La llegada a Hogwarts de La piedra filosofal es uno de los momentos más mágicos de toda la saga |
Aunque las apariencias llevan a pensar que Harry Potter es el típico
proyecto cinematográfico nacido con el único afán de inflar las arcas de
Hollywood, lo cierto es que la historia que hay detrás es bastante más íntima y
romántica. De hecho, la planificación de esta saga comenzó antes de que los
libros fueran famosos siquiera, o sea, coincidiendo con la publicación de Harry Potter y la piedra filosofal en
1997 (siete años después de ser concebido). En aquella época, David Heyman se encontraba en Hollywood
buscando un libro infantil que pudiera ser llevado a la gran pantalla; su
primera opción fue The Ogre Downstairs, (Diana Wynne Jones, 1974), pero
su equipo de producción, Heyday Films, le hizo llegar una copia de la novela de
J. K. Rowling, de la que se enamoró
al instante. El productor llevó entonces el proyecto a Warner Bros., estudio
con el que tenía un acuerdo de colaboración, y juntos lograron convencer a la
que ahora es la escritora más rica del mundo de que cediera sus derechos (recibiendo
un millón de libras por los cuatro primeros libros). Las condiciones de la
autora fueron estrictas, pero también clave de la calidad de las producciones: el
control de la historia quedaría en sus manos, las secuelas se limitarían al
material hallado en los libros y el reparto lo constituirían eminentemente
intérpretes británicos.
En la encantadora La piedra filosofal se fragua la clave de toda la saga: la amistad entre Harry, Ron y Hermione |
Allanado el terreno, tocaba encontrar al equipo técnico y artístico,
un proceso cuyo máximo esmero se tornó en una base sólida para que la saga
mantuviera un altísimo nivel durante los diez años que duraría. Así, entre
miles de niños, Daniel Radcliffe, Rupert Grint y —la demasiado guapa,
pero «así es el cine»— Emma
Watson fueron elegidos para dar vida a Harry Potter, Ron Weasley y Hermione
Granger, resultando especialmente curioso que el primero fuera apartado de las pruebas
por sus propios padres, a quienes hubo de convencer personalmente Heyman al
tener la suerte de encontrárselos en el teatro («es una señal», pensaron
ellos). Durante el largo proceso de casting se prestó tanta atención al carisma de
los tres intérpretes como a la química entre ellos, la cual debía ser perfecta
para que el corazón de los libros latiera en las películas. El mérito de los profesionales involucrados en esta tarea es enorme, ya que pocos son los intérpretes de la saga Harry Potter que no parecen haber estado siempre destinados a dar con sus respectivos personajes.
Como apoyo al
fresco e inexperto trío, así como a los demás niños que crecerían con ellos
durante el resto de las películas —a destacar Tom Felton (Draco Malfoy), Bonnie
Wright (Ginny), James y Oliver
Phelps (Fred y George), Matthew
Lewis (Neville Longbottom), Devon
Murray (Seamus Finnigan) y Alfred
Enoch (Dean Thomas), un conjunto excesivamente masculino que Rowling
intentaría enderezar con el paso de los años—, se decidió que el reparto adulto
fuera constituido por verdaderas eminencias del cine británico. Por tanto, Richard Harris, Maggie Smith, Alan Rickman,
Julie Walters y Robbie Coltrane (único intérprete que Rowling pidió concretamente) fueron
elegidos para dar vida al enigmático Dumbledore, la estricta McGonagall, el
inquietante Snape, la entrañable Molly Weasley y el bonachón Hagrid, quienes,
de una forma u otra, se convertirían en las figuras paternales que el pobre
Harry nunca conoció. En el otro lado de la balanza encontramos a los espantosos
Dursley (Richard Griffiths, Fiona Shaw y Harry Melling), cuya excesiva caricaturización se explica al
conocer la crudeza familiar que experimentaba Rowling al crearlos; de hecho,
hay una teoría de que todo cuanto acontece en los siete libros existe sólo en
la cabeza de un muggle forzado a crecer bajo una escalera.
