15 mayo 2018

'Lady Bird', para mí, por mí (o cómo ser feminista sin proponérselo)

Que Lady Bird convirtiera a Greta Gerwig en la quinta mujer nominada al Oscar a mejor dirección (así como la primera desde que Kathryn Bigelow lo ganara por fin por la brillante En tierra hostil, 2009) desvió la atención sobre las cualidades de una cinta fácil de infravalor por su  fresco contexto juvenil y su carácter aparentemente liviano. Mas no nos despistemos: si Lady Bird obtuvo cinco nominaciones al Oscar (película, actriz, actriz de reparto, guion original y dirección, estas dos últimas para la polifacética creadora californiana) no fue por beneficiarse del impulso del movimiento #MeToo, sino sencilla y llanamente porque así lo merecía.

Saoirse Ronan y Beanie Feldstein en Lady Bird (2017)
Lady Bird ofrece una mirada cálida pero sincera
la amistad femenina en los tiempos estudiantiles
Es difícil, no obstante, determinar el impacto que esta fresca comedia dramática habría tenido de brotar en un momento diferente. Pero, a fin de cuentas, siempre lo es: toda obra es hija de su tiempo. Como su valiente creadora, Lady Bird es feminista. Y mucho. Sin molestarse en serlo. Su protagonista, que podría perfectamente haber sido encarnada por la propia Gerwig (actriz, antes que directora, memorable en sus colaboraciones con su pareja, Noah Baumbach: Greenberg (2010), Frances Ha (2012) y Mistress America (2015), las dos últimas escritas mano a mano entre ambos) sueña con la clase de vida excitante que día tras día le niega la gris Sacramento (una de las pocas ciudades de la cool California que las guías turísticas invitan cortésmente a no visitar jamás). Y, como todo adolescente que se siente fuera de lugar, hace locura tras locura sin pensárselo dos veces, desde tirarse de un coche en movimiento como declaración de intenciones (uno de los grandes memes del año) hasta soltar a una autoridad que, de haber su madre abortado, la vida sería mejor para todos. Ella no es Gerwig, como ya se ha dicho, pero al tiempo lo es y mucho, pues gran parte del libreto parte de su propia vida, empezando por una relación de amor-odio con la infancia que, sin requerir la espectacularidad de Boyhood (Richard Linklater, 2014), la pequeña cinta plasma a la perfección en lo que supone otro bellísimo tributo al proceso de crecer.