J. A. Bayona y Raúl Arévalo compartieron los honores de la 31ª edición de los Premios Goya |
La gran interpretación de Roberto Álamo dio a Que Dios nos perdone su único Goya |
Anna Castillo se impuso a Ruth Díaz, receptora del Premio Orizzonti de Venecia por Tarde para la ira |
Pese al innegable dominio de los dos filmes
mentados, el palmarés tuvo cabida para todas las favoritas: el académico
thriller El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez —mejor actor revelación para Carlos Santos y mejor guion adaptado para el realizador y su habitual
colaborador Rafael Cobos,
premiados juntos ya por La isla mínima
(2014) y nominados previamente por 7
vírgenes (2005), After (2009) y Grupo 7 (2012)—, el nostálgico drama El olivo, de Icíar Bollaín —mejor
actriz revelación para la maravillosa Anna Castillo, quien dedicó el
galardón a su contrincante, compañera y amiga del alma Belén Cuesta (lo
mejor de Kiki: el amor se hace,
con la que Paco León volvió a irse de vacío) y reaccionó con un fresco «Perdón, ¿me están echando?» al
escuchar el tic tac que pedía fin a su discurso, el cual fue afortunadamente
poco empleado gracias a la contención de la mayoría de premiados—, el
emocionante thriller Que Dios nos perdone, de Rodrigo
Sorogoyen —mejor actor para el gran Roberto
Álamo, que logra así dos premios de dos nominaciones: ya ganó como
secundario por La gran familia española
(Daniel Sánchez Arévalo, 2011) por encima precisamente de Antonio de la Torre, quien lo recibió por AzulOscuroCasiNegro (curiosamente, también de Sánchez Arévalo,
2006) pero lleva seis derrotas seguidas—, el emocionante drama bélico de aventuras 1898.
Los últimos de Filipinas, de Salvador Calvo (que arrebató a La
reina de España, del mítico pero polémico Fernando Trueba, el único
Goya técnico que dejó libre Un monstruo
viene a verme: mejor vestuario) y, claro está, Julieta, un particular melodrama
que, pese a suponer el regreso del mejor Pedro
Almodóvar (que la ha
estrenado en más de 50 países), sólo ha podido hacerse con el entorchado
a mejor interpretación femenina gracias al trabajo de Emma Suárez (representante de todo el reparto tras el triste olvido
de Adriana Ugarte y Rossy de Palma).
Emma Suárez evitó que dos de los mejores filmes del año se fueran de vacío: Julieta y La próxima piel |
Ciertamente la 31ª edición de los
Goya ha supuesto la gran noche de Emma Suárez, quien ha emulado el triunfo de
Verónica Forqué (premiada
en 1987 como mejor actriz por La vida
alegre, de Fernando Colombo, y como mejor secundaria por Moros y cristianos, de Luis García Berlanga)
al hacerse también con el otro Goya al que optaba: mejor actriz de reparto por La
próxima piel, de Isa Campo e Isaki Lacuesta, pequeño filme que llevó hacer
más de una década y ha sido reivindicado por muchos como uno de los mejores del
año. Siendo objetivos, el primer premio lo merecía Bárbara Lennie (absolutamente maravillosa en María (y los demás), de
Nely Reguera) y el segundo, María Pujalte (que no estaba siquiera nominada por La noche que mi madre mató a mi padre,
de Inés París), pero lo cierto es que la actriz madrileña no recibía Goya
alguno desde El perro del hortelano
(Pilar Miró, 1996) y el 2016 ha supuesto un grandísimo año para ella (también
ha participado en Las furias, de
Miguel del Arco, y Falling, de Ana
Rodríguez Rosell). Por cierto, ¿qué comparten gran parte de los últimos filmes
mencionados? Pues estar dirigidos por mujeres, un dato importante considerando
que tan sólo 11 candidatos en las distintas categorías este año lo eran por largometrajes
de directoras. Con razón Dani Rovira reivindicó en tacones la existencia de más
«mujeres que hagan
películas con mujeres… para todo el mundo», uno de los temas más comentados de
la noche en compañía del referente al hecho de que sólo el 8% de los
intérpretes de este país vive de su trabajo, una realidad que nos recuerda que
la popularidad internacional de Penélope
Cruz (que, sí, volvió a ser la reina de la elegancia) no es más que la
excepción a la regla.
Silvia Pérez Cruz optaba a 2 Goya por Cerca de tu casa: actriz revelación y canción; sólo ganó el segundo |
Por cierto, tras presentar tres ceremonias
seguidas, Dani Rovira estaba más
relajado que nunca y eso se ha notado, resultando tanto sus reivindicaciones («a
los políticos les vamos a dedicar el mismo tiempo que ellos han dedicado a la
cultura») como sus bromas («¿qué tal se ve la gala en 3D, Almodóvar?») tan
correctas como acertadas. No puede decirse lo mismo de la realización, que
volvió a ser bastante torpe… Y no: la excusa del directo no sirve: ¿a quién se
le ocurrió situar consecutivamente el morreo de Rovira y Karra Elejalde (nominado por la emotiva 100 metros, donde compartía cartel con el primero) y el momento In
memoriam? Sin comentarios. En cualquier caso, no fue Rovira, sino Silvia Pérez Cruz quien protagonizó el
mejor momento de la gala al aprovechar su victoria con la canción “Ai, ai, ai”
de Cerca
de tu casa, de Eduard Cortés (reivindicativa cinta
por la que también estaba nominada como actriz revelación) para entonar el
reivindicativo “No hay tanto pan” en honor de los desahuciados. «Es indecente:
gente sin casa y casa sin gente», reza la letra; la piel de gallina. También Ana Belén se mostró peleona al
agradecer el Goya de Honor que tanto se merecía: «salud y trabajo para
esta profesión, que no se merece tanto desprecio de sus gobernantes» (bueno, y
al preguntar con gracia y salero por qué nadie tenía previsto que necesitaría
una botella de agua durante el discurso, algo que ya había pedido poco antes la
propia presidenta de la Academia).
Ni Penélope Cruz ni Pedro Almodóvar ganaron... Pero tampoco lo necesitan |
A destacar, por último, los
merecidísimos reconocimientos a Frágil equilibrio, de Guillermo
García López (mejor documental); Psiconautas, los niños olvidados, de
Pedro Rivero y Alberto Vázquez (mejor película de animación); Elle,
de Paul Verhoeven (mejor película europea), y El ciudadano ilustre, de Mariano
Cohn y Gastón Duprat (mejor película iberoamericana). Con respecto a los
cortos premiados —Decorado, Alberto Vázquez (animación); Cabezas habladoras, de Juan
Vicente Córdoba (documental) y Timecode, de Juanjo Giménez Peña
(ficción)—, ante la imposibilidad de verlos dada la pésima distribución de la
que goza este infravalorado arte, me remito a las ingeniosas palabras de este
último: «quiero dar las gracias a la Academia por permitir que los
largometrajes compartan la gala con nosotros. El largo puede ser una estupenda
carta de presentación, animaría a los largometrajistas a que den el salto al vacío».
Yo, desde aquí, animo a los académicos a hacer mejor sus deberes el año que
viene y no limitarse a los films —o, mejor dicho, lo dramas— sobre los que todo
el mundo habla, ya que poco puede achacarse al palmarés de este año al margen
de su soporífera previsibilidad.
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