11 noviembre 2016

'El ciudadano ilustre': conformismo pueblerino vs. cinismo intelectual

La hipocresía es uno de los elementos más peligrosos de la sociedad. Lo inunda todo sin que nos demos cuenta. Y, encima, resulta difícil luchar contra ella sin hacerlo desde la propia hipocresía. ¿Es hipócrita sentirse realizado por solucionar económicamente la vida a una persona en concreto cuando muchos son los que necesitan ayuda sin tener ocasión de pedirla? Probablemente. Pero, ¿acaso no es más hipócrita negar una ayuda que puede concederse sin problema por el mero hecho de evitar sentirse hipócrita al hacerlo? Estas cuestiones corresponden a un momento fugaz de El ciudadano ilustre (2016), pero, de alguna manera, reflejan la esencia de una obra que renuncia a las respuestas fáciles pero no al constante cuestionamiento de los valores del mundo contemporáneo, los cuales prueban no ser necesariamente más “humanos” en pueblos tradicionales que en ambientes más modernos habitualmente ligados a la pérdida de los mismos.

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a mejor guion de la Seminci y es favorito al Goya latino
La película que nos ocupa constituye la nueva colaboración de la pareja de realizadores integrada por Mariano CohnGastón Duprat, artífices de El artista (2008) y El ciudadano de al lado (2009). Nos hallamos ante la historia de un aclamado escritor argentino recién receptor del Premio Nobel que, para sorpresa de todos, decide cancelar sus múltiples compromisos para ser nombrado “ciudadano ilustre” en Salas, lugar que —como todos aquellos que lo han acogido— dista mucho de poder considerarse un hogar para él. Irónicamente, el ficticio autor lleva cuarenta años sin volver a su pueblo natal y sin embargo ha forjado su carrera a base de escribir sobre él desde una mezcla de nostalgia y resentimiento. “Creo que hice una sola cosa en toda mi vida: escapar de ese lugar”, dice el complejo protagonista al comienzo del film, demasiado pronto para que podamos conocer los motivos. Merecidamente laureado en Venecia, Óscar Martínez lo encarna con solvencia, dotándolo de la dualidad que requiere: la ternura transmitida por un hombre cansado de estar vivo para quien la vuelta a casa supone un reencuentro consigo mismo frente a la antipatía despertada por alguien abiertamente enfadado con un mundo conformista al que no se cansa de dar lecciones. Por supuesto, gran parte del mérito corresponde al libreto de Andrés Duprat, maestro del humor irónico, mordaz y filosófico que no por casualidad comparte padres con uno de los realizadores (con los que acostumbra a trabajar). Sea cual sea el contexto —desde la aceptación del prestigioso Nobel hasta la organización de un pequeño concurso pictórico de pueblo—, guionista y personaje aprovechan para dejar a la sociedad por los suelos sin prestarle siquiera una mano para levantarse de nuevo.

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de al lado
ayude a El ciudadano ilustre
La acidez trasmitida por la cinta, creciente conforme avanza el metraje (dividido en un prólogo y cinco capítulos), contrasta con la apacible tranquilidad desprendida por todas sus localizaciones, sea ese elegante apartamento donde el autor repasa sin interés sus obligaciones junto a la siempre efectiva Nora Navas, sean esas calles pueblerinas plagadas de historias ocultas. De hecho, rara vez se irrita el protagonista lo suficiente como para alzar la voz, aun cuando nada de lo que lo rodea parece cumplir sus expectativas. En contraposición a su frío carácter, fruto de una vida de solitaria reflexión, los habitantes de Salas se dejan llevar por pasiones no siempre justificadas, lo que da lugar a enfrentamientos donde el primero es consciente desde el principio de llevar la razón y los segundos apenas llegan a entender de qué están siendo acusados. Asistimos así ante una conversación de besugos entre el cinismo de la vida intelectual y el conformismo de la existencia pueblerina ante la que cuesta decidir si reír o llorar. Sin embargo, lo que arranca como una comedia con tintes dramáticos desemboca poco a poco en un perturbador drama psicológico cercano al thriller. La fluidez con que se adentra en él un filme que, al no dejar nunca de interpelarnos, se ha ganado nuestra confianza genera entonces sentimientos espeluznantes. Y así es como la hipocresía y el conformismo revelan de forma definitiva cuán peligrosos pueden llegar a ser.

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