28 octubre 2016

'Maggie's Plan': controlar el destino

Maggie tiene un plan tras otro. Algunos, como la decisión de ser madre soltera, la implican sólo a ella (o, ¡ay la ingenuidad!, eso se cree). Otros van más allá, involucrándose intrusivamente en la vida de los demás hasta rozar el absurdo. Todo ello, desde las mejores intenciones. A simple vista, Maggie puede parecer una psicópata manipuladora, pero basta conocerla para comprobar que su afán por controlarlo todo tan sólo esconde una encantadora inocencia bañada de inseguridad. Y es que, en realidad, Maggie es la mejor amiga que se puede tener, alguien dispuesto a poner la satisfacción ajena por delante de la suya, así como a hacer las mayores locuras por el bien de los demás (al margen de que sea ella a quien debemos el “mal” previo). ¿Pero quién es Maggie? Pues nada más y nada menos que la maravillosa Greta Gerwig, la única intérprete que podría dar al personaje tan perfecta mezcla de candor y chifladura, tal y como ya probó en las maravillosas Frances Ha (2012) y Mistress America (2015), ambas dirigidas por Noah Baumbach y ambientadas, al igual que la película que nos ocupa, en un flamante Nueva York que, invadido por tan apacible música y tan frescos diálogos, vuelve inevitable pensar en el gran Woody Allen.

Maggie's Plan nos recuerda cuán frágiles y peculiares
son en última instancia las relaciones humanas
Maggie’s Plan (2016) es el último largometraje de Rebecca Miller, cuyas Angela (1995), Intimidades (2002), La balada de Jack y Rose (2005) y La vida privada de Pippa Lee (2009) también contaban con carismáticas mujeres como protagonistas. Y probablemente sea el mejor de los cinco. Parece por tanto que a la guionista y realizadora de Connecticut le ha sentado bien el salto a la comedia, si bien sus andaduras en el drama son latentes en la melancolía que inunda su quinto trabajo. Así, como sucede en las mejores creaciones de los mencionados Allen y Baumbach, el dramático contexto se aborda desde un humor tan simpático como punzante que, lejos de evitar tomarse en serio a los personajes, fomenta la empatía hacia ellos. Que casi todos los diálogos sean dignos de enmarcar para el recuerdo quizá sea irreal, pero es una licencia que, no sólo debe aceptarse como es, sino que curiosamente no rompe con la perenne naturalidad pretendida. A ello beneficia un excelente reparto donde encontramos, junto a la genial Gerwig, a la versada Julianne Moore, los siempre frescos Bill Hader y Maya Rudolph, el rudo vikingo Travis Fimmel y un Ethan Hawke habituado al tono de la propuesta gracias a sus colaboraciones con Richard Linklater.

El cartel de Maggie's Plan resalta
la relación entre Gerwig y Hawke
Borrosa como la vida misma, la película tiene en el destino su tema principal: ¿podemos jugar con él o somos sus prisioneros? Que todos somos esclavos de nuestros hijos nonatos es sólo una de las curiosas ideas nacidas de un guion siempre dispuesto a sorprender y enamorar. Tal y como hacía Mia Hansen-Løve en la magnífica El porvenir (2016), la reflexión vital se entremezcla con la cotidianidad para cobrar una dimensión tan cercana como filosófica. Entretanto, el amor se presenta frágil e inestable, pero también como una red de salvamento. Al final, nos hallamos ante la historia de varias almas perdidas entre sentimientos no siempre fáciles de comprender, lo que los sitúa en un complejo juego donde nadie tiene claro qué hacer para ganar. Todos se encuentran a años luz de la perfección, no temiendo el desprejuiciado guion adentrarse en el patetismo a sabiendas de que los ha dotado de suficiente humanidad para que los aceptemos tal y como son. Tan profunda como sencilla, Maggie’s Plan es una joyita sobre el desamor, la frustración, la soledad, el fracaso, las meteduras de pata y otros pequeños problemas que el día a día contemporáneo nos ha enseñado a afrontar y, a ser posible, superar con una sonrisa.

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