La sensibilidad de Ira Sachs a la hora de abordar las relaciones homosexuales en las pequeñas
grandes cintas The Delta (1996), Keep The Lights On (2012) y El amor es extraño (2014) es clave de la
que quizá sea su mejor creación hasta el momento: Verano en Brooklyn
(Little Men, 2016), presentada en Sundance, galardonada en Deauville y acogida
entre las “Perlas” de San Sebastián. Como sucede en los tres títulos
mencionados, los protagonistas son dos varones, pero en esta ocasión el
realizador ha optado por la ambigüedad a la hora de retratar su relación, ya
que la sexualidad no constituye en absoluto el corazón de una cinta plagada de
verdades sobre la existencia contemporánea.
Verano en Brooklyn debe mucho a la ambigua química entre los jóvenes Theo Taplitz y Michael Barbieri |
La trama de Verano en Brooklyn (ideada por Sachs en compañía de Mauricio Zacharias, con quien también
escribió sus dos últimos filmes) se resume en dos pinceladas: Jake y Tony, dos
adolescentes, se hacen amigos en un edificio de Brooklyn pese a que sus familias
(de procedencias muy distintas) estén enfrentadas por el arrendamiento de una
tienda desde la muerte del abuelo de Jake, amigo de la madre de Tony
(acontecimiento que, de hecho, da lugar a todo el film). Así, mientras el mundo
de los adultos gira en torno a agobiantes responsabilidades que sólo parece
poder solventar el dinero (siendo todas las posturas tan contradictorias como comprensibles),
los dos jóvenes desarrollan sus pasiones respectivas por la pintura (en el caso
del más introspectivo Jake, con quien el realizador afirma identificarse
especialmente) y la interpretación (perfecta forma de expresión para el más
sociable Tony, quien, a voz en grito, protagoniza junto a su profesor una de
las escenas más sugerentes del año). Mas todo ello forma parte del futuro: en
el presente, nada hay más importante que su relación, una amistad tan pura como
enriquecedora por la que, cuan Romeo y Julieta, ambos se enfrentarán a sus
propios progenitores haciendo uso de la única arma que poseen a tan tierna edad:
el silencio. ¿Hay más que simpatía entre los jóvenes protagonistas? Ira Sachs
no lo deja claro, si bien determinadas situaciones y miradas siembran claras
pistas al respecto. No en vano se dice que “los labios mienten, los ojos no”.
El cartel de Verano en Brooklyn contrasta sus dos mundos: la madurez y la adolescencia |
Tanto Theo Taplitz como Michael
Barbieri están perfectos en sus respectivos debuts, colmando de matices a
sus personajes y de fuerza a sus diálogos. De hecho, ni siquiera cuatro
intérpretes de la talla de Greg Kinnear
—Pequeña Miss Sunshine (Jonathan
Dayton y Valerie Faris, 2006)—, Jennifer
Ehle —Historia de una pasión
(Terence Davies, 2016)—, Paulina García
—Gloria (Sebastián Lelio, 2013)— y Alfred Molina (quien repite a las órdenes
de Sachs tras optar al Spirit Award por El
amor es extraño) logran hacerles sombra. Conviene por tanto aplaudir la
labor de casting a la hora de dar con tan carismáticos jóvenes, a los que cabe
augurar un fantástico futuro (de hecho, el genial Barbieri, que curiosamente se
postuló para el papel de Jake, estará en el Spider-Man:
Homecoming de Jon Watts, previsto para 2017). Así lo explica Sachs: “Sabía
que tenía que elegir chicos que fueran memorables y encontré eso en Theo y Michael,
de caracteres opuestos: Theo parecía salido de las películas de Robert Bresson
y Michael, de las de Scorsese, con lo que trabajé con ellos como si así fuera”.
A fin de cuentas, pese a las distracciones del título en castellano, nada hay
más importante en el filme que sus “little men”: tan jóvenes para involucrarse
en los problemas de los adultos como mayores para permanecer al margen de
ellos; tan inocentes para labrarse un futuro como maduros para evitar pensar en
él. Encantadoramente filmada por Óscar
Durán y musicalizada por Dickon
Hinchliffe, Un verano en Brooklyn
es una pequeña joya dispuesta a dejar huella en el espectador en forma de
melancólica sonrisa.
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