Un año
más, el mundo celebra el Día Mundial del Teatro. Y esta vez he decidido
celebrarlo yo también con un artículo sobre la relación entre este arte y el
cine. Una relación intensa y muy interesante, con muchos puntos en común y
otros muchos que separan las dos formas de expresión. Y es en sus similitudes y
distanciamientos, donde reside la fuerza de ambas artes.
La conexión entre cine y teatro lleva inevitablemente a la mítica Un tranvía llamado deseo |
El cine
ha estado unido al teatro desde su creación. Puede que incluso desde antes. Y
es que, en sus orígenes, el séptimo arte se dedicaba a grabar espectáculos
teatrales con cámara fija y planos generales. ¿Es eso cine o una mera grabación
de otro arte? No es fácil responder a esta pregunta, pero lo indudable es que
el cine necesitaba forjarse su propia identidad al margen del teatro;
necesitaba convertirse en un modo diferente de contar historias. Y, poco a
poco, lo consiguió, pese a que nunca dejaría de retornar a su hermano mayor.
Fue
Edwin S. Porter, artífice del cortometraje Asalto y robó a un tren (1903), quien introdujo una de las principales señas de
identidad del cine: el montaje. Frente a la linealidad del teatro, el cine introducía
cortes, cambios de plano, yuxtaposición de imágenes y mensajes visuales. Todo
esto sería llevado al extremo en Rusia por Sergei M. Eisenstein y el montaje
psicológico de El acorazado Potemkin (1925), imposible de representar en un
escenario.
Los primeros planos de Meryl Streep en la maravillosa La duda son un regalo del cine imposible en teatro |
Pero,
sobre todo, el cine exige una mirada que se gane a la cámara. Poco importan la
fealdad de Humphrey Bogart o la baja estatura de Alan Ladd: la cámara ama sus
rostros igual que ama la sensual dureza de Marlene Dietrich o la dulce frescura
de Audrey Hepburn. Como todos los buenos intérpretes, ellos saben que el
séptimo arte exige una actuación sutil, porque lo que en teatro resulta
imperceptible, en el cine puede ser exagerado; claro ejemplo de ello es el maquillaje, marcado en teatro y sutil en cine. La interpretación, por supuesto,
ha vivido una lenta evolución desde sus teatrales orígenes (véase a la gran Bette Davis
en La
carta (William Wyler, 1940), por ejemplo) hasta su
naturalidad actual.
La interpretación de Bette Davis en La carta es memorable pero bastante teatral |
La gata sobre el tejado de zinc es una de las primeras obras en lidiar con la autodestrucción del ser humano |
El
guión de la misma fue escrito por Tennesse Williams sobre su propia obra de
teatro, lo que quizá afecta a la excesiva teatralidad del mismo pero asegura la
esencia del original, al igual que sucede con Baby Doll (Elia Kazan,
1956) y La rosa tatuada (Daniel Mann, 1955), por la que Ana Magnani se
convirtió en la primera actriz italiana que gana el Oscar a mejor actriz. La
gata sobre el tejado de zinc (Richard Brooks, 1958) y Dulce
pájaro de juventud (1962), ambas dirigidas por Richard Brooks y
protagonizadas por Paul Newman, también surgieron de obras del mítico
dramaturgo, pero en estas ocasiones su director prefirió hacerse cargo él mismo
del guión, obteniendo así mejores resultados.
Y es
que, como sucede con la literatura (cuya relación con el cine exploré en 'Adaptados: del libro a la pantalla'), el teatro y el cine tienen lenguajes
diferentes y no es fácil ser experto en ambos. De hecho, Robert Bolt sería el
primero en alzarse con un Oscar por la adaptación de su propia obra: Un
hombre para la eternidad (Fred Zinnemann, 1966). Probablemente se trate
de uno de los Oscar a mejor película más aburridos de todos los tiempos, pero
sin duda la cuidada ambientación en la Inglaterra del siglo XVI ayudó a
disfrutar más de las largas y pesadas conversaciones de la obra original. Dos
años después, James Goldman repitió la hazaña con el guión de El
león en invierno (Anthony Harvey, 1968), de nuevo ambientada con esmero
en la Inglaterra antigua, esta vez en el siglo XII.
