Por fin. No sólo la ceremonia de la 92ª edición de los Premios Oscar ha sido la más fresca y rítmica en mucho tiempo, sino que además nos ha dejado un palmarés excelente, confirmando el poder del séptimo arte más allá de la lengua anglosajona. Así, en un sorprendente y bienvenido giro de acontecimientos, la obra maestra surcoreana Parásitos se ha convertido en la gran triunfadora de la noche y, lo que es más importante, en la primera película de habla no inglesa que se alza con la estatuilla principal, la cual ha acompañado de las relativas a mejor director, mejor guion original y, claro está, mejor película internacional. Bong Joon-ho ha seguido así los pasos de Alfonso Cuarón, quien, con Roma, se quedó el año pasado a las puertas de este honor, y lo ha festejado con suma humildad, dedicando su triunfo al gran perdedor de la noche: Martin Scorsese, que con El irlandés ha corrido el mismo destino que hace 17 años con Gangs of New York: 10 nominaciones y 0 premios.
Penélope Cruz fue la encargada de entregar el premio a mejor fime internacional a Bong Joon-ho por Parásitos |
Pero el ninguneo a El irlandés se veía venir (seamos sinceros: ni siquiera merecía tantas nominaciones), con lo que la derrota que pasará a los libros de historia es la de la visualmente impresionante pero narrativamente cuestionable 1917, de Sam Mendes, que partía como favorita tras los triunfos en los BAFTA, los Globos de Oro y los sindicatos de directores y productores y sin embargo sólo ha conseguido finalmente tres menciones técnicas: fotografía (segunda estatuilla en sólo tres años para Roger Deakins, quien curiosamente precisó de 13 nominaciones para recoger la primera, por Blade Runner 2046), mezcla de sonido y efectos visuales. Aparte de los dos premios principales y aquellos donde no tenía ninguna posibilidad (maquillaje y peluquería, guion original y música), se le han escapado los relativos al montaje de sonido, recogido por la harto convencional Le Mans '66, de James Mangold (donde también ha recaído el mejor montaje gracias a la perfecta orquestación de las carreras), y al diseño de producción, recibido merecidamente por Érase una vez en... Hollywood por su detallada, colorida y vivaz recreación del Hollywood de los 60. En cualquier caso, ambos entorchados deberían haber ido a manos de Parásitos, cuya brillantez en dichos apartados quizá siga siendo demasiado sutil para los académicos.