03 julio 2018

'Han Solo: Una historia de Star Wars': oportunidades (des)aprovechadas

Han Solo, hasta ahora encarnado por el gran Harrison Ford, es uno de los personajes más populares del universo Star Wars. Para muchos, de hecho, es el héroe galáctico por antonomasia, aun cuando hasta ahora nunca había protagonizado su propio film. Su spin-off era, por consiguiente, anhelado y temido a partes iguales. Y el resultado, lamentablemente, no ha sido el esperado, aun cuando Han Solo: Una historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018) dista mucho de ser un desastre.

Han Solo: Una historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018)
Alden Ehrenreich se transforma en el joven Han Solo
Una producción harto rocambolesca que incluyó la sustitución de Chris Miller y Phil Lord a última hora por el veterano Ron Howard (oscarizado por el drama Una mente maravillosa (2001), pero recientemente aficionado a la acción) ha desembocado en una obra parca en personalidad. Lawrence Kasdan, que ya cofirmó El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983) y El despertar de la Fuerza (J. J. Abrams, 2015), ha colaborado esta vez con su propio hijo, el mucho más inexperto Jonathan Kasdan, presentando un guion al que poco puede echarse en cara más allá de la falta de riesgo, evitando el ridículo de determinadas escenas de las precuelas pero también su poder de fascinación. La propia dirección de Howard y sus predecesores (resulta difícil ver la huella de cualquiera de ellos) parece conformarse con salvar los muebles, ofreciendo pocos momentos de verdadero impacto y malgastando escenas tan míticas como aquellas en las que el joven Han Solo se cruza por primera vez con su inseparable Chewbacca, su eterno rival Lando Calrissian y, cómo no, su amado Halcón Milenario. Resulta difícil no emocionarse en esos momentos, sí, pero más por la evocación de tiempos (y films) pasados que por lo que estrictamente se está contemplando.

Cartel de Han Solo: Una historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018)
Han Solo presenta muchos personajes
nuevos, pero pocos memorables
También el reparto, plagado de estrellas, está desaprovechado. Aunque correctos, Woody Harrelson, Thandie Newton, Phoebe Waller-Bridge y Paul Bettany apenas ofrecen algo nuevo, misión que sólo logra por momentos Emilia Clarke gracias a la ambigüedad de una personaje femenino inusual en la franquicia. Pero ella misma, Madre de Dragones de Juego de Tronos, podría y debería haber dado mucho más. La falta de emoción desplegada durante su reencuentro con el protagonista, de hecho, es sencillamente lamentable. Y así llegamos a Alden Ehrenreich, afortunado elegido para dar vida a la versión joven de Han Solo, a quien hasta ahora sólo habíamos visto protagonizar la ridícula Hermosas criaturas (Richard LaGravenese, 2013) y la sencilla La excepción de la regla (Warren Beatty, 2016), eso sí, con roles secundarios en las muy superiores Stoker (Park Chan-wook, 2013), Blue Jasmine (Woody Allen, 2013) y ¡Ave, César! (Joel y Ethan Coen, 2016). Para sorpresa de muchos, él se cuenta entre lo mejor de la función, logrando el imposible de evocar al icónico Harrison Ford sin caer en la caricatura. Está lejos de aquel, por supuesto, pero bastante más cerca de lo que la mayoría habría logrado en su lugar. Nada que reprochar tampoco a Donald Glover como el joven Lando Calrissian (tomando firmemente el relevo de Billy Dee Williams), si bien dicho personaje siempre se ha antojado cargante.

Que las interpretaciones y los propios personajes (que incluyen una mujer robot bastante simpática a la que muchos ya tachan, para mal, de la nueva Jar Jar Binks) sean flojos se debe en gran medida a lo poco que nos importa lo que hagan o digan. Y es que la acción es demasiado simplona y banal durante gran parte del metraje, alcanzando tan sólo algo de interés durante un tramo final que resulta forzado (bueno, y lo es, reaparición de mítico villano mediante). Para colmo, el diseño de producción de Neil Lamont (que debutó precisamente con Rogue One, de Gareth Edwards, 2016, tras años dedicado al universo Harry Potter como supervisor de arte) parece anclado al pasado y la excesivamente fría fotografía de Bradford Young (candidato al Oscar por La llegada de Denis Villeneuve, 2016) fracasa a la hora de ofrecer la personalidad estética de la que, liberada de las ataduras de la odisea Skywalker, sí gozó el recién mentado primer spin-off galáctico: en muchos casos, sencillamente, no vemos nada, sensación tristemente extensible a toda una obra que se lo pone demasiado fácil a los detractores de la prolongación de la saga aun cuando, siendo justos, ofrece otro divertido trampolín a esa galaxia muy muy lejana que tanto nos ha dado.

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