En el estanque dorado fue el último trabajo de Henry Fonda, quien murió meses después |
Pasarían
trece años hasta que otra adaptación teatral ganase el Oscar a mejor guión
adaptado. Y volvería a caer en el autor de la obra original: Ernest Thompson,
guionista de En el estanque dorado (Mark Rydell, 1981). La ventaja de esta
película en contraste a clásicas adaptaciones de obras de teatro es que, además
de contar con intérpretes de la talla de Katherine Hepburm y Henri Fonda (ambos
oscarizados), aporta la agradable ambientación de un lugar paradisíaco,
imprescindible para transmitir el mensaje de amor por los pequeños detalles de
la vida del film. Por muy cuidado que sea el decorado de una obra de teatro, no
puede competir con las localizaciones reales. Por no hablar de los efectos especiales de films como La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) o El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003), claro, que serían por completo imposibles de recrear en un escenario.
Glenn Close y John Malkovich, protagonistas de Las amistades peligrosas, empezaron en el teatro |
Fue el
conocimiento de las limitaciones de cada arte, unido al perfeccionamiento de la dirección artística
cinematográfica, lo que marcó un auge de adaptaciones teatrales en los años 80,
reflejado en los numerosos Oscar que fueron a parar a dramaturgos que adaptaban
sus propias obras: Peter Shaffer lo obtuvo por Amadeus (Milos Forman,
1984), Christopher Hampton por Las amistades peligrosas (Stephen Frears,
1988), Alfred Hury por Paseando a Miss Daisy (Bruce
Beresford, 1990) y Billy Bob Thornton por El otro lado de la vida (1996), fascinante
drama rural que también dirigió y protagonizó.
Resulta
muy curioso que, hasta 1966 ningún dramaturgo había obtenido el Oscar por
adaptar su propia obra y, desde entonces, no ha habido un solo premio de la
Academia a mejor guión adaptado para una adaptación teatral que recayera en otra
persona. Parece que los dramaturgos han aprendido de los errores del pasado y
comprendido qué deben mantener fiel al original y qué deben mejorar gracias a
la magia del cine. Por cierto, la principal diferencia entre adaptar una novela y hacer lo propio con una obra de teatro es que el primer caso supone siempre un duro ejercicio de síntesis, mientras que el segundo permite mayor libertad a la hora de profundizar en aspectos de la trama y, en general, mayor satisfacción creativa.
La arriesgada El perro del hortelano, basada en el texto de Lope de Vega, tuvo problemas de presupuesto |
Sin
embargo, durante los últimos años ha habido una recesión en cuanto a
adaptaciones teatrales, sin duda debido a la creciente importancia del realismo
de las producciones cinematográficas. A menudo, los diálogos teatrales resultan
artificiales, sobre todo si se mantiene el formato en verso del original, como
sucede con El perro del hortelano (Pilar Miró, 1996), que resulta sin duda
un ejercicio artístico interesante pero dificulta la identificación con los
personajes y las historias contadas pese
a la extraordinaria interpretación de su protagonista, Emma Suárez. En otras
ocasiones, los interminables diálogos pueden llegar a ser agotadores en la gran
pantalla, como sucede en la comedia francesa El nombre (2012), adaptada y dirigida por Alexandre
de La Patellière y Mathieu Delaporte sobre su propia pieza teatral, o el drama Agosto
(John Wells, 2013), escrito por Tracy Letts a partir de su dura obra familiar.
¿Quién teme a Virginia Wolf? fue la primera película con todo el reparto nominado al Oscar |
El
problema de ambas obras es a la vez su virtud: la acción sucede prácticamente
en su totalidad en una única localización, lo que acentúa la inmersión en el
mundo de los personajes y favorece la compresión de éstos pero, a la vez,
resulta repetitivo y agobiante. Si bien pueden realizarse obras excepcionales
con estos parámetros, como refleja ¿Quién teme a Virginia Wolf? (1966),
ópera prima de Mike Nichols sobre un matrimonio maduro (Elizabeth Taylor y
Richard Burton, conflictiva pareja en la vida real) que transmite su odio a una
pareja más joven que envidian y desprecian (Sandy Dennis y George Segal),
siempre queda la duda sobre qué aportan estas obras a las originales, al
margen, por supuesto, de hacerlas llegar más fácilmente a los espectadores.
