En
2001, el australiano Baz Luhrmann resucitó el cine musical (sobre el que podéis leer más en 'La alegría del musical') con la vibrante Moulin
Rouge, y, al año siguiente, Bob Marshall consiguió seis —excesivos— premios
Oscar para Chicago (2002). Todo parecía indicar la llegada de una nueva
edad dorada del género hollywoodiense por excelencia.
Sonrisas y lágrimas se intercalan en una de las películas más entretenidas del año |
Pero,
con la excepción de la trilogía adolescente iniciada por High School Musical (Kenny
Ortega, 2006) la popularidad del musical estadounidense no se ha recuperado. De
hecho, durante el inicio del siglo XXI apenas ha surgido una decena de
musicales (varios de ellos, independientes, como el fantástico Hedwig
and the angry inch, de John Cameron Mitchell, 2001) y ninguno ha estado
a la altura de Moulin Rouge o de los
grandes musicales de los años 50 y 60. No obstante, el género ha vivido un
pequeño impulso precisamente donde nunca destacó: en Europa.
El cine
europeo tiene fama de huir del escapismo y fomentar el realismo, dos características
en las antípodas del cine musical. Sin embargo, en los últimos años Europa ha
sabido adaptar su propio estilo al género, ofreciendo producciones tan
interesantes como la danesa Bailar en la oscuridad (Lars von
Trier, 2000), la española El otro lado de la cama (Emilio
Martínez-Lázaro, 2002), la francesa 8 mujeres (François Ozon, 2002), la
irlandesa Once (John Carney, 2006) o las británicas ¡Mamma Mía! (Phyllida
Lloyd, 2008) y Los miserables (Tom Hooper, 2012).
El póster de Amanece en Edimburgo revela su carácter alegre y escapista |
A estas
últimas se une ahora el musical romántico Amanece en Edimburgo (2013), que, al
contrario que los dos últimos títulos mencionados, tiene esencia escocesa y no
inglesa, así como un claro afán escapista que recuerda más a los musicales
estadounidenses que a los europeos (con la única excepción de ¡Mamma Mía!). Y es que, como sucedía con
el musical basado en la discografía de ABBA, el guión —la historia— de Amanece en Edimburgo está a completa
disposición de las canciones, hasta el punto de importar poco o nada. Así, las
acciones de los personajes quedan, a menudo, injustificadas y los puntos de
giro de las tres historias de amor están más forzados que el final de Los
Serrano (2003).
No
puedo decir que la irreverencia de la narración sea perdonada, porque tal grado
de insensatez no debería permitirse ni siquiera en este género. Para colmo, el guión es sexista y transmite la sensación de que las mujeres tienen derecho a montar escándalos absurdos y los hombres obligación de ponerles solución. Pero lo cierto
es que la película sigue siendo una de las más divertidas del año a pesar de
ello. Y es que el sentimiento de alegría que transmite no podría ser mayor y ésa es una de las claves del género.
Kevin Guthrie y Freya Mavor encarnan a la típica pareja donde él sueña con ella y ella con el mundo |
A ello
contribuye el atractivo y simpático reparto protagonista (Peter
Mullan, Jane Horrocks, George Mackay, Antonia Thomas, Freya Mavor
y Kevin Guthrie), pero éste no
tendría interés alguno de no contar con las fantásticas canciones del grupo
escocés The Proclaimers, formado por
los gemelos Charlie y Craig Reid, a quienes se debe el éxito absoluto de la
obra (pese a que contribuyeran poco directamente a la misma).
De
hecho, la película está basada en la obra
teatral del mismo nombre, que, a su vez, debe la denominación al segundo disco
de The Proclaimers, publicado en 1988. Dicha producción teatral surgió de la
mente del guionista Stephen Greenhorn,
quien tuvo la idea mientras escuchaba el primer disco del grupo, This is the Story y la escribió en el
reverso de un sobre. Tras conseguir los permisos de los hermanos Reid,
Greenhorn desarrolló la idea con su amigo James Brinning, director artístico
del Dundee Repertory Theatre y, finalmente, el musical fue estrenado en 2007 en
Escocia, donde fue todo un éxito y ganó el premio TMA al Mejor Musical del Año.
