En celebración de su décimo
cumpleaños, el siempre interesante estudio cinematográfico Laika Animation ha
confeccionado su cinta más redonda hasta la fecha tras regalarnos Los mundos de Coraline (Henry Selick,
2009), El alucinante mundo de Norman
(Chris Butler y Sam Fell, 2012) y Los
Boxtrolls (Graham Annable y Anthony Stacchi, 2014), todas ellas poseedoras de una peculiar combinación de
atmósferas góticas y nostálgicas, humor dulce pero extravagante y gráficos
stop-motion tan encantadoramente artesanos como refinadamente precisos. Las
tres cintas optaron a un Óscar que Kubo y
las dos cuerdas mágicas podría perfectamente ganar, si bien deberá verse
las caras de nuevo con pesos pesados de Disney Pixar: el Buscando a Dory de Andrew Stanton y Angus MacLane; la Vaiana de John Musker y Ron Clements y
el Zootrópolis de Byron Howard, Rich
Moore y Jared Bush.
Kubo y las dos cuerdas mágicas es una de las favoritas para los próximos Premios Annie |
Kubo y las dos cuerdas mágicas
(Kubo and the Two Strings,
2016), debut en el largometraje de Travis
Knight, nos traslada fastuosamente a un Japón envuelto en leyenda donde el
pequeño Kubo vive apaciblemente entre cuentos fantásticos hasta que los
espíritus del pasado dan un repentino giro a su vida que lo embarcará en una
aventura inolvidable a compartir con una mona aleccionadora y un atolondrado escarabajo
gigante. Los prestigiosos y (casi) siempre excelentes Matthew McConaughey, Charlize
Theron, Rooney Mara y Ralph Fiennes —todos caucásicos, para
enfado de la Media Action Network for Asian Americans— conforman, junto al
joven, Art Parkinson el fantástico reparto
vocal, dando una fuerza al divertido guion de Marc Haimes y Chris Butler
que se pierde ligeramente en la versión doblada. Lo que por supuesto se
mantiene intacto en todas las lenguas es el maravilloso plano visual, repleto
de exóticos paisajes y sinuosos movimientos con los que la tecnología 3D envuelve
al espectador desde el comienzo de la proyección. El gran Dario Marianelli, ganador del Óscar por Expiación (Joe Wright, 2007) aporta una bella partitura a la que
pone la guinda la versión en shamisen (el instrumento musical que, junto al ensoñador origami, otorga al film su peculiar esencia) de
Regina Spektor del tema “While My
Guitar Gently Weeps” de Los Beatles.
Los evocadores carteles revelan la esencia mística del film |
Y es que nos encontramos ante una
producción animada técnicamente redonda en la que todos los elementos se funden
para conformar un universo muy personal que acoge una historia quizá demasiado
sencilla (y no siempre coherente) pero efectiva que conjuga acertadamente la
narrativa oriental y la occidental. En la línea de Kung Fu Panda (Mark Osborne, John Stevenson, 2008), al trepidante
ritmo de las producciones estadounidenses se suma una poética mirada que
envuelve el film en una dolorosa melancolía tornada por momentos en pura
tristeza: la muerte y el pasado están tan presentes que, pese a los constantes
toques de humor, resulta difícil no conmocionarse. Sin embargo, el mensaje no
es en absoluto desesperanzador, sino que insta a conjugar lo vivido y por vivir
para comprender y aceptar la propia existencia. Todo ello da como resultado uno
de los mejores entretenimientos familiares del año, siendo su tono y cadencia
ideales para ofrecer distintos placeres y lecturas a todas —sí, absolutamente
todas— las edades.
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