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The Assassin triunfó en los Golden Horse Awards: film, director, fotografía, vestuario & maquillaje y sonido |
Cuando el taiwanés Hou Hsiao-Hsien anunció
que su primera película en ocho años sería un wuxia, resultó imposible no pensar en los tres máximos exponentes
del cine contemporáneo de “las tres Chinas”: Wong Kar-Wai, Ang Lee y Zhang Yimou. Y es que todos ellos sucumbieron antes o después a la tentación de
lanzarse al género chino por excelencia. El primero lo hizo con las confusas Ashes of time (1994, rehecha en 2008 como
versión “redux”) y The grandmaster (2013), el segundo con la taquillera Tigre y
dragón (2000, ganadora de 4 Oscars) y el tercero con la colorida trilogía
compuesta de Hero (2002, nominada al
Óscar a mejor cinta extranjera), La casa
de las dagas voladoras (2004) y La
maldición de la flor dorada (2006), aportando cada uno su singular estilo a
un tipo de cine que los vio crecer, pero manteniéndose todos ellos dentro de
los parámetros del mismo. Menos cercano a cualquiera de ellos que a sus intimistas
compatriotas Tsai Ming-Liang (Viva el
amor, 1993) y Edward Yang (Yi Yi,
2000), Hou ha preferido llevarse las artes marciales a su personal terreno,
siendo pocos los puntos de encuentro entre The Assassin (Nie yin niang, 2015), libremente basada en un relato chuanqi, y los filmes mencionados más allá de la elegante realización y la
espectacularidad visual.
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Taiwán ha enviado The Assassin a los Oscars, que también deberían considerarla en categorías visuales |
Si algo caracteriza al subgénero de artes
marciales (sea cual sea su procedencia) es el realce de las escenas de acción,
engrandecidas por la combinación de intérpretes bien entrenados y
sobrecogedores encuadres. (Ahí están obras maestras tan dispares como Touch of Zen (King Hu, 1969) o Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004)
para demostrarlo.) Sin embargo, Hou Hsiao-Hsien apenas dedica unos minutos —eso sí, muy bien aprovechados— de
su decimonoveno film a los enfrentamientos físicos entre la protagonista —la
asesina del título— y sus desdichados antagonistas. En su lugar, el director de
las sutiles Ciudad doliente (1989) y Café Lumière (2004) prefiere centrar su
atención en los fantasmas que acompañan a un personaje no siempre convencido de
estar haciendo lo correcto. Así lo expresa él: “mi verdadera influencia son las películas japonesas de samuráis de Kurosawa y otros realizadores, donde lo verdaderamente importante son las filosofías que entraña ser un samurái y no las escenas de acción per se, que sólo son un medio para conseguir un fin”. Para esto cuenta con la carismática presencia de
Shu Qi, a quien ya habíamos contemplado en otras obras del cineasta (Millennium Mambo, 2001; Three times, 2005), pero nunca tan
sugerentemente hermosa (aunque los cardenales del rodaje no se los quita nadie). A ello ayuda enormemente la mirada de un director de
fotografía tan versado como Mark Lee Ping Bin, responsable también de parte
de la magnificencia visual de Deseando
amar (Wong Kar-Wai, 2000), quien parece dar vida propia a los llamativos trajes de Wen-Ying Huang y los estilizados decorados de Ding Yang Weng. ¿Y qué decir de la sinuosidad de montaje y sonido? The
Assassin es un perfecto ejemplo del cine como trabajo en
equipo, siendo el resultado magnífico precisamente porque cada uno de sus
creadores borda su imprescindible aportación (y porque todos actúan guiados por
un realizador merecedoramente laureado en el último Festival de Cannes).
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Los apasionantes carteles de The Assassin rebelan la fuerte tradición china donde se arraiga el film |
Desde las costuras menos perceptibles hasta los paisajes más impresionantes, el resultado de todo ello es una
de las creaciones más bellas que ha dado el séptimo arte. Pero sería un error
reducir The Assassin al plano visual:
la nueva película de Hou
Hsiao-Hsien es indudablemente preciosa, mas no preciosista, pues ninguno de sus
planos resultaría tan bello por sí solo sin la complejidad narrativa que lo
acompaña. Una complejidad narrativa que, lejos de ser incoherente, resulta
chocante para quienes no están familiarizados, bien con la particular puesta en escena del realizador, bien con la enredada historia de China (la cinta acontece al final de la Dinastía Tang (618-907), periodo que el cineasta estudió con esmero). Y es que Hou prescinde
de las explicaciones y rara vez presenta la información masticada, jugando con
la elipsis y el fuera de campo hasta límites prácticamente inabarcables,
pudiendo llegar a sacar al espectador de la película por completo (lo que sin
duda jugará en su contra de cara al Óscar a mejor película extranjera para el
que Taiwán la ha enviado a competir). Nos encontramos por tanto ante una obra
que debe visionarse más de una vez si se desea alcanzar una sumersión total en
su fascinante universo. Conseguido esto, el placer está garantizado.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
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