Aunque humilde y alocada, la familia Weasley es sencillamente la familia con la que todo el mundo sueña |
El Quidditch, ejemplo de la rivalidad entre Slytherin y Griffindor, está mucho más presente en los libros |
Tan importante como el reparto fue la elección de Steve Kloves, escritor y director de Los fabulosos Baker Boys (1989), como guionista, labor que este
ejercería durante casi toda la saga con el apoyo constante de J. K. Rowling (a
quien, nada más conocer, confesó que su personaje favorito no era Harry, sino la feminista Hermione, ¡bien por él!), siempre dispuesta a solventar dudas relacionadas con su conocimiento
tanto del mundo creado como del porvenir de los personajes (el cual la autora
ofreció contar a cada respectivo intérprete, encontrándose con tajantes «¡no
quiero saberlo!»). Suyo es el mérito de haber reducido el universo de
los libros sin que la verdadera magia de los mismos se perdiera por el camino.
Por su parte, el diseñador de producción Stuart
Craig y la decoradora Stephenie McMillan —con la que el primero ganó uno de sus tres Oscars,
gracias a El paciente inglés (Anthony
Minghella, 1996)— quedaron al mando del importantísimo departamento artístico,
labor que afrontaron desde el principio con la idea de dar a Hogwarts y
alrededores una apariencia que, sin dejar de resultar maravillosamente
soñadora, se antojara plenamente real. Por consiguiente, se antepondrían las
localizaciones a los estudios y los decorados a los efectos visuales, aun cundo
la participación de estos últimos fuera un complemento inapelable. Esta
decisión resultó ser muy acertada, pues lo que vuelve esta historia tan
atractiva es la idea de contar con un mundo mágico a nuestro alrededor,
resultando además la humanidad de los personajes mucho más relevante que su poder
mágico.
El desmesurado tamaño de Hagrid impide que el personaje comparta planos cortos con los protagonistas (para los planos generales, se recurrió a un doble) |
Podría decirse que los profesionales mencionados hasta el momento
constituyen el corazón de la saga Harry
Potter, ya que el resto de personas involucradas variaría con el paso de los
años. Claro ejemplo de ello es la importantísima figura del director, a quien
el equipo pondría hasta cuatro caras distintas. El primer elegido, Chris Columbus, lo fue precisamente por
haber demostrado tener buena mano con los niños en cintas como Aventuras en la gran ciudad (1987), Solo en casa (1990) o Señora Doubtfire (1993). A él debemos
los extraordinarios cimientos de la saga, cuyas primeras dos piezas heredarían
la encantadora esencia de El secreto de
la pirámide, dirigida por Barry Levinson en 1985 con el libreto de Columbus
como base. Así, al igual que aquella, ambas cintas ofrecen encantadoras
aventuras infantiles en un contexto deliciosamente británico-fantasioso.
Curiosamente, la música de El secreto de
la pirámide, obra de Bruce Broughton, recuerda a las magistrales partituras
que John Williams aportaría a las
tres primeras películas de la saga, sencillamente porque aquel ya era entonces
admirador del compositor más famoso del mundo. Aunque Harry Potter y la piedra filosofal
(2001) y Harry Potter y la cámara secreta (2002) resultan a ratos demasiado infantiles,
sobre todo en comparación al resto de la saga (no tanto por el hecho de que sus
protagonistas sean niños sino por la harto evidente relación de causa y efecto
de los relatos y el escaso impacto de los efectos visuales), ambas
constituyeron un punto de partida nada desdeñable.
Conforme las películas avanzan, la trama se oscurece y los profesores, las clases y los exámenes quedan de lado |
A nivel formal, Columbus fue poco arriesgado, residiendo el mérito
visual en la dirección de arte, la música y el vestuario, que reportaron a la
irresistible La piedra filosofal —donde
nos maravillamos ante el mundo de Rowling a través de la inocente mirada de
Potter— tres candidaturas al Óscar pero sorprendieron poco en una secuela que
sencillamente fue confeccionada demasiado rápido, desembocando en un perezoso déjà vu. No obstante, lo cierto es que
el joven realizador cumplió su cometido de extraer gran naturalidad de todos
sus intérpretes, que se transformaron plenamente en los carismáticos personajes
a los que daban vida (tanto los inexpertos niños, que se desprendieron poco a
poco de sus miedos, como de los aclamados adultos, que supieron ponerse al
servicio de papeles mucho más pequeños de lo que estaban acostumbrados).
Hogwarts cobró vida tal y como todos los niños y no tan niños lo habían
imaginado y, aunque las sucesivas cintas lo modificarían a su antojo atendiendo
tanto a las necesidades dramáticas de los guiones como a los caprichos
estilísticos de los directores, lo cierto es que la silueta del castillo ya es
uno de los elementos más icónicos de la historia del cine de entretenimiento.
