Lo que mal empieza, mal acaba. Y la trigésimo segunda edición de los Premios Goya no pudo empezar peor, con
dos presentadores completamente fuera de lugar que no lograron despertar
carcajadas ni recurriendo a los golpes más bajos imaginables: que Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla no vuelvan, por favor. Entre eso, la falta de ritmo (pasada la
hora y media apenas se había dado galardón de interés alguno) y los errores de
producción de principiante (sobres que no aparecían a tiempo, planos que
desvelaban el teleprónter o las nada estéticas butacas vacías, etc.), el
resultado fue uno de los peores que se recuerdan aun cuando, por suerte, el
canto feminista logró que la noche fuera memorable en el mejor sentido del
vocablo.
Isabel Coixet y Carla Simón fueron el rostro del éxito del movimiento #MásMujeres |
Así, Nora
Navas, vicepresidenta segunda de la Academia, prometió un paso adelante por
la paridad, por la igualdad de oportunidades y para derrotar la superioridad de
género, responsable de la violencia de género, Leticia Dolera y Paula Ortiz
recordaron que las mujeres constituyen la mitad del mundo… y la mitad de la imaginación,
y finalmente La Terremoto de
Alcorcón trajo datos
tan deprimentes como que no había una sola mujer nominada en categorías como
fotografía, música, animación o sonido, que sólo 30 de los 135 nominados eran
mujeres (12 de ellas, en categorías de interpretación femenina, «que sólo
faltaría que los nominaran ahí a ellos también»…), que sólo el 34% de los
papeles protagonistas recaen en mujeres y que estas cobran un 40% menos, todo
ello antes de dirigirse a varones del público con frases habitualmente
reservadas para ellas, en relación a atuendos, embarazos y arroz que se pasa.
Entretanto, toda la sala se teñía de rojo con abanicos que pedían algo tan
simple como “más mujeres”, algo irónico considerando que la propia —desastrosa—
gala estaba orquestada principalmente por hombres, hipocresía que la siempre punzante
Dolera recordó en cuanto tuvo oportunidad: «os ha quedado un campo de nabos precioso».
Leticia Dolera y Paula Ortiz, aún sin Goya, entregaron el suyo a Carla Simón con gran entusiasmo |
Donde sí triunfó la mujer por una vez fue en
el palmarés, que a fin de cuentas debería ser lo más importante aun cuando el
cine como tal quedó tristemente excluido tanto de la producción como de los
discursos. Así, dos mujeres se alzaron como vencedoras en los apartados
concernientes al área donde más voces femeninas se necesitan: Carla
Simón (Verano 1993) con la mejor
dirección novel e Isabel Coixet (La librería) con la mejor dirección. En
treinta y dos ediciones, hablamos sólo de la quinta vez que el primer
entorchado recae en una mujer y la cuarta que lo hace el segundo, habiendo de
recordar, además, que Coixet —a quien La Terremoto de Alcorcón se refirió como «una
supersuperviviente en este
mundo de hombres, una tía peleona, como si fueras la imperator de Mad Max, la Charlize Theron aquella,
pero con tus gafas divinas»—
ya ganó por La vida secreta de las
palabras (2005), con lo que seguimos teniendo solo tres directoras
receptoras del máximo honor de nuestro cine. El problema, eso sí, nunca ha
recaído en los propios Goya: lo que no hay no se puede premiar. Y, claro, no es
que no haya directoras, sino que carecen de las mismas oportunidades que los
directores y, por consiguiente, no llegan siquiera a candidatas, bien por no
lograr dirigir siquiera, bien por hacerlo en condiciones minimalistas que rara
vez llaman la atención de la Academia, como ha sido el caso este año por
ejemplo de la vital Júlia ist de la joven Elena Martin.
