17 diciembre 2018

Premios de Cine Europeo 2018: 'Cold War' y el avance de la oscuridad

Joanna Kulig en Cold War, de Pawel Pawlikowski
Cold War es un tristítimo romance impregnado
de los fantasmas del pueblo polaco
Siempre aburridos, los Premios de Cine Europeo lo fueron por partida doble en su 31ª edición: por el lánguido ritmo de una ceremonia sin un solo momento memorable (salvo, quizá, por el simpático, emotivo y absurdo discurso en spanglish de la siempre excesiva Carmen Maura, quien, al igual que el actor Ralph Fiennes y el cineasta Costa-Gavras, recibió un reconocimiento honorífico) y por el alto grado de previsibilidad de los premiados. Sin sorprender absolutamente a nadie, la polaca Cold War recogió hasta cinco entorchados: película, director, guion, montaje y por supuesto actriz para la maravillosa Joanna Kulig, protagonista de la que quizá sea la escena más sencillamente hermosa del año: una mujer, una barra de bar y una música que empieza a sonar… Pawel Pawlikowski recogió personalmente los tres primeros tal y como ya hizo en 2014 con Ida, dejando sin nada a competidores tan dignos como Alice Rohrwacher (Lazzaro feliz), Gustav Möller (The Guilty) o Samuel Maoz (Foxtrot). Vamos, que arrasó, como han hecho casi todas las triunfadoras del EFA de los últimos años, volviendo los palmareses harto homogéneos.

Marcello Ponte en Dogman, de Matteo Garrone
Dogman sigue a un peluquero canino y padre de familia
peculiar arrastrado por la criminalidad de la zona 
Tal y como auguraban los pronósticos, a tan triste romance ambientado en la Guerra Fría tan sólo se le escapó el reconocimiento a mejor actor, recibido por Marcello Ponte, ya premiado en su día en Cannes por su perfecta encarnación de un peluquero canino y padre de familia arrastrado por la violenta delincuencia local en Dogman, reconocida también por su realista empleo del vestuario (reconocimiento algo cuestionable, aun cuando da gusto que, a diferencia de otros premios, los EFA eviten lo obvio en sus apartados técnicos) y el maquillaje. Hablamos, sin duda, de la mejor película del italiano Matteo Garrone desde Gomorra, gran triunfadora de estos galardones en 2008. Así explicó el jurado su decisión respecto a los dos reconocimientos artísticos, entregados, junto al resto de premios técnicos, días antes: «El diseño de vestuario de Massimo Cantini Parrini hace uso del estilo del neorrealismo italiano de un modo muy efectivo y creativo, aplicándolo a tiempos contemporáneos, creando personajes creíbles en esta convención estética; los atuendos sirven al filme muy bien al combinarse con la fotografía y el diseño de producción, creando, juntos, una estética particular; la paleta de colores fue cuidadosamente escogida y bien nivelada, añadiendo un sentido de crudeza poética a la película» y «el peinado y el maquillaje de Dalia Colli, Lorenzo Tamburini y Daniela Tartari siempre se mantienen realistas y conectados con la historia, sin buscar exhibirse; hay muchas escenas violentas, muchas peleas, y el maquillaje siempre es perfecto, nunca exagerado y nunca demasiado, es creíble en toda la película». Por cierto, así fue el veredicto del jurado respecto al montaje de Jaroslaw Kaminski para Cold War, cuyo premio era también premonitor del resultado final: «los cortes son significativos y emocionales, casi como poesía; esta forma poética de edición apoya y realza la sensualidad de la historia: el editor guía sensiblemente a los héroes a través del tiempo, enfatizando su aislamiento entre sí en el espacio, la fragmentación de su relación y la imposibilidad de estar juntos».

