22 septiembre 2012

La parada del cine

Un niño mira hacia la vida a través de una 
verja en la maravillosa Los 400 golpes
Bienvenidos a la Estación del Fotograma Perdido, un blog destinado al cine en todos sus ámbitos. Aquí, nada es seguro, salvo que cada artículo reflejará amor por la vida y amor por el cine. Desde un punto de vista analítico y crítico, inicio hoy un viaje al corazón del cine en el que espero que tanto yo como quienes decidan pasarse por esta estación de vez en cuando, aprendamos algo más de este, no séptimo arte, sino conjunto de artes, que es el cine.

Los orígenes serán tenidos muy en cuenta, por supuesto, pues lo contrario sería una blasfemia. ¿Qué sería de Amenábar, Burton o Kore-eda sin Murnau, Ford o Berlanga? Por mucho que les pese a algunos, no se puede hablar de cine sin conocer a los clásicos, pero lo que debe quedar claro desde un principio es que ninguna película debe verse por obligación, pues el arte es un regalo, no una imposición. Sin embargo, quienes se hayan atrevido con el blanco y negro habrán podido comprobar que no hay atmósfera más envolvente que la creada por El doctor Frankenstein (James Whale, 1931),  historia con mayor corazón que Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936), dolor más profundo que el transmitido por El intendente Sansho (Kenji Mizoguchi, 1954) o mayores carcajadas que las provocadas por Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959).

Thelma & Louise dan comienzo al viaje 
que cambiará sus vidas
Sin embargo, ello no quiere decir que el cine moderno deba ser desprestigiado. Ni muchísimo menos. Quienes afirman que “ya no se hacen películas como las de antes” sin duda no ha visto el viaje al corazón de uno mismo de Thelma & Louise (Ridley Scott, 1991), el bello amor rural de El camino a casa (Zhang Yimou, 1999), la ilusión de cuatro adolescentes por sacar adelante un grupo de música en Linda, Linda, Linda (Nobuhiro Yamashita, 2005) o el retrato de una familia tan peculiar como cercana de Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006).

Aunque el cine americano ha obtenido más reconocimiento que todas las cinematografías nacionales juntas, este blog se propone ser igualitario en la medida de lo posible. El halcón maltés (John Huston, 1941), El graduado (Mike Nichols, 1967) o (500) días juntos (Marc Webb, 2009) son auténticas obras de arte, pero también lo son La Diosa (Wu, 1934), El mundo de Apu (Satyajit Ray, 1959) o Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001). La realidad de cada país es distinta, y por ello el arte también. Y vale la pena descubrirlo.

Mary & Max forman una extraña pero 
bellísima pareja cinematográfica
Del mismo modo, ningún tipo de cine debe ser menospreciado. Una rubia muy legal (Robert Luketic, 2001) es una alegre comedia de hora y media sobre una joven cursi e inocente en la facultad de derecho, mientras que Jeanne Dielman, 23 quai du commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1976) retrata a una aburrida ama de casa durante más de tres horas. Ni le pedimos profundidad a la primera ni diversión frenética a la segunda, pues cada una ha nacido con una función diferente y, mientras la cumplan, habrán triunfado. Por el mismo motivo, el cine de animación no debe ser desprestigiado, ya que la tierna Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988), la poderosa El rey león (Tob Mincoff y Roger Allers, 1994) o la hilarante Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001) no tienen nada que envidiar a las películas oscarizadas en sus respectivos años. Y, aunque el documental no entra en la esencia de este blog por ser un arte que (al menos en teoría) muestra la realidad en lugar de reflejarla, la importancia de títulos como Nanuk el esquimal (Robert Flaherty, 1922), primer documental de la historia, o La hora de los hornos (Fernando E. Sonalas y Octavio Getino, 1968), surgida como grito de revolución de la Argentina reprimida, no debe pasar desapercibida.

En este blog todos los tipos de cine tienen cabida, sea para alabar o para criticar. Al fin y al cabo, los errores son perfectos para aprender. En cualquier caso, analizar un film no supone convertirlo en un aburrido objeto de estudio, sino profundizar en su mensaje, en su contexto, en su producción… para obtener lo máximo que puede dar. Si me dejaran llevar tres cosas a una isla desierta con electricidad, no dudaría en coger un ordenador y dos películas para ver una y otra vez. Porque cada visionado sería diferente al serlo también mi perspectiva y conocimiento sobre el tema tratado.

La bondad y la maldad se intercalan
en La ley del silencio
El cine nos da tanto que nunca dejaré de estarle agradecido por su existencia. Doy las gracias por los decorados de El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), por el tierno Buster Keaton de El cameraman (Edward Sedwick y Buster Keaton, 1928), por la alegría del “Trolley song” de Cita en San Luis (Vincente Minnelli, 1944), por el padre que antepone su hija a su felicidad en Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949), por el modo de mascar chicle de Marlon Brando en La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), por el interrogatorio al niño de Los 400 golpes (François Truffaut, 1959), por Audrey Hepburn en la ventana tocando “Moon river” en Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), por la milimétrica planificación de atentados de La batalla de Argel (Gillio Pontecorvo, 1965), por el duelo final de El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966), por el juego de miradas de Bonnie & Clyde (Arthut Penn, 1967), por el reflejo del matrimonio de Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967), por los números musicales de Cabaret (Bob Fosse, 1972), por las emocionantes aventuras espaciales de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), por la genial absurdez de Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1988), por la declaración de amor por megafonía en un campo de concentración de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), por los movimientos sinuosos de Maggie Cheung en Deseando amar (Wong Kar-Wai, 2000), por la nostálgica música de Amelie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), por el popurrí en los tejados de Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), por la mezcla de espectacularidad e intimismo de El señor de los anillos, el retorno del rey (Peter Jackson, 2003), por la relación postal entre un viejo y una niña en partes opuestas del planeta en Mary & Max  (Adam Elliot, 2009) o por la reflexión sobre la existencia de El árbol de la vida (Terence Malick, 2011). Por todo esto y por muchísimos motivos más, doy gracias al cine por existir. Y tú, ¿por qué le das gracias?

Bienvenidos a la Estación del Fotograma Perdido. Una estación para cinéfilos y para espectadores ocasionales. Para cine comercial y cine experimental. Para cine clásico y cine moderno. Para cine americano y cine europeo. Para cine español y cine del mundo entero. Para cine alegre y cine serio. Para cine de entretenimiento y cine de revolución. En definitiva, para disfrutar del cine en todas sus formas. Si alguna vez reíste, lloraste o pensaste con una película, ésta es tu parada.


© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras


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