Si te gustaron Full
Monty (1997) y Billy Elliot
(2000), no puedes perderte Pride (2014)…
Así se anunciaba recientemente una de las mejores películas del año, una
comedia sobre la unión entre una asociación LGTB y un pequeño pueblo minero durante el mandato de Margaret Thatcher. Pero, ¿está justificada la conexión entre los
tres títulos o es una mera estrategia comercial? Pues, por una vez, la publicidad
ha dado en el clavo, porque las tres películas —todas ellas muy recomendables—
comparten mucho más que el tono y la nacionalidad. A ellas va dedicado este
artículo como celebración del Día del Trabajador.
Pride deja de lado los efectos negativos que la huelga tuvo el movimiento sindical y se centra en el mensaje positivo |
Dirigida por el dramaturgo británico Matthew Warchus (quien, hasta ahora, sólo tenía otra película en su
haber: Círculo de engaños, 1999), Pride
(Orgullo) nos traslada al
Reino Unido en 1984, cuando el desastre laboral causado por la mano de hierro
de Margaret Thatcher dejó a muchas familias en la calle. En medio de la
desesperación, un grupo de gais y lesbianas decide crear el LGSM (Lesbians and Gays Support Miners), recaudando
una gran suma de dinero que los prejuicios les impiden emplear para lo que
desean: ayudar a los parados. Al final, un pequeño pueblo de mineros acepta, no
sin reservas, la ayuda, dando pie a una curiosa y divertida alianza. Confeccionada
por el escritor novel Stephen Beresford,
la cinta parte de una maravillosa historia real y cuenta con la excelente
presencia de Bill Nighy (ganador del
BAFTA por Love Actually, de Richard
Curtis, 2003), Imelda Staunton (nominada
al Óscar por El secreto de Vera Drake,
de Mike Leigh, 2004) y Dominic West (protagonista
de la excelente serie The Wire) junto
a los rostros menos conocidos pero igualmente fantásticos de Andrew Scott, Ben Schnetzer, Monica Dolan,
George MacKay, Paddy Considine, Joseph Gilgun,
Sophie Evans, Jessie Cave y Freddie Fox.
La película fue nominada al Globo de Oro a mejor comedia/musical, obtuvo el
BAFTA a mejor debut británico del año y triunfó en los British Independent Film
Awards.
Jamie Bell vivió una infancia parecida a la de Billy Elliott al ser ridiculizado por dar clases de baile |
La huelga de mineros de 1984 es también el contexto de Billy
Elliot (Quiero bailar), que contrapone la violenta lucha de los
trabajadores al anhelo de un niño (Jamie
Bell, BAFTA a mejor actor) por, sencillamente, bailar. Como sucede en Pride, el pequeño Billy debe enfrentarse a los prejuicios de la
sociedad, que no ve con buenos ojos el camino que ha decidido seguir. A
diferencia de los personajes de dicha cinta, Billy no es homosexual, pero no
por ello deja la homofobia de ponerse en su camino. Y es que el carácter
femenino asociado a la danza pone al chico entre la espada y la pared: entre su
conservador padre (Gary Lewis) y su liberal
profesora de baile (Julie Walters, BAFTA a mejor actriz secundaria),
entre sus supuestas obligaciones y sus irrefrenables deseos, entre lo que la
sociedad tiene deparado para él y las inesperadas posibilidades que se abren
ante sí. Como sucede en Pride, encontramos un claro contraste entre el liberalismo de la gran ciudad y el conservadurismo del extrarradio, derivado principalmente del desconocimiento. Contra todo pronóstico, no es él, sino su mejor amigo, quien es
homosexual, siendo todo el film una bella reflexión sobre la aceptación del
diferente y la búsqueda de la identidad. No en vano la dirección corrió a cargo
del entonces debutante Stephen Daldry,
quien seguiría sorprendiendo con joyas como Las
horas (2002) y The reader (2008),
coleccionando tres candidaturas a los Óscars. Por su parte, el guionista Lee Hall escribiría Caballo de batalla (Steven Spielerg,
2011) una década más tarde. Ambos fueron nominados al Óscar por Billy Elliot, que también dio a Walters
su última candidatura al galardón hasta la fecha.