Border, de Ali Abbasi
Border es una arriesgada mirada al amor no
convencional, en forma de fantasía monstruosa
3 Days in Quiberon, de Emily Atef, y Border, de Ali Abbasi, se fueron de vacío, pero por suerte contaban ya con un reconocimiento técnico cada una. Así, el jurado alabó la música de Christoph Kaiser y Julian Maas para la primera por «cumplir con el resumen de la música cinematográfica efectiva, tanto técnica como artísticamente: sirve bien a la película, funciona perfectamente como un contrapunto a su narrativa e imparte una poesía a la estética Nouvelle-Vague en blanco y negro; el tema principal no solo es conmovedor, sino que es totalmente atractivo; nostálgico, romántico, sensual y melancólico, captura el alma de Romy Schneider; es raro en el cine contemporáneo escuchar una partitura de este tipo, melódica y armónicamente distinguida, a la que también se le ha otorgado el espacio en pantalla que requiere para tener un impacto genuino», y los efectos visuales de la segunda por ser «sutiles e invisibles; apoyan la narrativa sin siquiera imponerse a la película o sacar al espectador de la historia; en el punto más alto emocional de la película, los efectos visuales son fundamentales para contar la historia y hacernos creer el mundo al que nos hemos visto atraídos; como tales, los efectos visuales cumplen con el objetivo número uno de artistas y artesanos en el cine: estar al servicio de la historia; además de esto, elevan la película y nos llevan a un lugar que no sería posible sin la ayuda de efectos visuales sin fisuras de clase mundial».

Un día más con vida, de Raúl de la Fuente y Damian Nenow
Un día más con vida nos lanza a un revelador viaje
junto a Kapuscinski, periodista de guerra
Curiosamente, los tres premios técnicos restantes recayeron en películas no nominadas en ningún otro apartado. Así, la noruega Utoya. 22 de julio, de Erik Poppe, dio la mejor fotografía a Martin Otterbeck por «equilibrar magistralmente una preocupación estética con el significado político de la tragedia de Utøya; con el trabajo de cámara de mano de un solo plano muy concentrado, el director de fotografía tuvo que decidir qué seguir y qué no seguir, creando así una experiencia de visualización intensa a medida que se encuentra en la isla con los jóvenes; el extremismo de derecha está aumentando peligrosamente de nuevo: el cine, en cada una de sus partes, tiene la responsabilidad abrumadora de traer luz a nuestros tiempos oscuros»; la rusa Leto, de Kirill Serebrennikov, una de las revelaciones de Cannes, se llevó el mejor diseño de producción para Andrey Ponkratov, el cual «nos hace creer y sentir que estamos en medio de un verano de principios de los 80 en Leningrado, al comienzo de los principales cambios políticos; los escenarios de la película incluyen grandes lugares de naturaleza abierta como una playa, pisos cerrados llenos de personas y cosas y una sala de conciertos casi claustrofóbica; el trabajo de investigación de todo el equipo del departamento de arte apoya y subraya la atmósfera auténtica de ese período de una manera sutil» y la alemana El capitán, de Robert Schwentke, se hizo con el mejor sonido porque «siguiendo la historia y las imágenes a un ritmo perfecto, los diseñadores de sonido André Bendocchi-Alves y Martin Steyer han creado una banda sonora que realmente eleva la película a otro nivel; con su enfoque técnicamente perfecto, afinado, poético, atmosférico y dinámico, la composición agrega otra capa a la experiencia visual».

Girl, de Lukas Dhont
Girl explora las preocupaciones de una joven trans
deseosa de someterse a la reasignación de sexo
Conviene destacar el merecido triunfo en el apartado animado de Un día más con vida, codirigida por un español (Raúl de la Fuente) y un polaco (Damian Nenow), por tratarse de la única victoria española del año al no fructificar ninguna de las otras candidaturas con las que contábamos: la interpretación de Bárbara Lennie por la Petra de Jaime Rosales (la gran olvidada de los Goya 2019) y el documental El silencio de otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar. Este último perdió ante Bergman, su gran año, de la sueca Jane Magnusson. El palmarés se completó con Girl, del belga Lukas Dhont, como mejor ópera prima (perfecta confirmación de que los adolescentes trans por fin tienen voz en el viejo continente); La muerte de Stalin, del británico Armando Iannucci, como mejor comedia, y Gli anni, de la italiana Sara Fgaier, como mejor cortometraje. Por último, el Premio del Público recayó en Call Me by Your Name, del italiano Luca Guadagnino, no elegible en las demás categorías por estar coproducida por Estados Unidos y haber triunfado ya allí, aun siendo, sin lugar a dudas, la mejor película europea (y no europea) del año. Curiosamente, también se trata de la única vencedora verdaderamente luminosa en una edición que parece haberse dejado contagiar por la oscuridad que está invadiendo el panorama político europeo.

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