El prisionero de Azkaban da comienzo con el hilarante vuelo de la tía molesta Marge (Pam Ferris), fruto de la magia de los efectos visuales y el maquillaje |
Pese a su amor por la saga, durante la preproducción de Harry Potter y el
prisionero de Azkaban (2004), Chris Columbus decidió abandonarla,
preocupado por estar dejando de lado a sus propios hijos. Mantuvo su puesto
como productor ejecutivo del tercer filme, pero la batuta pasó a manos del
mexicano Alfonso Cuarón, artífice de
una de las obras favoritas de J. K. Rowling: La princesita (1995). El aclamado realizador contó con la ventaja
de tener a su disposición un libro que, además de encontrarse entre los más
emocionantes y sorprendentes de la serie, era probablemente el más
cinematográfico, al contar con un final claramente cerrado y pocas referencias
a la saga como conjunto (de hecho, es el único en el que Voldemort permanece en
la sombra). Lo cierto es que el juego temporal de esta historia resulta tan
tramposo como incongruente, pero, considerando que la inmensa mayoría de
historias sobre viajes en el tiempo lo son, lo mejor es limitarse a disfrutar
de los constantes giros de un relato donde nada es lo que parece y los jóvenes
protagonistas crecen en cuerpo y alma: Harry, Ron y Hermione, así como Dan,
Rupert y Emma, se encuentran aquí en plena adolescencia, con todo lo que ello
conlleva. Como reconocimiento a esto último, la diseñadora de vestuario Jany Temime (que sustituiría a Judianna Makovsky y Lindy Hemming, delicadas diseñadoras
respectivas de las dos primeras películas) optó por un tratamiento más moderno
y rebelde, vistiendo a los protagonistas con ropa de calle por primera vez e
instando a cada uno a llevar el uniforme a su gusto, de forma que vestimentas
menos sorprendentes terminaran resultando más personales. Esta tendencia se
propagaría durante el resto de cintas, durante las que Temine (quien ya
permanecería hasta el final) sería infiel a la decisión inicial de Makovsky de
rehuir las modas contemporáneas.
Aunque algo tramposa, El prisionero de Azkaban es la cinta más sorprendente y original de toda la saga |
La representación de los campeones de El cáliz de fuego es tan atractiva como tópica |
La maravillosa puesta en escena de Alfonso Cuarón, quien una década
más tarde ganaría el Óscar por Gravity,
dotó al filme de gran personalidad, aun cuando determinadas decisiones se
antojan harto cuestionables: ¿por qué se optó por dar tanto protagonismo a
alumnos que, no sólo no aparecen en los libros, sino que tampoco lo hacen en
ninguna película más? Pensar en el vocablo “enchufe” es inevitable. Como
curiosidad, la decisión del realizador de convertir a Warwick Davies, el profesor Flitwick de las dos primeras entregas,
en el director del coro (un personaje nuevo y sin nombre) llevó a que sus
sucesores decidieran que esa, y no la representación de las dos primeras
cintas, fuera la que correspondiera al verdadero Flitwick; lo que explica que
el profesor perdiera de golpe varias decenas de años (por cierto, el pequeño tamaño de este intérprete lo volvió idóneo para encarnar a varios elfos domésticos tal y como hizo en su día con los Ewoks de Star Wars). En cualquier caso, los
caprichos de Cuarón son nimios comparados con los del primer realizador
británico al mando de la saga: Mike
Newell, quizá la elección más extraña de todas considerando que su creación
más conocida sigue siendo una cinta de corte opuesto a Harry Potter: Cuatro bodas y
un funeral (1994). No obstante, esta decisión cobra algo de sentido al
comprobar cuán importantes son los enredos amorosos en Harry Potter y el cáliz de fuego (2005),
donde Harry, Ron y Hermione descubren que un baile puede ser tan aterrador como
el mismísimo Lord Voldemort (quien, por cierto, regresa por fin con el rostro
—que no la nariz— de un fantasmagórico Ralph
Fiennes). Así, Víctor Krump (Stanislav
Ianevski) y Fleur Delacour (Clémence
Poésy), campeones respectivos de Durmstrang y Beauxbatons, enamoraron a
personajes y espectadores a su paso, aun cuando sería Robert Pattinson (Cedric Diggory, un personaje “ideal” creado para redimir a la Casa Hufflepuff cuya muerte marcó un antes y un después) quien conquistaría Hollywood como el
vampiro protagonista de la mediocre pero popular saga Crepúsculo.
