Este año no hay cinematografía más sorprendente que la china, que nos ha regalado nada más y nada menos que cuatro obras maestras llenas de capas psicológicas y posibles lecturas. Todas ellas pertenecen en realidad al 2018, que fue cuando yo tuve la posibilidad de verlas los festivales de Toronto y San Sebastián, pero no han visto la luz comercialmente a nivel internacional hasta este año, que será por tanto cuando poblarán los clásicos listados de recomendaciones.
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Largo viaje hacia la noche, de Bi Gan |
Por sí sólo, el largo plano secuencia en 3D con el que concluye Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, 2018) es la experiencia cinematográfica del año y una de las más impresionantes de la historia del séptimo arte. Sin duda tiene truco, pero, a diferencia de Birdman (Alejandro G. Iñárritu, 2013), aquí no se nota. No lo suficiente, al menos, para que el espectador sea extraído de tan evocador viaje de sensaciones. De prodigiosos planos secuencia vive también An Elephant Sitting Still, (Da xiang xi di er zuo, 2018) cuyas cuatro horas se hacen cortas gracias al matizado retrato de todos sus personajes, unidos por el deseo de ver con sus propios ojos un elefante que, ajeno a los problemas del mundo, se limita a esperar... Pero, ¿qué? Quién sabe, ¿qué esperan en el fondo los personajes de Sombra (Ying, 2018) más allá de proteger su honor a toda costa? ¿Redención? Quizá sí, al igual que los de las cintas previamente citadas. Quizá lo busquen también los mafiosos protagonistas de La ceniza es el blanco más puro (Jiang hu er nv, 2018), si es que no han renunciado a ella.
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An Elephant Sitting Still, de Hu Bo |
En La ceniza es el blanco más puro, Zhangke Jia vuelve a trabajar con la siempre sutil Zhao Tao, que además de su esposa es una de las mejores actrices chinas del momento. Ella encarna como nadie a una mujer arrastrada por el amor a los confines de la mafia. Y el resultado es un personaje tintado de gris pero muy luminoso que nos enamora desde el primer momento. En la otra cara de la moneda, el desconocido reparto de An Elephant Sitting Still nos atrapa desde el primer momento, beneficiándose de su falta de experiencia y notoriedad para encarnar a la perfección a esa masa de seres perdidos que, por desgracia, puebla el mundo. Hu Bo se suicidó antes de terminar su ópera prima, atrapado por esa pena que la puebla pero también por el miedo a que sus productores redujeran su métrica hasta perder el sentido.
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La ceniza es el blanco más puro, de Zhangke Jia |
De controles externos sabe bien Zhang Yimou, quien, pese a tratarse del cineasta mas reputado de la historia de China, ha sido constantemente censurado en su país de origen, ¡y eso que su orquestación de los Juegos Olímpicos se cuenta entre las mejores de la historia! Su Sombra sí pareció gustar allí, como han hecho siempre sus muy patrióticas y a la vez muy internacionales cintas de acción. En esta ocasión, juega con la harto asiática lucha del yin y el yang, y lo hace desde la trama de confrontación bélica hasta por supuesto la decisión de renunciar a sus habituales colores para conseguir una imagen descarnada que no logró digitalmente sino cuidando cada detalle de la preproducción y el rodaje. Bravo por ese diseño de producción y bravo también por el de Largo viaje hacia la noche, que sostiene a la perfección la exigente mirada a Bi Gan. ¡Y qué decir del vestuario de ambas! Pues que es exquisito.
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Sombra, de Zhang Yimou |
El protagonista de Largo viaje hacia la noche regresa a su ciudad natal para buscar a la mujer que siempre amó, confiando en que no sea demasiado tarde. La honestidad de Huang Jue y el hipnotismo de Tang Wei (¡qué hermoso es seguir sus pasos y qué impresionante es ese vestido verde esmeralda!) nos ganan con cada plano incluso si no siempre entendemos qué está pasando. Algo parecido pasa en Sombra, cuyo abanico de sentimientos en torno a las clásicas rencillas de palacio es difícil de comprender del todo desde la perspectiva occidental sin que eso evite que el visionado sea inolvidable. El juego de sombras, literal y figurado, al que nos arrastra Deng Chao, es fascinante, siendo de hecho la confusión del espectador premeditada. Conectar con las motivaciones de Peng Yuchang y compañía en An Elephant Sitting Still es más sencillo: el miedo a sucumbir ante la propia culpa es algo que conocemos bien todos, así como las ganas de encontrar culpables de aquello que, en realidad, deberíamos cambiar nosotros mismos. Y eso hace precisamente la ya mentada heroína de La ceniza es el blanco más puro: tomar las riendas de su vida, aun cuando no sean las que ella o nosotros esperábamos.
Las cuatro películas de las que hablo nos sumergen en universos que son al tiempo exóticos y muy cercanos, y es que, al final, abordan un sentimiento que todos conocemos bien: la búsqueda de sentido vital y el miedo a que, en el fondo, nada importe. Zhang Yimou, Zhangke Jia, Bi Gan y Hu Bo representan distintas generaciones de la grandiosidad del cine chino y, pese a sus claras diferencias, comparten el ser por completo dueños de sus obras: no sólo las escriben y dirigen, sino que, aun rodeándose de talentosos equipos artísticos, añaden su firma a cada apartado, reforzando así una idea de autoría cinematográfica cada vez más rara en Occidente.
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