Picado de la heroína sumetida |
22 junio 2016
'Kill Bill' & 'Lady Snowblood': resonancias y puntos de vista
09 junio 2016
'Green Room': terror y extremismo
“Cuando recibí el guion en mi
casa de Inglaterra, lo encontré tan terrorífico que tuve que cerrar con llave,
encender el sistema de seguridad y servirme un whisky. Entonces supe que quería
interpretar a Darcy Banker porque un personaje tan aterrador sería un reto
increíble y daría lugar a una película irresistible”. Así habló Patrick Stewart, veterano de las icónicas
sagas Star Trek y X-Men, de Green Room (2016), su
fascinante incursión en el thriller de terror, donde conforma junto a Anton
Yelchin (presente precisamente en los reboots de Star Trek), Imogen Poots,
Alia Shawkat, Mark Webber y Macon Blair
un reparto tan prometedor como relativamente desconocido que, precisamente por
eso, resulta perfecto para encumbrar una de las sorpresas independientes del año.
Y es que si algo logra esta cinta es sumir en oscura inseguridad a un
espectador para quien el cuarto verde tendrá el mismo efecto de
encierro que padecen los aterrados personajes.
Todo indica que pronto veremos mucho más de la carismática Imogen Poots |
Tras la excesiva Murder Party (2007) y la contenida (vale, hasta la
escena final) Blue Ruin (2013) —ambas
también con Blair, su actor fetiche—, Jeremy Saulnier parece haber encontrado el equilibrio con este
inquietante thriller sobre una banda punk convertida en el blanco de una
aterradora pandilla de skinheads tras ser a su pesar testigo de sus violentos
actos. La propia película es pura violencia, si bien el buen gusto a la hora de
representarla evita que el pánico se torne en desagrado (salvo cuando este es
imprescindible, claro). De hecho, como sucede con el aclamado cine de Quentin
Tarantino (con el que, por lo demás, Green
Room tiene poco que ver más allá del forzado encierro de la decepcionante Los odiosos ocho, 2015), no es tanto la
propia violencia, como el buen ritmo y los ingeniosos diálogos, lo que termina
conquistando al espectador. Bueno, eso y unos notablemente definidos
protagonistas que se ganan con rapidez nuestra identificación, provocando que
sintamos el terror en nuestras propias carnes. Terror este provocado, tanto por
lo que acontece en pantalla, como por la devastadora consciencia de la gélida maldad a la
que los extremismos reducen al ser humano.
05 junio 2016
5 películas clave narradas en un único plano secuencia
El plano secuencia, consistente en rodar una
escena o conjunto de escenas sin corte de montaje alguno, es uno de los
elementos de puesta en escena más representativos, impactantes y arriesgados,
pudiendo ser su uso tanto una complicadísima maniobra como sencillamente la
forma más rápida de ahorrar dinero en producción. Dada la fascinación que
despierta, varios son los cineastas que han optado por narrar (que no necesariamente filmar) sus historias
enteramente en plano secuencia, o sea, sin un solo corto desde el primer
fotograma hasta el último. Hoy voy a hablaros de las cinco cintas que encuentro
más representativas a este respecto, aun cuando no todas sean completamente honestas
en lo que al método se refiere...
La soga (1948): 80' de plano secuencia falseado |
La soga (Alfred Hitchcock, 1948). A nadie debería
sorprender que el maestro del suspense fuera pionero en lo que a planos
secuencia se refiere a la hora de contar la cínica historia de dos
universitarios (John Dall y Farley Granger en personajes claramente
homosexuales) que
estrangulan a un compañero, esconden el cadáver en un arcón e invitan a su
profesor (James Stewart) a cenar justo encima de él. La imposibilidad tecnológica
de la época de filmar más de diez minutos seguidos no impidió al cineasta
británico confeccionar un intrigante film en una supuesta sola toma. Cierto es
que cada diez minutos la cámara se acerca a un fondo oscuro para permitir el
corte (y que dos de estos se notan intencionadamente), pero el resultado es continuo
en apariencia, lo que supone todo un record para la época. Curiosamente,
también se trata de la primera obra en color de Hitchcock, quien partió de la
obra de teatro homónima de Patrick Hamilton (escrita en 1929 a partir del asesinato
real de Bobby Franks a manos de Nathan Freudenthal Leopold, Jr. y Richard A.
Loeb en 1924). El milimetrado rodaje fue posible gracias a que los muros del escenario
se movían sobre ruedas y podían desplazarse silenciosamente, encargándose un
grupo de operadores de mover los muebles fuera de la trayectoria de la cámara, la
cual, al igual que los micrófonos, se mantenía en constante movimiento. Como
complemento, el fondo neoyorkino mostrado a través de las ventanas era el diorama
más grande jamás utilizado en un escenario sonoro, siendo su propia
contemplación, que incluye una señal roja de neón con el perfil de Hitchcock
promocionando un producto ficticio para la pérdida de peso —usado previamente
durante el cameo en Náufragos (1944)—
y nubes hechas de fibra de vidrio que cambian de posición hasta ocho veces,
todo un espectáculo en sí mismo.