La canción "You can leave your hat on", versionada por Tom Jones, es clave del tono del film |
Aunque Full Monty, ópera prima de Peter Cattaneo, no está ambientada en
un año concreto, podría perfectamente haber tenido lugar en 1984 a la par que
las dos cintas anteriores. Su tema es el cierre de la fábrica de acero de
Yorkshire, que dejó sin trabajo a casi toda la población masculina, supuesta
responsable de la estabilidad en el hogar. En medio de la desesperación, un
grupo de parados decide organizar un espectáculo de strip-tease que pondrá
patas arriba las convicciones del pueblo y sus relaciones con sus familiares y
amigos. Hipócritamente, ver jóvenes mujeres desnudándose resulta mucho menos
escandaloso que contemplar a hombres maduros haciendo lo mismo para salvar sus
hogares. Protagonizada por Robert Carlyle (BAFTA a mejor actor), William Snape, Mark Addy, Tom
Wilkinson (BAFTA a mejor actor secundario), Steve Huison, Paul Barber y Hugo Speer, la cinta aborda temas tan serios como los derechos
paternales, la depresión, la impotencia, la obesidad, la lucha de clases, el
suicidio y, nuevamente, la homosexualidad. Al respecto de esto último, importa
menos el inesperado romance gay que el propio giro que dan los protagonistas a
la supuesta división entre géneros e identidades sexuales. Nuevamente, la música se convierte en clave de la narración, dando lugar a momentos muy distintos a los habituales del estricto género musical. De hecho, además de imponerse en los BAFTA al mismísimo Titanic de James Cameron, la película ganó el
Óscar a mejor banda sonora de comedia/musical (recogido por la compositora pop Anne Dudley) y fue nominada en los
apartados correspondientes a mejor película, director y guion original. El
artífice de este último, Simon Beaufoy,
ganaría la estatuilla una década más tarde gracias a Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008).
Nos encontramos, por tanto, ante tres películas realizadas
por personas bastante inexpertas que, como los propios protagonistas de las
mismas, encontraron la fuerza en la unión (como prueban los importantes
galardones obtenidos por todas ellas, inusuales en este tipo de obras). Todas
ellas logran algo que la cinematografía británica sabe hacer muy bien: abordar hechos
dramáticos con sencillez y humor (¡y música, claro!), pero sin dejar de lado la verosimilitud y la
elegancia. Aunque tan sólo Pride convierte la homosexualidad en su tema principal, las tres giran en torno a la
identidad de género, así como el rol masculino en una sociedad que condena el sexismo
pero carga al hombre de obligaciones por el mero hecho de serlo; curiosamente,
entre los personajes femeninos (secundarios en los tres casos, pero más relevantes con el paso de los años) suele encontrarse a los más sensatos
y liberales, pero también a los más machistas y conservadores. La clave del
éxito de estas tres comedias sociales consiste en enlazar esa temática con el
problema laboral, consiguiendo que prácticamente cualquier espectador se
identifique, al menos, con uno de los dos temas —una de las dos luchas— y, por tanto, esté más
receptivo a la hora de asimilar el esperanzador mensaje que transmiten. La
unión hace la fuerza. Y aprender, no sólo a aceptar, sino a entender al
diferente es imprescindible para forjar el mundo que la sociedad contemporánea
se merece.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
Me han encantado tanto Pride como Billy Elliot pero Full Monty no la he visto aún y después de leer este artículo me han entrado muchas ganas de verla.
ResponderEliminarJuan,
ResponderEliminarenhorabuena por la reseña,he disfrutado mucho de la conexión que estableces entre las tres películas,los trasfondos de crisis económica y social y la reflexión sobre la identidad de género.Los ingleses son muy certeros como dices a la hora de abordar hechos dramáticos con humor y sencillez.
Un saludo