que sea la realización de cualquier film actual, siempre es el resultado de un trabajo en equipo, para el que el director selecciona a quien entiende mejor sus inquietudes estéticas y sabe ponerlas en práctica. Las barreras entre el director artístico y el de efectos visuales se van desdibujando, como bien dices, claro que cada vez los diseñadores dominan más y mejor las nuevas tecnologías; un trabajo técnico realizado por alguien carente de sensibilidad estética es como un pájaro sin plumas. La prueba es el cine de Rolan Emmerich, espectacular pero sin alma. Felicidades por tus escritos.
EliminarMuy bueno Juan, muy didáctico y entretenido, un buen repaso para un aspecto del cine que me parece fundamental, cuantas veces por una mala dirección de arte no he conseguido meterme en la historia, y cuantas veces ha sucedido justo lo contrario. De todos modos, creo que siempre debe estar supeditada a la historia y cuando como comentas esta casi tiene más importancia que el guion (sucede en la última versión de Anna Karenina) la película se queda solo en un bonito envoltorio.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo :)
Toda una magia, en particular me gusta mucho como se plasman en las pelis de Burton.
ResponderEliminarSaludos
David de observandocine.com