Pese a la creciente visibilidad del colectivo gay, la prostitución masculina parece seguir al margen de la sociedad, quizá a raíz de la privacidad que suele exigir la clientela. ¿Pero cómo es realmente la vida de un chapero? Las respuestas varían, pero pocos tienen siquiera alguna en la mente. En su extraordinaria ópera prima, el francés Camille Vidal-Naquet retrata a uno de ellos: el sensual pero desarraigado Léo, cuya vida ficticia no debe tomarse de referencia pero sí sirve para ir más allá de la objetivación del cuerpo y hasta el alma que este modo de vida acarrea. Sin prejuicio alguno, Sauvage (2018) derriba barreras entre la prostitución masculina (o, al menos, quienes la ejercen) y la sociedad contra la que el propio título se rebela. Y lo hace de un modo difícil de olvidar.
El sexo es omnipresente en Sauvage, pero desde perspectivas opuestas |
El cartel de Sauvage explota la sensualidad rota de su protagonista |
Inesperadamente, Sauvage es una historia de amor. Del que profesa por Léo el bueno de Claude (Philippe Ohrel), un cliente dispuesto a dar mucho más que dinero. Y, sobre todo, del que Léo siente por Ahd (Éric Bernard), su compañero de batallas, otro chapero que le sirve al tiempo de protector y fuente de desgracia. A diferencia de Claude o el propio Léo, Ahd es heterosexual y por tanto incapaz de amar a otro hombre, lo que en teoría vuelve su trabajo más difícil pero es en realidad una bendición a la hora de no dejarse arrastrar por él. Mientras, el indomable protagonista vive lo mejor y lo peor de una profesión donde cada cliente, como cada ser humano, es un mundo y, por consiguiente, el resultado puede ir desde el sadomasoquismo más cruel hasta el achuchón más acogedor. La cinta no entra en el harto difícil debate en torno a la prostitución, pues resolver ese dilema no es su misión, pero sí hace hincapié en su a menudo olvidada labor social más allá de la lujuria a través del cariño con que Léo trata a clientes mayores o discapacitados que no podrían disfrutar de su sexualidad de otro modo.
Sauvage nos convierte en voyeurs de la prostitución |
No hay sin embargo mayor consuelo para el personaje y para la audiencia que el encuentro con esa doctora que, por unos maravillosos minutos, se torna en figura maternal: que Léo se tumbe en la camilla de costado, como si esta fuera la cama que tanto necesita (poco antes ha reconocido no recordar cuándo durmió por última vez), es un tiernísimo follow-up para el inolvidable abrazo que, con la ingenuidad de un niño, acaba de dar a la mujer. Ojos empañados en toda la sala, sea la que sea. Y es que la magia de Sauvage reside en la empatía que se gana su protagonista, que no sólo es al tiempo la bella y la bestia del cuento, sino que además tiene la inocencia de quien aún no ha vivido nada y la brutalidad de alguien que ha vivido demasiado. Quizá él, en su afán instintivo por seguir adelante, logre dejar atrás aquello que necesita olvidar, pero su cuerpo es incapaz de hacerlo. Por eso es tan duro, emotivo y revelador verlo dormir, desde la soledad de un sucio callejón hasta el candor de los brazos de quienes ama y lo aman, felicidad que nunca deja de antojarse efímera.
Félix Maritaud y su director, Camille Vidal-Naquet |
Que Sauvage sea tan impactante se debe en gran medida a la extraordinaria interpretación de Félix Maritaud, que ya nos enamoró recientemente en 120 pulsaciones por minuto (Robin Campillo, 2017) y Knife+Heart (Yann Gonzalez, 2018). Y es que la sutileza de un guion colmado de silencios fuerza al joven intérprete a darlo todo físicamente, desde una mirada colmada de significado hasta un cuerpo constantemente maltratado y humillado que no deja de ser la coraza de unos sentimientos aún más descompuestos. No hay un solo plano que el valiente intérprete no devore, lo que justifica los reconocimientos que recibió tanto en el Festival de Cannes como por parte de los Premios Lumière y vuelve incomprensible que los César sólo se acordaran de la que sin duda fue la mejor película francesa del año pasado en la categoría de dirección novel, donde fue nominada pero no premiada.
Viendo este valeroso film resulta imposible despegar la mirada de la pantalla porque Maritaud la llena con su perfecta mezcla de carisma y vulnerabilidad, y raro será el espectador que no termine un poco enamorado de él y su personaje, combo que nos arrastra a un universo gélido donde el calor humano lucha por abrirse paso, no siempre con suerte. De ahí que sea una experiencia tan hermosa y a la vez tan devastadora. Tanto a nivel dramático como desde la perspectiva sociocultural, Sauvage plantea una incógnita tras otra sin pretender despejarlas, dejando la evolución de la trama y los personajes en manos de acciones individuales, sin discursos universales que bien podría llevarse el viento. Raro es el espectador que termina de verla sin necesitar un abrazo.
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