Un dios salvaje tiene lugar, prácticamente en su totalidad, en el salón de un matrimonio |
Quizá
una de las mejores adaptaciones teatrales de todos los tiempos la encontramos
en la reciente Un dios salvaje (2011), sobre dos parejas (Kate Winslet y
Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly, todos ellos fantásticos) que se reúnen a raíz de una
pelea entre sus hijos. En ella, Roman Polanski juega con la propia teatralidad
de la obra, haciendo creer en varias ocasiones al espectador que los personajes
van a abandonar la única localización en que sucede la acción. Es tal la vitalidad
de las interpretaciones y tan perfecta la explotación de los pocos elementos de
la dirección de arte que el resultado es divertido y envolvente pese a su
aparente estatismo.
Mención aparte merece el género musical, cuyo declive a mediados de los años 50 llevó a los productores a confiar sólo en los musicales que ya habían triunfado en los escenarios, de donde surgieron películas tan míticas como la parisina Gigi (Vincente Minnelli, 1958), la electrizante West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), la estilizada My fair lady (George Cukor, 1964), la edulcorada Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), la oscura Oliver (Carol Reed, 1968), la alegre Hello, Dolly! (Gene Kelly, 1969) la rural El violinista en el tejado (Norman Jewison, 1971), la impactante Cabaret (Rob Fosse, 1972), la alocada Grease (Randal Kleiser, 1978), la original Hedwig and the angry inch (John Cameron Michell, 2001), la misteriosa 8 mujeres (François Ozon, 2002), la estridente Chicago (Rob Marshall, 2002) y la emotiva Rent (Chris Columbus, 2005). En general, las adaptaciones cinematográficas de musicales teatrales adaptan la música original y añaden algunas canciones nuevas que puedan competir por los premios a mejor canción original. Tom Hooper recuperó recientemente esta tendencia con Los miserables (2012), pero el exceso de canciones y el abuso de los planos cortos enturbió, tanto la trama, como los lujosos escenarios en que ésta tenía lugar.
Mención aparte merece el género musical, cuyo declive a mediados de los años 50 llevó a los productores a confiar sólo en los musicales que ya habían triunfado en los escenarios, de donde surgieron películas tan míticas como la parisina Gigi (Vincente Minnelli, 1958), la electrizante West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), la estilizada My fair lady (George Cukor, 1964), la edulcorada Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), la oscura Oliver (Carol Reed, 1968), la alegre Hello, Dolly! (Gene Kelly, 1969) la rural El violinista en el tejado (Norman Jewison, 1971), la impactante Cabaret (Rob Fosse, 1972), la alocada Grease (Randal Kleiser, 1978), la original Hedwig and the angry inch (John Cameron Michell, 2001), la misteriosa 8 mujeres (François Ozon, 2002), la estridente Chicago (Rob Marshall, 2002) y la emotiva Rent (Chris Columbus, 2005). En general, las adaptaciones cinematográficas de musicales teatrales adaptan la música original y añaden algunas canciones nuevas que puedan competir por los premios a mejor canción original. Tom Hooper recuperó recientemente esta tendencia con Los miserables (2012), pero el exceso de canciones y el abuso de los planos cortos enturbió, tanto la trama, como los lujosos escenarios en que ésta tenía lugar.
Hamlet fue la primera película británica ganadora del Oscar a mejor película, al que sumó otras 3 estatuillas |
Y es
que el teatro puede ser un fascinante aliado del cine si se sabe cómo extraer
lo mejor de ambas artes. Algunos cineastas han centrado sus esfuerzos en ello,
siendo sin duda el caso más representativo el de Laurence Olivier, quien
escribió, dirigió y protagonizó tres de las mejores adaptaciones de obras de
William Shakespeare de la historia: Enrique V (1944), Hamlet
(1948) —que le reportó los Oscar a mejor película y actor pese a no ser nominado su guión quizá a raíz de los innumerables
cambios introducidos— y Ricardo III (1955). El relevo fue tomado
por Kenneth Brannagh, quien en 1989 ofreció una nueva versión de Enrique
V y en 1996 realizó una nueva adaptación de Hamlet, esta vez
manteniéndose completamente fiel al original, pues mantuvo su texto íntegro alcanzando
las interminables pero intensas 4 horas de duración. Bastante más agradable y
ligera fue su Mucho ruido y pocas nueces (1993), con un tono desenfadado en
la línea de infravaloradas comedias españolas como Solo para hombres (Fernando Fernán Gómez, 1960) y Sé
infiel y no mires con quién (Fernando Trueba, 1985).
