La 34ª edición de los Premios Goya ha acogido el palmarés más previsible que se recuerda. También, el más justo, pues ha habido hueco para casi todos los filmes que, vistas las siempre cuestionables nominaciones [artículo], contaban con opciones. Así, Dolor y gloria [crítica], la obra más personal, que no la mejor, de Pedro Almodóvar, se ha hecho con siete entorchados: película, director, guion original, montaje (gran trabajo de unión espacio-temporal de Teresa Font), música original (el décimo primer triunfo de Alberto Iglesias, el sexto a las órdenes del realizador manchego), actor (Antonio Banderas) y actriz de reparto (Julieta Serrano). Los dos últimos, merecidísimos, han dado lugar a los momentos más conmovedores de una gala bien conducida por Andreu Buenafuente y Silvia Abril pero eternizada por gags simplones, discursos incoherentes y fallos de realización (no hubo un solo miembro del público, al que por cierto le llovieron palomitas, que no pasara en algún momento por delante de la cámara).
Dolor y gloria se ha hecho con siete Premios Goya |
Banderas y Serrano, que llevaban respectivamente cinco y tres candidaturas fallidas (aunque el primero, que por cierto este año se ha hecho ya con el EFA [palmarés] y es candidato al Oscar [nominaciones], recibió en 2015 el Goya de Honor), se han estrenado por fin en estos premios homenajeando al propio Almodóvar y su querida madre, respectivamente, y fue mágico ver los rostros emocionados de Penélope Cruz y Leonardo Sbaraglia, felices por el triunfo de sus compañeros aun cuando ellos mismos no ganaron y deberían haberlo hecho. Estamos, por cierto, ante la primera película de temática LGTB que triunfa en estos premios, siendo además la primera vez que Almodóvar se alza con el triunvirato de película, director y guion, pues a Todo sobre mi madre (1999) y Volver (2006) se les escapó el guion y a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), la dirección. Con tres reconocimientos como director, el manchego empata así con Juan Antonio Bayona, Fernando León de Aranoa y un antaño exitoso realizador que lleva década y media sin encontrar el rumbo: Alejandro Amenábar. Este último, por cierto, se ha resarcido de las malas críticas de Mientras dure la guerra al obtener su película (que no él) hasta cinco laureles: cuatro para el incontestable despliegue visual (dirección de producción, dirección artística, vestuario y maquillaje y/o peluquería) y uno para la sorprendente, aunque quizá sobreactuada, transformación de Eduard Fernández en el General José Millán-Astray.
Cuatro ganadoras del Goya a mejor actriz presentaron a Belén Cuesta como la 34ª vencedora |
Pero la producción en torno al franquismo que amenazaba con eclipsar la aparentemente evidente victoria de Dolor y gloria no era Mientras dure la guerra, sino una ciertamente infinita: La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, que brillaron bastante más en 2014 con la sutil Loreak, pero sólo ganan premios desde que se ponen monumentalistas. Los vascos, que partían de 15 nominaciones (una menos que Almodóvar, dos menos que Amenábar), han debido conformarse con dos oros: sonido (justísimo, tanto por el tratamiento del silencio como por el brío de las escenas de acción) y actriz. A la tercera ha ido así la vencida para Belén Cuesta, que se ha impuesto a Marta Nieto, quien, para su desgracia, está inmensa en la inmensamente absurda Madre, de Rodrigo Sorogoyen, y a Greta Fernández, hija del mencionado Eduard y alma de La hija de un ladrón, que sí ha dado a la barcelonesa Belén Funes el justo reconocimiento a mejor dirección novel, recordatorio del despliegue reciente de talento femenino catalán.
"¿Me puedo ir ya?", preguntó con emotividad la octagenaria Benedicta Sánchez, mejor actriz revelación |
Este año la Academia no ha descuidado a ninguna de sus aspirantes al podio, de forma que Intemperie, de Benito Zambrano, y Lo que arde, de Oliver Laxe, han recibido dos premios cada una: guion adaptado y canción para la primera (por falta de competencia eminentemente); fotografía (¡y qué fotografía! ¡qué bien retrata Mauro Herce esa Galicia rural amenazada por el fuego!) y actriz revelación para la segunda. Este último, por cierto, ha ido a manos de Benedicta Sánchez, quien, a sus 84 años, se ha impuesto a la jovencísima Carmen Arrufat, estrella de La inocencia, notable ópera prima de Lucía Alemany que, al igual que Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno; Diecisiete, de Daniel Sánchez Arévalo, y Klaus, de Sergio Pablos, se ha ido tristemente de vacío. En lugar de la joyita navideña recién mencionada, que por cierto acaba de triunfar en los Premios Annie, en la categoría animada se ha llevado el gato al agua otro trabajo de orfebrería más "castizo": Buñuel en el laberino de las tortugas, de Salvador Simó Busom, interesante mirada al rodaje del polémico documental Las Hurdes (1933) que, eso sí, no deja demasiado bien al emblemático Luis Buñuel.
Nata Moreno recogió el Goya a mejor documental por su genial retrato del artista Ara Malikian |
Por lo demás, la muy original El Hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia, ha sido reconocida por sus imaginativos efectos visuales; la innegablemente entretenida Quien a hierro mata, de Paco Plaza, ha dado al magnífico Enriq Auquer el reconocimiento a mejor actor revelación y Ara Malikian: una vida entre las cuerdas, de Nata Moreno, ha vencido merecidamente en el flojo campo documental. Sin comentarios sobre los triunfos de Los miserables, de Ladj Ly, en el terreno europeo y La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein, en el iberoamericano, no sólo porque son inmerecidos, sino porque Retrato de una mujer en llamas [crítica], de Céline Sciamma, y Monos, de Alejandro Landes, estaban ahí mismo. Por último, los tres cortometrajes premiados han sido: Suc de Síndria, de Irene Moray; Madrid 2120, de José Luis Quirós y Paco Sáez, y Nuestra vida como niños refugiados en Europa, de Silvia Venegas Venegas. Ojalá esto les sirve para llegar mas lejos.
De todos modos, no ha habido premio más aplaudido que el Goya Honorífico a Pepa Flores, recogido con suma emotividad por sus tres hijas: Celia Flores, Tamara Gades y María Esteve. Verlas juntas en el escenario justo después de que Amaia brillara como nunca con su “Canción de Marisol” fue casi tan conmovedor como imaginar a la homenajeada viendo la gala sola y en silencio, lejos de esa fama que nunca quiso y que, le guste o no, siempre tendrá.
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