Foto de grupo con The Proclaimers, el director Dexter Fletcher y parte del reparto de Amanece en Edimburgo |
Y no es
para menos. Canciones como la divertida “I’m on my way”, la emocionante “Over and done with”, la romántica “Make
my heart fly” —sin duda el momento más mágico del film gracias a la tierna mirada de Guthrie y la dulce voz de Mavor—, la emotiva “Sunshine on Leith”
y la vibrante “I’m gonna be (500 milles)” tienen
la mezcla perfecta de ritmo y emotividad, lo que las hace ideales para definir
los sentimientos de los personajes de un musical. Todas ellas funcionaron bien
en la producción teatral y vuelven a triunfar en la versión cinematográfica,
pese a que las voces del reparto no son necesariamente brillantes (lo que da al
film un aire de naturalidad y despreocupación en la línea de ¡Mamma Mía!). Por desgracia, como suele suceder cuando son las canciones las que dan lugar a la historia y no al revés, muchas de ellas están metidas con calzador, dando lugar a momentos por completo prescindibles (especialmente en el pesado segundo acto).
Y es que, tal y como expliqué en el artículo ‘El cine y el teatro: similitudes y diferencias de artes hermanas’, lo que funciona en el teatro no siempre lo hace
en el cine. Así, en el teatro la historia queda a menudo en un segundo plano en
relación al espectáculo, mientras que en el cine ambos elementos deben ir de la
mano. Eso explica la irregular acogida que el film ha tenido entre el público
fuera de su país, así como el triste 5,9 de Filmaffinity y el mejorable 6,7 de
IMDB, que contrastan con el 92% de críticas positivas de Rotten Tomatoes, que
demuestra que la crítica especializada está dispuesta a fomentar el renacer del
género como sea.
Jane Horrocks y Peter Mullan son el clásico matrimonio feliz que se enfrenta a una hija sorpresa |
Así, al contrario que Bailar en la
oscuridad u Once, Amanece en Edimburgo es una película
dirigida al público del género musical. Es decir: quienes salieron enfadados de
la proyección de Sweeney Todd (Tim Burton, 2007) no deberían siquiera acercarse
a este film escocés porque es en las actuaciones musicales donde reside su
única fuerza, quedando todo intento de rozar el dramatismo paliado por los
tópicos y la insensatez.
Sin
duda la dirección de Dexter Fletcher,
cuya primera película (el drama criminal Wild Bill, 2011) le valió una
nominación a los BAFTA a mejor debut de un británico, se ha visto ensombrecida
por la del director musical, Paul
Englishby. No obstante, ambos sacan lo mejor de las localizaciones escocesas auténticas, que confeccionan una bella y
original atmósfera para el musical (pese a que quienes han vivido allí saben
que los días soleados no abundan tanto en Edimburgo como la película da a
entender). El director de fotografía George
Richmond y el montador Stuart
Gazzard ayudan a convertir a la ciudad en un protagonista más de la
historia (de hecho, como personaje es más relevante que cualquiera de los inútiles
secundarios).
La historia de amor entre George Mackay y Antonia Thomas sirve para reírse del contraste Escocia-Inglaterra |
En
definitiva, Amanece en Edimburgo es
una película que podría haber conquistado el mundo de contar con una historia
mínimamente interesante, pero que, aún así, ofrece una hora y media de espectáculo
y, lo que es más importante, de sonrisas. Una vez más, quiero reivindicar el
carácter escapista del séptimo arte, así como su potestad de hacernos olvidar
cualquiera de nuestros problemas mientras la sala de cine permanece a oscuras.
¿Qué queremos? ¡Más musicales! ¿Cuándo los queremos? ¡Ahora!
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
A mi la película me gustó, pero la verdad es que la historia era tonta a más no poder; por suerte la tontería resultaba alegre mezclada con las canciones.
ResponderEliminarUff... me da a mi que no voy a ver esa peli,.. ¿Queremos más musicales? NOOO jijiji
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