Pese a que lo natural suele ser que la obra nazca en el teatro y se traslade al cine, hay películas que parecen nacidas para vivir el proceso contrario, como Maridos y mujeres (1992) y otras obras de Woody Allen donde la acción queda en un segundo plano en relación al diálogo. Además, son muchos los musicales inspirados en obras audiovisuales; así, famosas películas como Fama (Alan Parker, 1980), El rey león (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994), Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) o Once (John Carney, 2006) han sido recientemente trasladadas al teatro, donde han causado furor de nuevo. La emotiva Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) incluso ha inspirado una ópera.
Pese a que lo natural suele ser que la obra nazca en el teatro y se traslade al cine, hay películas que parecen nacidas para vivir el proceso contrario, como Maridos y mujeres (1992) y otras obras de Woody Allen donde la acción queda en un segundo plano en relación al diálogo. Además, son muchos los musicales inspirados en obras audiovisuales; así, famosas películas como Fama (Alan Parker, 1980), El rey león (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994), Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) o Once (John Carney, 2006) han sido recientemente trasladadas al teatro, donde han causado furor de nuevo. La emotiva Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) incluso ha inspirado una ópera.
Las amargas lágrimas de Petra von Kant es una de las muchas adaptaciones de Fassbinder sobre sus propias obras, a menudo con el reparto íntegro original |
Aunque
algunas de las mejores películas de la historia, como Historia de Filadelfia (George
Cukor, 1940), Casablanca (Michael Curtiz, 1942), La Ronda (Max Ophuls,
1950), Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957), 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), La calumnia (William
Wyler, 1961), Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Rainer Werner
Fassbinder, 1972) y Ran (Akira Kurosawa, 1985), proceden de obras de teatro, este tipo de adaptaciones debe
encontrar el modo de contar la misma historia con los elementos del cine. Es
decir, deben demostrar que no son meras copias de otras obras, sino obras por
sí mismas y huir, precisamente, de la teatralidad. Sólo así podrán hacernos
olvidar que nos encontramos ante la representación de una representación y
sumergirnos con pasión en sus historias. Porque, al final, la misión del cine y el teatro es la misma: contar una historia.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
Yo, sin duda, me quedo con el cine :P
ResponderEliminarYo, por supuesto, me quedo con el cine sobre todo lo demás, pero me gustaría acudir más al teatro, porque siempre que lo hago disfruto mucho. Por desgracia, es un arte menos asequible, pero también fascinante.
EliminarEspectacular artículo. Cine y teatro. La cultura siempre aporta valor
ResponderEliminarMuchas gracias :) Me alegro de que te haya gustado!
EliminarLa mayoría de películas que mencionas me encantan, especialmente Un dios salvaje (aunque me quedo con su título original: Carnage). Lo bueno de estas obras es que, si se hacen bien, pueden tomar lo mejor de cada arte.
ResponderEliminarUn artículo genial!
Gracias! :) A mí me encanta "Carnage", gracias en gran parte al genial reparto. Eso sí, me recordó mucho a "¿Quién teme a Virginia Wolf?" por la temática de las discusiones y el tratarse de un cuarteto protagonista (dos parejas).
EliminarUn artículo genial como siempre!! A mí me encanta el teatro, últimamente voy menos, pero vivir la magia de cerca es maravilloso. ¡Hay que apoyar todo tipo de cultura y arte!
ResponderEliminarSaludos!!
Muchas gracias! :) Completamente de acuerdo. Un saludo.
EliminarHola, Juan Roures me ha encantado... magnifico articulo... que has elaborado, haciendo referencia a películas que han marcado un hito, reseñas de teatro, musicales... guionistas, actores, con y de prestigio, con respeto y cuidado, magnifico trabajo... saludos Juan!!!
ResponderEliminarPor cierto, aunque el cine respecto a la interpretación ha ido cambiando a medida que el tiempo cambia todo en la vida, a mi en particular me sigue pareciendo grandes interpretaciones, actrices que tu bien has citado como "la gran Bette Davis" o "Greta Garbo" esta última la cito yo sigue siendo un lujo verlas actuar!!!
Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado. Coincido plenamente contigo: las interpretaciones de las grandes divas del cine clásicos no pueden compararse al realismo actual, pero no dejan por ello de ser excepcionales. Un saludo.
