The Square ofrece una serie de sketches acerca de los absurdos del mundo del arte... o el mundo a secas |
Que The Square triunfaría en los 30º
Premios de Cine Europeo se veía venir. A fin de cuentas, la cinta sueca contaba
ya con la prestigiosa Palma de Oro de Cannes y la competencia, aunque
estimable, era escasa. No se esperaba empero que tan incómodo trabajo vencería
en todas las categorías a las que optaba, sumando así al ya obtenido galardón a
mejor diseño de producción (entregado a Josefin Åsberg hace unas semanas junto al
resto de laureles técnicos) los relativos a mejor película, director (para Ruben Östlund, quien ya optó al mismo
con la superior Fuerza mayor en 2014),
guion, comedia y actor (Claes Bang).
Seis entorchados llevan a la película a emular el triunfo de la maravillosa El escritor (Roman Polanski, 2010),
compartiendo con esta el récord de estos premios.
En cuerpo y alma es una sorprendente y onírica historia de amor en el seno de un matadero |
Personalmente, no puedo celebrar
esta victoria. Y no sólo porque, aun alabando su riesgo e inventiva a la hora
de retratar el destartalado mundo contemporáneo, encuentro la cinta a todas
luces chirriante y reiterante, sino sobre todo porque reducir la calidad del
cine europeo del 2017 a una sola cinta me parece una absoluta lástima. Que El
otro lado de la esperanza, de Aki Kaurismäki; El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorgos Lanthimos, o Frantz,
de François Ozon, se hayan quedado con las manos vacías es una pena, por no
hablar de la gran cantidad de filmes que no han podido colarse siquiera en una
relación de nominados escasa y poco repartida. Para colmo, el único premio que
la cinta no podía ganar, el concerniente a mejor interpretación femenina, ha recaído
en la húngara En cuerpo y alma, de Ildikó
Enyedi. Vamos, en el Oso de Oro de Berlín; qué original. El trabajo de Alexandra
Borbély es notable pero nada
extraordinario, al igual que todo el filme, centrados ambos en una fría supervisora
de un matadero de Budapest cuya vida empieza a cobrar sentido al descubrir el
amor. Curiosamente, tanto The Square como En cuerpo y alma pertenecen a la comedia negra, un subgénero cada
vez más extendido en Europa como respuesta a los tristes —a menudo absurdos—
tiempos atravesados.
Lady Macbeth muestra la hipocresía de la Inglaterra noble y rural de 1865 con elegancia e ingenio |
Si de mí dependiera, la mejor actriz habría sido la joven Florence Pugh,
flamante protagonista de Lady
Macbeth, con la que William Oldroyd arrebató merecidamente el
Premio Discovery a nuestra Carla Simón (Verano
1993). Precisamente el receptor de este último galardón en 2003 (El regreso), el ruso Andrey Zvyagintsev,
se fue este año de vacío con el crudo drama matrimonial Sin amor (Loveless), tal y como hizo hace dos años con Leviatán (2014). Suerte, eso sí, que la
elegante cinta contaba ya con dos merecidas menciones técnicas en su haber:
mejor fotografía para Michail Krichman y mejor música para Evgueni y
Sacha Galperine. Lo mismo sucedió a 120
pulsaciones por minuto, emotivo y brioso homenaje a los tiempos del
nacimiento de VIH, que hubo de contentarse con el laurel a mejor montaje que ya
tenía bajo el brazo, con la ventaja de que el artífice del mismo es también su guionista
y director, el galo Robin Campillo. Eso sí, tanto Loveless como 120 pulsaciones
por minuto cuentan a priori con más posibilidades que The Square de cara al Óscar a mejor film en lengua no inglesa, el
cual solo ha coincidido en seis ocasiones con el EFA, siempre con cintas
universalmente aclamadas: La vida es
bella (Roberto Benigni, 1997), Todo
sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), La
vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006), Amor (Michael Haneke, 2012), La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013)
e Ida (Paweł Pawlikowski, 2014).
120 pulsaciones por minuto sigue a un grupo que intenta generar conciencia sobre el SIDA en París en los 90 |
El reparto técnico, anunciado como ya se ha dicho hace semanas y sin
nominados previos (supuestamente para enfatizar su importancia, algo que sigo
sin apoyar ni comprender) se completa con mejor vestuario para Katarzyna
Lewińska por Spoor (El rastro),
de la polaca Agnieszka Holland; mejor maquillaje y peluquería para Leendert
van Nimwegen por la neerlandesa Brimstone,
de Martin Koolhoven, y mejor sonido para Oriol Tarragó por la española Un monstruo viene a verme, de J. A.
Bayona (que ya se hizo con el Goya, el Fénix y el Platino correspondientes). No
es empero este último el único toque español de estos premios: Timecode, del barcelonés Juanjo
Giménez Peña, ha sido designado como mejor cortometraje. ¡Bravo! Por su parte,
el polaco Komunia, de Anna
Zamecka, ha sido reconocido como mejor documental y el biopic austriaco Stefan Zweig: Adiós a Europa se ha
llevado el Premio del Público pese a optar sólo a un laurel más (actor, claro:
Josef Hader). Por último, la polaco-británica Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, ha sido
designada con pleno merecimiento como mejor cinta de animación. Y es que
hablamos del primer largometraje compuesto por pinturas animadas: 80 minutos de
compuestos por 56.800 fotogramas que han sido pintados, uno a uno, por una gran
cantidad de excelentes pintores a lo largo de varios años, todos inspirándose
en el característico estilo de Van Gogh.
Loving Vincent homenajea a Van Gogh del mejor modo posible: en forma de pintura |
Cierto es que los EFA no aspiran a ser los Oscars europeos, pero no les
iría mal algo de chispa y glamur para hacerse un hueco en el imaginario
colectivo. De lo contrario, de nada servirán los premios a Aleksandr Sokurov y Julie Delpy por sus contribuciones respectivas al cine europeo y mundial. No puede decirse que la historia de estos laureles sea negativa, pues arrastra gran
calidad, pero año tras año hay algo en ellos que sencillamente no funciona y el
trigésimo aniversario no ha sido una excepción. Mas como no todo deben ser
críticas, conviene valorar el riesgo demostrado siempre por unos galardones que
podrán ser previsibles, aburridos o estoicos pero nunca convencionales. Y eso, gustos aparte, siempre es de agradecer.
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