Lord Voldemort regresa en El cáliz de fuego... y no decepciona |
Ciertamente, Newell dota a la juventud de Hogwarts de una actitud muy
humana, pero quizá ridiculizándola en exceso (la pelea entre los gemelos Weasley
es sencillamente vomitiva). En cualquier caso, lo que sí es imperdonable es el imperante machismo, con la única campeona del Torneo de los Tres Magos comportándose como
una verdadera princesa en apuros y la única profesora convirtiendo en un asunto
de vida o muerte unos pasos de baile que, por supuesto, las féminas se mueren
por aprender. Para colmo, la propia Hermione queda relegada a objeto de
admiración y el único personaje femenino nuevo resulta ser la periodista Rita
Skeeter, quien, pese al divertido trabajo de Miranda Richardson, no deja de ser un cliché del periodismo del
corazón. Aunque, para tópicos, los que se emplean para retratar a los rudos
alumnos búlgaros y las delicadas alumnas francesas; vergüenza ajena. Eso sí,
hay que reconocer que tanto el realizador como el guionista manejan bien la
constante alternancia de tonos, evitando que el mentado espíritu tontorrón
afecte al dramatismo en el que se sumerge poco a poco la que posiblemente sea
la cinta más vistosa visualmente, lo que explica su BAFTA a mejor diseño de
producción (así como una candidatura al Óscar en la misma categoría).
"Gorda, bajita, malvada y chillona, Umbridge es perfecta para ti", escuchó Imelda Staunton (quien se lo tomó con humor y aceptó el papel) |
Dada la duración del cuarto libro, el trabajo de adaptación fue más
costoso que nunca, tomando Steve Kloves la decisión de centrarse en el punto de
vista de Harry, lo cual explica (que no perdona) la superficialidad con que se
abordan otros temas. En cualquier caso, el guionista quedó exhausto y decidió
tomarse un descanso de cara al quinto volumen, que además es con diferencia el
más largo de la serie. El elegido para sustituirlo fue Michael Goldenberg, quien hasta el momento había participado en los
guiones de Contact (Robert Zemeckis,
1997) y Peter Pan (P. J. Hogan, 2003)
y resultó no estar a la altura, radicando su único mérito en convertir el libro
más largo en la película más corta. Vale: Harry Potter y la orden del Fénix (2007) es fiel al
libro y la trama logra ser coherente pese al innumerable material dejado de
lado, pero falta muchísima profundidad y, lo que es peor, alma (la cual apenas asoma
la cabeza durante el triste despido de Trelawney). En esto último también intervino la inexperta dirección de un David Yates acostumbrado al humilde ámbito
televisivo que se dio de bruces con una metáfora política difícil de abarcar (recordemos que Rowling basó en Tony Blair la vergonzosa actitud del Ministro de Magia Cornelius Fudge (Robert Hardy), cuyo empeño en negar el regreso de «Quien-Tú-Sabes» termina siendo más dañino que cualquier mortífago).
"Si no me cogéis, vosotros os lo perdéis, sabéis que soy Luna", afirmó Evanna Lynch en el casting |
En cualquier caso, el maltrato al genial personaje de Tonks (Natalia Tena) e incluso al de Sirius
Black —que muere sin pena ni gloria tras permanecer en la sombra durante todo
el filme; ¡si hasta las heridas de Arthur Weasley (entrañable Mark Williams) se ganan más empatía!— carecen de sentido considerando que la cinta (cuyo final resulta indigestamente
abrupto y hasta algo ridículo: ¡¿quién diseñó esa cutre pelea de hechizos?¡)
podría haberse estirado media hora más sin problema. Suerte que pese a la
ofensa a los fans de Tonks, surgen varios personajes femeninos interesantes,
incluyendo las dos únicas villanas de la saga —la mentada Umbridge
y la perturbada Bellatrix Lestrange (a quien una impagable Helena Bonham Carter dota de la perfecta mezcla de espanto,
demencia y sensualidad), sendas representantes de la calculadora maldad
institucional y la impulsiva maldad criminal— y uno de los personajes más
queridos de la misma, la risueña Luna Lovegood, quien, no sólo es de lejos la
mejor Ravenclaw del libro, sino que cobra literalmente vida gracias a Evanna Lynch, una joven a la que
Rowling conocía bien al llevar años recibiendo cartas suyas donde ella afirmaba
ser igual que el personaje que terminaría encarnando.
