Cuenta Federico Álvarez que subió su cortometraje Ataque de pánico (2009), de apenas 300 dólares de presupuesto y 5
minutos de duración, a Youtube un jueves, y al lunes siguiente tenía su correo
electrónico lleno de ofertas de Hollywood. A las pocas semanas, Sam Raimi le ofreció un contrato de
exclusividad que lo llevaría a dirigir el remake de su propia Posesión Infernal (1981), dando lugar al
interesante film homónimo del 2013, así como el thriller No respires (2016), idea que el realizador uruguayo decidió llevar
a cabo por encima de otras propuestas más colosales pero menos personales.
Siendo objetivos, poco hay en Ataque de
pánico más allá de sorprendentes efectos especiales, pero no por ello deja
de ser la labor de Fede Alvárez digna de nuestros aplausos considerado los
escasísimos medios con los que logró ponerse a la altura de las superproducciones
huecas de Michael Bay o Roland Emmerich. Vamos, que el entusiasmo estaba más
que justificado.
La ceguera dota al villano de un hándicap que da a No respires una esencia propia |
Es además de agradecer que su segundo
largometraje, No respires (Don’t Breathe, 2016), se haya distanciado tanto
del primero, decisión que Álvarez tomó en respuesta a las críticas recibidas
por su ópera prima a raíz de ser un remake multimillonario lleno de sangre
centrado en dejar en shock a la audiencia. En contraposición, este elegante thriller
reduce el gore al mínimo y fomenta el suspense a partir de la mitad de presupuesto.
En él, tres jóvenes quedan atrapados en la casa de un psicópata al que
pretendían robar, pasando de delincuentes a víctimas sin ser conscientes de
ello hasta ser demasiado tarde. De esta forma, se da una vuelca de tuerca a
films como Funny Games (Michael
Haneke, 1997), La habitación del pánico
(David Fincher, 2002) o The Purge (James
DeMonaco, 2013), en los que era la casa de los propios protagonistas la que se
convertía en terrorífico lugar de encierro, cobrando así el film una esencia diametralmente
opuesta (quedar atrapado en el propio hogar permite jugar con ventaja, pero
también acrecienta la sensación de perenne inseguridad). En No respires, los jóvenes encarnados por Jane Levy —quien ya protagonizó el film
previo del realizador—, Dylan Minnette
—estrella de Pesadillas (Rob
Letterman, 2015)—, y Daniel Zovatto —coprotagonista
de la fascinante It Follows (David
Robert Mitchell, 2014)— viven una verdadera pesadilla a manos del rudo psicópata
al que pretendían robar —el Stephen Lang que ya nos aterró en Avatar (James Cameron, 2009) y volverá para
las secuelas—, a quien el guion de Rodo
Sayagues y el propio realizador arrebata la visión para dar a los
protagonistas alguna posibilidad. De esta forma, se obtiene el efecto opuesto
al conseguido por el cásico Sola en la
oscuridad (Terence Young, 1967), donde Audrey Hepburn encarnaba a una ciega
dramáticamente acorralada en su propio hogar.
El cartel de No respires hace honor al inquietante título |
Siguiendo con las comparaciones, No respires recuerda inevitablemente a
otro thriller estrenado hace tan solo unos meses: el aterrador Green Room (Jeremy Saulnier, 2015), donde una banda punk era arrinconada por
un sanguinario grupo de neonazis. Así, ambos films introducen de entrada los
escasos elementos con los que pretenden jugar para pasar a ofrecer una tensión perenne
sólo disuelta momentáneamente por pequeños golpes de efecto. En la línea de la mencionada cinta, la fotografía es gélidamente verdosa y el montaje, relajado
pero efectivo, confeccionándose una atmósfera claustrofóbica que mantiene el
espectador en vilo durante su primera mitad para perder ligeramente la atención
durante la segunda a raíz de una cansina reiteración que amenaza con destruir
nuestro interés por los personajes. Suerte que un par de sorpresas de última
hora y una inesperada reflexión sobre el carácter naturalmente codicioso e
hipócrita del ser humano contribuyen a cerrar el film con desenvoltura. El compositor
español Roque Baños vuelve a
acompañar a Fede Álvarez en lo que supone todo un éxito de taquilla de marcado espíritu
creativo iberoamericano.
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