07 diciembre 2016

‘Paterson’: poesía reaccionaria

El último film del maestro del cine independiente estadounidense Jim Jarmusch probablemente sea su creación más aclamada hasta la fecha, como prueban los múltiples aplausos y galardones que ha recibido desde su paso por un Cannes del que se fue de vacío para congoja generalizada. Nadie ha salido mejor parado que su protagonista, Adam Driver, quien, tras tropezar como el decepcionante villano de Star Wars. El despertar de la Fuerza (J. J. Abrams, 2015), ha dado por fin con un papel que nos permita olvidar al icónico personaje al que sigue dando vida en la genial serie Girls. En Paterson (2016) el peculiar actor encarna a un conductor de autobús y poeta aficionado llamado Paterson que vive en —valga la redundancia— Paterson (Nueva Jersey) en compañía de su novia y el perro de esta. Día a día, ella busca maneras de combatir la monotonía con platos originales, actividades culturales y nuevos hobbies, pero él, más sencillo, parece encontrar la felicidad en los pequeños —rutinarios— placeres de la vida, peculiar contraste que podría ser meramente anecdótico de no ser por el modo en que Jarmusch aborda a ambos personajes.

Dos polos enfrentados en Paterson
Como protagonista indiscutible del film al que da nombre, Paterson se gana rápidamente la identificación del espectador aun cuando su escasa expresividad no siempre permite entrever lo que pasa por su cabeza. De este modo, aprendemos a valorar su tranquila existencia, que comienza (como tantas otras) con el despertador, prosigue por la jornada de trabajo al mando del autobús (con triviales conversaciones ajenas como sonido de fondo), continúa por el hogareño reencuentro con su pareja y concluye en un bar que ocasionalmente le depara alguna que otra sorpresa. Al igual que en otras cintas del realizador como Mystery Train (1989) o Noche en la tierra (1991), el tiempo constituye el corazón de una obra narrada cadentemente de lunes a lunes, contando los silencios y las pausas con tanta relevancia como el sonido y los diálogos. Entretanto, las poesías que van naciendo de la rica imaginación de Paterson dan un toque mágico a sus pequeños quehaceres, acentuando el contraste entre la mecánica conducción de autobuses y la pasional creación cultural. Por desgracia, la tercera etapa diaria, aquella que el protagonista comparte con su compañera de vida, parece aprovechar el entumecimiento en el que nos sume la película para transmitir señales harto reaccionarias. Así, frente a la respetable cautela del protagonista, los constantes intentos de su pareja por probar cosas nuevas (desde preparar un inédito pastel de brócoli hasta tomar clases de guitarra) son constantemente ridiculizados, pareciendo querer instar al espectador a contentarse con la aburrida seguridad que lo rodea en lugar de luchar por sueños que no contar con los pies en la tierra vuelve inevitablemente absurdos.

La dependencia de ella es
latente en el póster de Paterson
Todo esto, ante lo que críticos empeñados en tachar de machista The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016) no se han inmutado siquiera, se acentúa ante el “efecto Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994)”: hombre trabajador responsable de su propia vida frente a mujer bohemia incapaz de encontrar su camino que depende en todos los sentidos del primero (¡cuánto daño ha hecho la icónica Jenny de Robin Wright!). Así, el personaje encarnado por la iraní Golshifteh Farahani (estrella de la maravillosa A propósito de Elly de Asghar Farhadi, 2009) es una mujer agradable, inteligente y hermosa pero por completo dependiente del protagonista, al que pide constantemente consejo (¡y dinero!) de cara a autosatisfacerse con sus propios “desvaríos”. Que ella sea vegetariana también es (como siempre, ¡ya vale del tópico!) vilipendiado, no ayudando tampoco en lo que a animalismo se refiere que el perro de la pareja se convierta en el villano de la función (de un modo nada realista que rompe con la veracidad desprendida por el resto del metraje). Todo esto, en lo que me he obligado a explayarme dado el pasotismo del resto de críticos, lastima inevitablemente una experiencia audiovisual que, por lo demás, se encuentra entre las más especiales del año. ¿Cómo valorar, por tanto, una obra que deja un poso tan contradictorio? 

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