EliminarEl arte, en cualquiera de sus variantes, debe generar un impacto. El espectador siempre espera que alguien lo cautive, lo enamore, lo emocione y lo invite a reflexionar.
ResponderEliminarExcelente artículo.
Deciirte que tienes una nueva seguidora.
Un saludo.
Completamente de acuerdo. Muchas gracias por tu comentario. Un saludo :)
EliminarJuan,
ResponderEliminarUn artículo magnífico. Me ha encantado!! A mí personalmente me gusta tanto el cine como el teatro. Hace tiempo vi "¿Quién teme a Virginia Woolf?" en el Teatro, con Carmen Machi (Aída). Me transmitió dolor, rabia, impotencia, acabé con lágrimas y mal cuerpo. Es de las pocas adaptaciones que he visto y me han llegado al alma. Como bien dice Marybel Galaaz, debe generar impacto y transmitirnos todo lo que ha comentado.
Un saludo!
Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado. Me encantaría ver la obra que citas en un escenario, pero mi verdadero sueño sería ver a Taylor y Burton interpretarla en directo, algo, por supuesto, ya imposible... Un saludo.
EliminarGracias a tí por todo lo que escribes, que lo haces con todo detalle y muy buen gusto. Siempre es un placer leerte. (Ya quisiera yo hacer post como los tuyos). Bonito sueño sería ver a Taylor y Burton, en el escenario. Como bien dices, ya imposible.
EliminarUn besito.
Varias las he visto, otras me faltan. Si el tiempo fuera más extenso....
ResponderEliminarSaludos
David C. de observandocine.com
¡Genial artículo, Juan! :D Me ha encantado ir leyendo párrafo por párrafo la evolución histórica del cine teatral y los distintos modos de adaptar las obras! No haré ningún comentario de 'Les misérables' de Tom Hooper (haha, :P), pero lo que sí que diré es que me has dado muchísimas ganas de ver algunas películas que hace tiempo que les tengo ganas, sobre todo después de haber visto la obra, como '¿Quién teme a Virginia Woolf?'.
ResponderEliminarMuy acertada creo la pregunta que haces respecto al qué aporta de más, en según que casos, hacer la película de una obra de teatro. Normalmente soy de las que disfruta viendo adaptaciones de 'Agosto', 'Un dios salvaje y compañía'. Ahora bien, también es muuuy cierto que hay películas que realmente saben hacerte olvidar que están basadas en el escenario, porque brillan por si solas como productos cinematográficos. Mis favoritas en este sentido, a parte de muchos de los musicales que has citado, son '12 hombres sin piedad', 'La gata sobre el tejado de zinc' y 'Mucho ruido y pocas nueces'.
Ha sido divertido esperar el apartado dedicado a Shakespeare mientras iba leyendo todo el artículo :) Precisamente la versión de Kenneth Branagh es absolutamente maravillosa y destaca en todos los elementos más puramente cinematográficos -montaje y banda sonora mis favoritos-.
¡Felicidades por el post y un abrazo!
M. del Mar
¡Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado (siento la parte de "Los Miserables"... La verdad es que me acordé de ti al escribirla... ¡pero era inevitable!).
EliminarY, claro, Shakespeare tenía que estar, aunque tampoco me he enrollado en exceso porque también hablé de las adaptaciones de su obra en el artículo sobre cine y literatura (concretamente, de las innumerables "Romeo y Julieta").
Ya me dirás si ves algunas de las películas que te faltan. A mí "Un Dios salvaje" y "Agosto" me recordaron muchísimo a "¿Quién teme a Virginia Wolf?", uno de los clásicos.
Un abrazo! :)
¡Juan! Me ha parecido muy interesante el repaso histórico y la parte sobre la interpretación y cómo se adaptaron los actores. Muchas veces pienso en eso. También estoy contigo con las conclusiones. Estoy totalmente de acuerdo con que normalmente las obras de teatro que se adaptan al cine donde toda la acción ocurre en el mismo espacio suelen ser un rollo pero que hay excepciones. Ya te comenté que me gustó mucho “La Venus de las Pieles” cuando la vi hace poco y me ha recordado mucho a tu artículo porque precisamente toda la acción ocurre en un mismo espacio pero aún así es divertidísima de principio a fin. No se hace nada agobiante. ¡Parece que Polanski es de los pocos que lo sabe hacer! ¡Ya comentaremos!
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