Javier Bardem y Penélope Cruz, nominados por Loving Pablo, volvieron a ser reyes de la alfombra roja |
Pero hablemos de los premios de ellas y
ellos. Decir que La librería [crítica] se hizo con los tres galardones principales (película,
dirección y guion adaptado) contra todo pronóstico es absurdo considerando que
esta bella adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald se había alzado ya
con el Forqué y la Medalla CEC, máximos precursores del Goya, pero lo cierto es
que, victoria en los Feroz mediante, Verano 1993 parecía la clara
vencedora, sobre todo cuando la aclamación internacional de esta nostalgia
mirada a la propia infancia de la directora, quien se alzó hace un año con la
mejor ópera prima de la Berlinale y no ha parado de recibir atención desde
entonces, instaba a creer que la Academia sería algo más arriesgada. Y es que,
aunque hermosa y delicada, La librería
es una obra relativamente convencional sobre la salvación que otorga el mundo
de los libros, mientras que Verano 1993
es tan incómoda como luminosa, una mágica mirada a la infancia y la triste
estigmatización del VIH. A quienes conviven con dicho virus dedicó Simón su
victoria, mientras que Coixet dedicó la suya a su madre y sus dos maravillosos protagonistas,
Emily Mortimer y Bill Nighy, quienes habían volado hasta
la ceremonia desde Nueva York y Londres, respectivamente, para, como es
habitual en los intérpretes internacionales, volverse con las manos vacías. «They are not gonna give you anything, but I
love you anyway», les advirtió la siempre espontánea Coixet, quien, viendo cómo
se les escapaban la dirección artística y el vestuario, estaba convencida de
irse de vacío.
El premio a mejor guion original para Handia llevó a pensar que la cinta sería la gran vencedora de la noche |
De hecho, conforme se desarrollaba
la gala, ni La librería ni Verano 1993 se antojaban como ganadoras.
Y es que ambas cintas tardaron lo suyo en recibir galardones, ya que la vasca Handia,
de Jon Garaño y Aitor Arregi, la atmosférica historia de un gigante del siglo XIX, se hizo pasito a pasito con diez
galardones, los máximos recolectados en la historia de los Goya sin alzarse con
el honor principal: guion original (Aitor Arregi, Andoni de Caños, José Mari
Goenaga y Andoni Carlos), actor revelación
(Eneko Sagardoy, por encima del genial Santi Alverú del Selfie de Víctor García León),
música original (Pascal Gaigne), fotografía (Javier Agirre),
dirección de producción (Ander Sistiaga), dirección artística (Mikel
Serrano), vestuario (Saioa Lara), maquillaje y peluquería (Ainhoa
Eskisabel, Olga Cruz y Gorka Aguirre), montaje (Laurent Dufreche y Raúl
López) y efectos visuales (Jon Serrano y David Heras), todos ellos
bastante merecidos pero reveladores de la esencia de unos premios que se dejan
seducir en exceso por la grandilocuencia. Handia
es impresionante, sí, pero Loreak
(2014), en su minimalismo, también lo era y si embargo se fue de vacío aun
contando con gran parte del mismo equipo (¿pueden Gaigne y Agirre ser más
maravillosos?). En cualquier caso, ya era hora de que el cine vasco triunfara
en estos premios, coincidiendo curiosamente su victoria con la del cine
catalán, parte del mismo en inglés, lo que torna la ceremonia en una de las más
plurales que se recuerdan, tanto a nivel de género como de lenguaje,
respondiendo así a las dos principales cuestiones nacionales del momento.
Por la ingeniosa El autor, Javier Gutiérrez consiguió su segundo Goya en sólo cuatro años |
Mientras se convertía en la tercera película más premiada de la historia
de estos premios (empatada con Blancanieves
(2010) y La isla mínima (2014), sólo
por detrás de Mar adentro (2004) y ¡Ay, Carmela! (1999), cuyos catorce y
trece galardones respectivos se antojan inalcanzables), Handia solo perdió un reconocimiento técnico: el concerniente a
mejor sonido, que fue a manos de Altor Berenguer, Gabriel Gutiérrez y
Nicolás de Poulpiquet por la aterradora Verónica de Paco Plaza aun cuando este mismo afirmó que
se habían evitado efectos sonoros demasiado llamativos para que primara la
naturalidad. Claro que, para naturalidad, la de Sandra Escacena, quien
se quedó a las puertas del laurel a mejor actriz revelación, recogido por una
emocionada Bruna Cusí que dio las gracias a Carla Simón por un «personaje
muy real y muy complejo». Para Verano
1993 fue también el premio a mejor actor de reparto, recibido por un
entusiasmado David Verdaguer que prometió a las dos niñas de su
película, Paula Robles y Laia Artigas (las
verdaderas estrellas de la función, aunque las normas sobreprotectoras de la
Academia no les permitieran ser nominadas) quedar un día para «tomarse un
Trinaranjus» y que le explicaran «cómo lo han hecho». Tres fueron, por tanto,
los laureles recibidos por esta bucólica pero dolorosa cinta.