La homosexualidad de Dumbledore no fue confirmada por Rowling hasta el rodaje de El misterio del príncipe |
Lynch se involucró incluso en el vestuario de Luna, uno de los pocos
elementos visuales memorables de la cinta. Quizá la falta de personalidad de la
quinta obra influyera en el esmero con que el director de fotografía de la
sexta, el francés Bruno Delbonnel,
abordó El misterio del príncipe (2009),
cuya riqueza visual —desde los envolventes juegos de telas de la fiesta de Slughorn
hasta el tenebrismo de la caverna donde tiene lugar una de las escenas más
perturbadoras de la saga— se ganó una merecidísima nominación al Óscar a mejor
fotografía. El propio Yates pareció redimirse al profundizar, no sólo en el
tratamiento visual, sino también en los sentimientos de los personajes: vale,
Lavender Brown (Jessie Cave) es
molesta (¡y muy reiterante!), pero los deseos amorosos de los protagonistas por
fin se abordan con la fuerza que merecen. ¡Y qué decir del primer beso de Harry
y Ginny al ritmo de la melodía de Nicholas
Hooper! Mágico, sencillamente mágico (mucho más que el compartido con Cho
Chang (Katie Leung) en la cinta previa,
si bien es cierto que nadie tuvo fe nunca en aquel romance…). Aun así, hay que
reconocer que esta obra adolece de falta de ritmo, sobre todo por culpa de un
Harry más pasivo que nunca a quien incluso arrebata protagonismo su
archienemigo, Draco Malfoy, quien, como tantos antes que él, resulta ser una
triste víctima de un padre abusivo (Lucius, Jason Isaacs) y una madre pasiva (Narcissa, Helen McCrory). Además, ni Snape ni Voldemort tienen el
protagonismo que merecen, algo inexplicable considerando la cantidad de minutos
que se derrochan en la mentada Lavender (quien, además, sólo regresaría a la
saga para morir sin honor alguno, clara muestra del escaso respeto mostrado
hacia tan superficial personaje).
De no haberse dividido Las Reliquias de la Muerte en dos partes, quizá la maravillosa secuencia animada se habría quedado en la sala de montaje |
Llegó entonces la hora de abordar el último libro, momento en que David
Heyman y David Barron (que
compartiría con el primero la producción de los cuatro títulos dirigidos por el
tercer David en discordia, Yates) se percataron de que esta vez una sola
película no sería suficiente, opinión compartida por Steve Kloves, quien ya se
había planteado lo mismo al abordar El
cáliz de fuego. Lejos de tratarse de una decisión comercial, Las Reliquias de la Muerte fue dividida
con fines estrictamente creativos, marcando, eso sí, un precedente al que se
apuntarían las sagas El Hobbit, Los juegos del hombre, Crepúsculo y Divergente con vergonzosos resultados (sobre todo en el caso de
esta última, cuya última entrega terminó siendo cancelada tal y como estaba
concebida y convertida en un telefilm donde ni siquiera intervienen los
protagonistas originales). Por suerte, no fue este el caso de Harry Potter, que aprovechó muy bien la
oportunidad de profundizar más en tan esperado final. Harry Potter y las
Reliquias de la Muerte – Parte I (2010) se tornó en uno de los
films más interesantes de la saga gracias a su eminente carácter contemplativo,
que permitió ahondar en el interior de Harry, Ron y Hermione, quienes, más que
nunca, se tienen solo los unos a los otros. De este modo, el estallido de
viejas rencillas sirve para empatizar plenamente con todo lo vivido por los
protagonistas, regalándonos escenas tan potentes como el tenso baile compartido
por Harry y Hermione tras la triste partida de Ron (quizá la mejor escena
añadida por los films a los libros de Rowling), durante el que experimentamos
rabia, miedo, vergüenza, culpabilidad, comprensión, admiración, ternura y
afecto en apenas unos segundos. Bravo también por la envolvente secuencia
animada con que se narra la historia de las tres Reliquias de la Muerte, las
cuales, como tantos otros elementos de los últimos libros, habían estado ante
nuestros ojos desde el principio.
