“Cuando recibí el guion en mi
casa de Inglaterra, lo encontré tan terrorífico que tuve que cerrar con llave,
encender el sistema de seguridad y servirme un whisky. Entonces supe que quería
interpretar a Darcy Banker porque un personaje tan aterrador sería un reto
increíble y daría lugar a una película irresistible”. Así habló Patrick Stewart, veterano de las icónicas
sagas Star Trek y X-Men, de Green Room (2016), su
fascinante incursión en el thriller de terror, donde conforma junto a Anton
Yelchin (presente precisamente en los reboots de Star Trek), Imogen Poots,
Alia Shawkat, Mark Webber y Macon Blair
un reparto tan prometedor como relativamente desconocido que, precisamente por
eso, resulta perfecto para encumbrar una de las sorpresas independientes del año.
Y es que si algo logra esta cinta es sumir en oscura inseguridad a un
espectador para quien el cuarto verde tendrá el mismo efecto de
encierro que padecen los aterrados personajes.
Todo indica que pronto veremos mucho más de la carismática Imogen Poots |
Tras la excesiva Murder Party (2007) y la contenida (vale, hasta la
escena final) Blue Ruin (2013) —ambas
también con Blair, su actor fetiche—, Jeremy Saulnier parece haber encontrado el equilibrio con este
inquietante thriller sobre una banda punk convertida en el blanco de una
aterradora pandilla de skinheads tras ser a su pesar testigo de sus violentos
actos. La propia película es pura violencia, si bien el buen gusto a la hora de
representarla evita que el pánico se torne en desagrado (salvo cuando este es
imprescindible, claro). De hecho, como sucede con el aclamado cine de Quentin
Tarantino (con el que, por lo demás, Green
Room tiene poco que ver más allá del forzado encierro de la decepcionante Los odiosos ocho, 2015), no es tanto la
propia violencia, como el buen ritmo y los ingeniosos diálogos, lo que termina
conquistando al espectador. Bueno, eso y unos notablemente definidos
protagonistas que se ganan con rapidez nuestra identificación, provocando que
sintamos el terror en nuestras propias carnes. Terror este provocado, tanto por
lo que acontece en pantalla, como por la devastadora consciencia de la gélida maldad a la
que los extremismos reducen al ser humano.
Curiosa imagen promocional de Green Room con los dos bandos del desigual enfrentamiento |
Para enfatizar la calidad del
guion y el reparto, la fotografía de Sean
Porter (de lo mejor de Kumiko: the
Treasure Hunter, de David Zellmer, 2014) se mantiene estable en el interior
del asfixiante cuarto verde, recurriendo empero a la cámara en mano para un
tratamiento más visceral de las descontroladas escenas exteriores al mismo. Es
la primera vez que Saulnier cede esta labor a un tercero, consciente de la
importancia del plano visual para la atmósfera de un film donde también juegan
un papel vital las localizaciones, que se resumen principalmente en dos: el
espeluznante club tornado en prisión (y prácticamente en casa embrujada) y el
misterioso bosque que lo rodea. Toda la cinta fue rodada en Oregón, a destacar el
uso del Mount Hood National Forest para las escenas exteriores, lo que granjea
un áurea de penetrante realidad y hechizante misticismo que vuelve la
experiencia todavía más intensa.
La música está muy presente en el film, tanto a raíz del concierto, como por el revelador debate que provoca |
No hay comentarios:
Publicar un comentario