16 septiembre 2015

¿Por qué escalar el ‘Everest’?: experiencia 3D sobrecogedora

Algunas personas sueñan con ser astronautas; otras, con dar la vuelta al mundo; otras, con ganar un concurso musical. Y otras, solo unas pocas, sueñan con subir a lo más alto del Everest, la montaña más alta del planeta (8848 metros sobre el nivel del mar). A estos últimos va dedicada Everest, la nueva película de Baltasar Kormákur, realizador de 101 Reikiavik (2002, Premio Discovery en Toronto), Las marismas (2006, mejor película en Karlovy Vary) y Contraband (2012), exitoso debut en Hollywood apadrinado por Working Title, popular productora británica que aprendió así a confiar en él.

Jason Clarke en Everest (Baltasar Kormákur, 2015)
Aunque Jason Clarke es escalador, dice que no escalaría
el Everest porque "hay mejores picos que escalar"
Como ya hizo en Lo profundo (2012), el cineasta hispano-islandés se interesa por la supervivencia del hombre en circunstancias naturales extremas, esta vez partiendo de un guion de William Nicholson —nominado al Óscar por Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993) y Gladiator, de Ridley Scott, 2000)— y Simon Beaufoy —ganador del Óscar por Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008) y nominado por Full Monty (Peter Cattaneo, 1997) y 123 horas (Danny Boyle, 2010)—. Por desgracia, los dos guionistas no han parecido llevar del todo bien el trabajo conjunto, pues es en el guion —esqueleto de todo film— donde encontramos el gran bache de Everest.

A fin de cuentas, ¿qué es lo primero que deseamos conocer de unos personajes dispuestos a arriesgar sus propias vidas por conquistar el Everest? Muy sencillo: ¿por qué? ¿Por qué acercarse tanto a la muerte cuando se tiene una familia en casa esperando? ¿Por qué dedicar tanto dinero y esfuerzo a una tarea tan dura y, aparentemente, frustrante? Durante sus casi dos horas de duración, Everest apenas dedica unos minutos a estas cuestiones, dejando todas nuestras dudas en el aire; el tema de la película es —o debería ser la necesidad del ser humano de ponerse a prueba y superarse a sí mismo, así como el vacío experimentado al quedar inmerso en un bucle de apacible rutina, pero eso es algo que no exploran los diálogos. En su lugar, la cinta se recrea en las relaciones entre los escaladores, el personal auxiliar y las familias que esperan en casa, dando lugar a escenas ya masticadas por innumerables superproducciones hollywoodienses. Quizá por ello está el laureado compositor Dario Marianelli, ganador del Óscar por Expiación (Joe Wright, 2007), tan poco inspirado.

Cartel de Everest (Baltasar Kormákur, 2015)
El cartel de Everest deja claro
quién es el protagonista, aunque
presume del impresionante reparto
Además, el grandísimo número de personajes impide profundizar en la personalidad de cualquiera de ellos, prestando la cámara del neoyorkino Salvatore Totino mucha más atención a la amenazadora majestuosidad que los rodea que a ellos mismos. De este modo, el impresionante reparto  encabezado por Jason Clarke (quien obtuvo el papel cuando Christian Bale lo rechazó para protagonizar la denostada aunque visualmente impresionante Exodus: dioses y reyes de Ridley Scott) queda completamente desaprovechado. Jake Gyllenhaal, Josh Brolin, John Hawkes, Michael Kelly y Sam Worthington apenas disponen de unos segundos para diferenciarse los unos de los otros, mientras que Robin Wright, Emily Watson, Keira Knightley y Elizabeth Debicki quedan relegadas al manido papel femenino sufridor-pasivo de cintas como Apolo XIII (Ron Howard, 1995) o Armageddon (Michael Bay, 1998). Por cierto, contar con tantos nombres conocidos en películas de catástrofes es una tradición comenzada en los años 70 con clásicos como Aeropuerto (George Seaton, 1970), La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) o El coloso en llamas (John Guillermin y Irwin Allen, 1974). [Más al respecto en 'Lo imposible y otras películas decatástrofes'.]

Los interiores de Everest se rodaron en los estudios
Cinecittà de Roma y los Pinewood de Reino Unido
Dicho esto, Everest es una película que merece ser disfrutada en pantalla grande, a ser posible en 3D, porque, tal y como hizo Gravity (Alfonso Cuarón, 2012) hace un par de años, sumerge al espectador en una experiencia que, con gran probabilidad, nunca vivirá de otra manera. A partir de varios libros y entrevistas con los supervivientes, la cinta narra la tragedia ocurrida en el monte Everest el 10 de mayo de 1996, en la que ocho alpinistas fallecieron debido a una terrible tormenta, y convierte al espectador en protagonista gracias al impresionante uso del 3D, que saca enorme partido de unos efectos visuales relativamente sutiles pero sobrecogedores que, al igual que el envolvente montaje de sonido, tienen grandes posibilidades de ser la única presencia de la cinta en los próximos Oscars. Rodada en exteriores entre Nepal, los Alpes italianos y la falda del monte que le da título, Everest falla a la hora de responder a nuestras preguntas, pero, a fin de cuentas, probablemente nunca nos las habríamos planteado de no ser por ella. Y, tras disfrutarla, es imposible seguir contemplando las cimas del mundo con los mismos ojos.


© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras

1 comentario:

  1. La gran baza de esta película es la fotografía, a pesar de ello, parece que durante la segunda mitad de la película se olvidan de ello y los espectadores quedamos relegados a ver escenas normalitas.
    Y me defraudó un poco lo desaprovechadas que estaban varias de sus estrellas, de cualquier forma, es una experiencia recomendable.

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