Nathalie Poza venció en nombre de la bella No sé decir adiós, maltratada por las nominaciones |
Por su parte, los entorchados relativos a mejor actriz y mejor actor
recayeron en dos de las mejores películas españolas del año: No sé decir adiós [crítica], de un flamante Lino
Escalera que inexplicablemente estaba nominado como director novel pero no
como guionista, y El autor, el trabajo más redondo hasta la fecha de Manuel Martín Cuenca. La primera dio el
primer triunfo (tras tres candidaturas fallidas) a Nathalie Poza, quien
aseguró que no sabe si este oficio, el cine, «salvará el mundo» pero que a ella
«le ha salvado la vida»; su arrebatadora encarnación de una mujer que debe
lidiar con la enfermedad de su padre mientras afronta las dificultades de su
propio carácter se merecía ciertamente todos los premios del mundo. La segunda
dio a Javier Gutiérrez su segundo Goya, uno aún más merecido que el
recibido por la mentada La isla mínima,
por su brillante encarnación tragicómica de un escritor dispuesto a todo por embriagarse
de inspiración, el cual dedicó a todos esos actores y actrices sin oportunidad
de demostrar su valía. La compañera de reparto de este último, Adelfa Calvo,
fue a su vez premiada como mejor actriz secundaria, reconocimiento que ella
dedicó a todas las mujeres que, como su tierno personaje, tienen mucho más que
dar que su simple apariencia. Victoria esta merecida donde las haya, aun cuando
Belén Cuesta, capaz de hacer reír y llorar a partes iguales en La llamada, habría sido también una
justa ganadora, sobre todo cuando el genial musical de “los Javis” sólo
venció en el apartado concerniente a mejor canción, recogido por Leiva
por su pegadiza “La llamada”. El cantautor aprovechó para lamentar la escasa
presencia de música en directo en televisión, algo que sí tuvimos esta vez
gracias a la interpretación de Leonor Watling de los cuatro temas
nominados, sencillo momento que, sin ser nada del otro mundo, nos evitó el ya
tradicional bochorno musical.
Julita Salmerón, estrella de Muchos hijos, un mono y un castillo, fue la reina de la noche |
El palmarés, que tuvo hueco para las cinco aspirantes al galardón
principal, se completó con los premios a mejor película de animación para Tadeo Jones 2. El Secreto de Rey Midas, de Enrique
Gato y David Alonso, mediocridad que volvió a poner de
manifiesto la pésima salud del cine animado patrio; mejor película europea para
la chirriante The Square, del
sueco Ruben Östlund, inexplicablemente la producción más premiada del
año; mejor película iberoamericana para la poderosa cinta trans Una mujer fantástica, dirigida por el chileno Sebastián
Leilo y protagonizada por una bestial Daniela Vega que habló de
rebeldía, resistencia y amor, y mejor documental para Muchos hijos, un mono y un castillo, maravilloso homenaje de Gustavo
Salmerón a su madre, Julita, quien protagonizó el momento más
frescos de la gala (con perdón de la “representante” Paquita Salas),
iniciado, cabezón en mano, por un «no
puedo sujetar a este monstruito, ¿qué hago yo aquí?». Por último, los tres
cortos premiados fueron: Madre,
de Rodrigo Sorogoyen, Woody &
Woody, de Jaume Carrió, y Los
desheredados, de Laura Ferrés, que seguramente sean estupendos pero no
he tenido forma de ver al estar la industria del cortometraje tan maltratada. Bueno,
también había un laurel que ya nos esperábamos: el merecidísimo Goya de Honor
para la inexplicablemente nunca premiada Marisa Paredes, quien, vestida
de negro en honor a los Globos de Oro, se acordó de su “no a la guerra”,
afirmando que volvería a actuar tal y como hizo entonces.
No ha sido el mejor año para el cine español, no, y ciertamente no ha
sido la mejor gala, pero lo cierto es que se está fraguando un cambio en la
industria cinematográfica que podría y debería reflejarse en todas las áreas de
la sociedad, con lo que los abanicos rojos, los triunfos de Coixet y Simón y
los discursos incendiarios y emotivos deben extrapolarse a la propia ceremonia.
Poco importa quién ganara anoche si las buenas intenciones que embriagan la
industria dan en la diana correcta. Para ver los frutos de todo esto, habrá que
ser paciente… O quizá no. Quizá, por una vez, no.
Qué gala por favor!!!! Fue bien resuelta por las "mujeres presentes", eso sí. Grandes: Carla Simón, Nora Navas, Leticia Dolera y Lola Ortiz o la Terremoto...
ResponderEliminarPara mí, una pena que los Javis se fueran tan de vacío, pero qué gran labor la de Nathalie Poza y qué bonita y triste la historia de Carla Simón y su retrato de "Verano 1993".
Un saludOoo enorme!!