Helena Bonham Carter parecía nacida para encarnar a Bellatrix Lestrange |
La atmósfera que envuelve el penúltimo filme de la saga es única,
ya que se palpa la calma previa a la tempestad. De hecho, aunque aparecen
tres personajes nuevos —Xenophilius Lovegood, Rufus Scrimgeour y Bill Weasley, encarnados respectivamente
por Rhys Ifans, Bill Nighy y Domhnall
Gleeson, quienes empezaban a sentir y lamentar que eran los únicos
intérpretes británicos que no formaban parte de la saga— y regresan otros a los
que llevábamos tiempo sin ver —como el elfo doméstico Dobby (voz de Toby Jones), beneficiado de la mejora
del departamento de efectos visuales, u Ollivander (John Hurt), quien pasa a jugar un papel clave que pocos esperarían
tras su breve pero memorable aparición en La
piedra filosofal—, la acción se centra casi exclusivamente en los tres
protagonistas. Así, la escena más recordada (en parte por haberse empleado como
imagen promocional) es la emocionante carrera boscosa de Harry, Ron y Hermione,
la cual generó además un divertido espíritu competitivo entre los tres
intérpretes (cuenta la leyenda que la más rápida fue Emma Watson, lo cual no
debería sorprender a nadie considerando cuán en serio se tomó siempre su
papel). En definitiva, probablemente esta cinta sea la que mejor traslada al
cine las páginas que le tocan, si bien es cierto que puede resultar frustrante
para los amantes de la acción per se, dado el innegable carácter de “precuela”
que alberga. Aun así, Rowling aplaudió más que nunca, respondiendo la Academia
con dos nominaciones al Óscar (las máximas desde El prisionero de Azkaban): mejores efectos visuales y mejor diseño
de producción.
El desolador (e inesperado) final de Harry Potter tornó a Snape en uno de los personajes más queridos |
Y así es cómo llegamos a la última película de la saga Harry Potter —Animales
fantásticos y dónde encontrarlos (2016, también de Yates) forma parte del
mismo universo, sí, pero sin Harry y compañía nada es lo mismo—: Harry Potter y las Reliquias
de la Muerte – Parte II (2012), la cual le puso fin por todo lo
alto con un inmejorable plano visual receptor de tres nominaciones al Óscar
(efectos visuales, diseño de producción y maquillaje, todas ellas nuevamente
fallidas para lógico enfado de los fans) y un reparto que, conociendo ya tanto
a sus personajes como al arte cinematográfico como la palma de su mano, ofrece
un trabajo rara vez visto en el cine fantástico. Cierto es que el tono oscuro
de la propuesta (impulsado por el poderío de la fotografía del portugués Eduardo Serra y la música del francés Alexandre Desplat) rompe un poco tanto con las incoherencias narrativas de las que
nunca llegó a librarse la saga como con los forzados toques de humor
introducidos, pero esta cinta es una perfecta guinda
para un pastel único. De hecho, no es tanto el mal ocasionado por los secuaces
de Voldemort (que se llevan inevitablemente por delante a más héroes que nunca en una crítica directa a la guerra) como la perenne
nostalgia lo que genera emotividad a raudales de principio a fin. El poder del
amor y el miedo a la muerte se confirman aquí como los estandartes respectivos
del bien y el mal, siempre y cuando se sea fiel al primero y se sucumba al
segundo. Y es que, aun creando un mundo de magos y brujas, Rowling nunca dejó
de hablar de sí misma: de cómo el amor por su hija compensó todo el dolor
ocasionado por su primer matrimonio y de cómo el fallecimiento de su madre
podría haberla sumido en las tinieblas y, sin embargo, terminó dándole fuerzas
para escribir la saga literaria más popular de la historia.
Ver crecer a Hermione (Emma), Harry (Dan) y Ron (Rupert) es uno de los grandes regalos de Harry Potter |
Un artículo maravilloso! Me ha encantado leer tantas curiosidades sobre esta saga de películas que me encanta. De hecho... creo que haré maratón potter pronto!
ResponderEliminarLa trama en si, y los efectos que le pusieron fueron maravillosos, es dificil que vuelva a ver otra pelicula similar en su genero con tantos seguidores. Esta pelicula y los otros productos como los libros, han sido abarrotados por la gente en todas partes del mundo.
ResponderEliminarDoblada, esta es una de las mejores peliculas en espanol, y de seguro en otros idiomas también.
Excelente post... Amo poner mi sudadera de Harry Potter, mis palomitas y ¡Pum! sesión de estas películas, francamente las amo. Gracias por este extenso post, es... Maravilloso.
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