Desde que empezó a hacer acto de presencia en
el cine, la homosexualidad ha estado ligada a la segunda parte del vocablo,
hasta el punto de que prácticamente no se concibe una película protagonizada
por homosexuales sin algún instante subido de tono. Según la obra, esta
decisión puede verse, bien como un resquicio más de homofobia, bien como todo
un acto de reivindicación, pero muchas de estas escenas están sencillamente fuera
de lugar, aportando poco o nada al desarrollo de la acción y los personajes más
allá de recordarnos que estos, efectivamente, tienen —como la mayoría de la
población mayor de edad— relaciones sexuales. No es este el caso de las grandes
obras de temática LGTB que nos ha regalado el cine francés últimamente, comenzando
por La vida de Adele, de Abdellatif
Kechiche, y El desconocido del lago,
de Alain Guiraudie, aclamadas a su paso por el Festival de Cannes del 2013, y,
ahora, la extraordinaria Theo y Hugo, París 5:59, una película más humilde pero
igual de hermosa que ha pasado tristemente desapercibida pese a contener (al igual
que sus dos predecesoras) una de las historias de amor homosexual —o de amor, a
secas— más maravillosas que recuerda el séptimo arte.
Geoffrey Couët y François Nambot se estrenan en la gran pantalla con Theo y Hugo, París 5:59 |
Theo y Hugo, París 5:59 (Théo
et Hugo dans le même bateau, 2015) es innegablemente la mejor película de Olivier Ducastel y Jacques Martineau, pareja de realizadores galos a la que debemos Jeanne
y el chico formidable (1998, nominada al César a mejor dirección novel), Drôle
de Félix (2000), Mi verdadera vida en Rouen (2002), Crustacés et coquillages (2005), Nés
en 68 (2008) y Family Tree
(2010), todas ellas con la homosexualidad como tema, sea principal o
secundario. La cinta comienza en un club de sexo dominado por el deseo carnal
masculino, curioso contexto en el que se conocen, entregan y enamoran Theo y
Hugo (Geoffrey Couët y François Nambot, ambos debutantes,
ambos maravillosos). Y es que, evitando los prejuicios que suelen acompañar a
esta clase de ambientes, la cinta introduce a dos jóvenes inseguros, apacibles,
soñadores… y dispuestos a encontrar a su media naranja. Mas al igual que no
renuncian ambos por ello al placer sexual más extremo, la envolvente cámara de Manuel Marmier no tiene reparos en
retratar su encuentro en todo su ardor, presentando un tratamiento que sería
tachado de mera pornografía de no estar por completo justificado de cara a lo
que está por venir. Y es que, dejados atrás el anonimato y la lujuria del
local, los dos jóvenes se desvelan como almas sensibles ávidas por conocerse
mutuamente y comprobar si su conexión sexual puede ser el primer paso de algo
mucho más grande y hermoso.
Theo y Hugo, París 5:59 se llevó el Teddy Award del público a mejor cinta LGTB de la última Berlinale |
Así, nada más salir del club, la
cinta pasa a beber plenamente de la magnífica saga iniciada por Antes del amanecer (Richard Linklater,
1995) [más al respecto aquí], a la que emula con diálogos originales filmados prácticamente en tiempo
real que sirven al espectador para conocer a los personajes y a estos para
conocerse entre ellos. A ello se suman, a su vez, las pequeñas historias de
otros protagonistas de la noche parisina a los que la sociedad suele dejar de
lado, tales como el dependiente sirio de la tienda de kebab que ha encontrado
la libertad lejos de su país o la anciana movida por una pensión insuficiente a
tomar cada día el primer metro para ir a trabajar de limpiadora. Indudablemente
lo que más distingue esta producción de la saga mencionada (al margen, por
supuesto, de que en aquella el sexo actúa de posible y ambigua meta y en
esta, de explícito punto de partida) es el desesperanzado punto de giro introducido por el perspicaz
guion: el temor de Theo a haber contraído el VIH que porta Hugo.
El cartel de Theo y Hugo, París 5:59 enfatiza la lujuria de la primera escena |
Y es que, dado
el fragor del encuentro, ambos han sido insensatos: el primero, por proceder al
sexo sin condón y el segundo por no mencionar ser portador de tan aterrador
virus. Así es cómo la cinta torna, tanto en un manual de instrucciones de qué
hacer en caso de cometer la misma imprudencia que los personajes, como en un
acto de reivindicación que nos insta a no bajar jamás la guardia en lo que al
sexo con desconocidos se refiere. Pero tan peligroso elemento, lejos de acabar
con él, fortalece e impulsa el romanticismo de la cinta, volviéndose
prácticamente invencible el repentino cariño que se profesan los personajes al ser capaz de sobrevivir (al menos por el momento) a tan dura
prueba. Mientras Antes del amanecer planteaba
a sus protagonistas una inevitable caducidad desde el principio, Theo y Hugo, París 5:59 —que, frente al contrarreloj de aquella,
celebra el paso del tiempo, siempre hacia adelante, siempre hacia las 5:59... y
más allá— ofrece un constante “y después qué” atrapado entre la ilusión que los
rostros de los protagonistas reflejan y la consciencia de no haberse conocido
precisamente en las circunstancias más románticas. Pero ya lo dijo Fray Luis de León
en el siglo XVI: “el amor verdadero no espera a ser invitado”.
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