16 diciembre 2012

La alegría del género musical

Nada como un buen musical para alegrar un día gris o hacer juego con uno feliz. Desde su aparición junto al sonido, el género musical ha traído a millones de personas a los cines para ver cantar y bailar a las estrellas. Lo que para algunos es un simple sinsentido, para otros es todo un espectáculo y, sobre todo, una gran fuente de entretenimiento. Tras más de veinticinco años en los teatros de Londres, el estreno de Los miserables (Tom Hooper, 2012) en gran pantalla promete ser uno de los eventos cinematográficos del año, especialmente por su decisión de grabar las canciones en directo. Pero la historia de este género es larga.

"La vida es un cabaret", nos dice la brillante Cabaret
El cine musical vio su aparición gracias a la introducción del sonido en el cine en 1927 con El cantor de jazz, de Alan Crossland. Su calidad era muy mejorable, pero la mezcla de los clásicos intertítulos del cine mudo con canciones fue muy bien recibida por el público de la época. Dos años después, La melodía de Broadway (Harry Beaumont, 1929) se convertía en el primer film “All talking, all singing, all dancing” y, pese su tópica historia, obtuvo gran popularidad y el primer Oscar a mejor película para un film sonoro. Desde entonces, otros siete musicales han recibido dicho galardón, demostrando el aprecio de Hollywood hacia este género.

Y no sin razón: un musical ofrece, además de una historia más o menos interesante (para qué negarlo, la mayoría caen en la simpleza), números musicales muy bien coordinados con canciones pegadizas y bailes vibrantes. La puesta en escena es casi siempre espectacular y muestra sumo cuidado en el vestuario, la dirección artística y la disposición de los actores. Además, al contrario que las obras teatrales, el musical cinematográfico cuenta con el montaje para acentuar el impacto de las actuaciones. Al final, la historia es lo de menos.

Nunca hubo mejor pareja de baile que
Astaire y Rogers en Sombrero de copa
Aunque algunos de los primeros musicales de prestigio pertenecen al francés René Clair, que destacó con los romances bohemios Bajo los techos de Paris (1930) y El millón (1931), EE.UU. se apropió del género a una velocidad de vértigo y nadie ha sido capaz de hacerle frente. Siguiendo el éxito de La melodía de Broadway, llegaron musicales de gran fuerza visual que, al contrario que su predecesora, no descuidaban la historia y se atrevían con temáticas más serias. Uno de los más destacados es Calle 42 (Lloyd Bacon, 1933), que incluso hacía referencias a la Gran Depresión sin dejar de lado el cuidado en los números musicales, coreografiados por el gran Busby Berkeley. Mención especial merece Aleluya (King Vidor, 1929), que retrataba el sufrimiento de los esclavos negros pero caía irremediablemente en el tópico. Mientras tanto, Alam Ara (The Light of the World) (Ardeshir Irani, 1931) inauguraba el género musical en la India, país donde las canciones y el cine quedarían para siempre conectadas.

El musical es el género escapista por excelencia y sus espectadores no buscan historias trascendentales, sino pasar un buen rato y olvidarse de sus problemas. Ideales a este respecto eran los nueve musicales que el perfeccionista Fred Astaire y la sufrida Ginger Rogers protagonizaron para RKO. Esta delicada pareja de bailarines actores mostraba mucho talento y una gran química en pantalla, lo que convierte a obras como En alas de la danza (George Stevens, 1936) en auténticas obras de arte. La comedia de enredo Sombrero de copa (Mark Sandrich, 1935) fue su colaboración más destacada y, aunque tópica en ocasiones, era tan divertida como espectacular, gracias a las bellas actuaciones de la pareja y a números míticos como “Cheek to cheek”.

Un día en Nueva York se beneficia del rodaje en 
exteriores en la propia ciudad, casi sin precedentes

Otra pareja destacada fue la formada por el seductor pero distinguido Maurice Chevalier y la elegante Jeanette McDonald que protagonizaron varios simpáticos musicales. El gran Ernst Lubitsch sacó gran partido de su química en El desfile del amor (1929) y La viuda alegre (1934). Así, el cine musical es uno de los más ligados a sus estrellas: el público no podía prever la calidad de un film, pero saber quién lo protagonizaría garantizaba, al menos, buenos momentos musicales.

Fred Astaire y Cyd Charisse lanzaban Melodías de Broadway 1955 (Vincente Minnelli, 1953) a la fama mientras Gene Kelly y Frank Sinatra hacían lo propio con Levando anclas (George Sidney, 1945), que además era pionera en la combinación de animación y acción real gracias a un baile entre Kelly y el ratón Jerry. El guión  de ambas dejaba mucho que desear, pero sus estrellas las salvaban. Era la era dorada del musical y todos querían cantar y bailar. Hasta Marlon Brando y Jean Simmons lo hicieron graciosamente en Ellos y ellas (Joseph L. Mankiewicz, 1955).

Judy Garland está pletórica en Cita en San Luis
uno de los musicales más alegres y redondos

Crucial a este respecto fue la llegada del color, toda una revolución para el género por las múltiples posibilidades que ofrecía. Así, al no tener que ser del todo fieles al realismo, los musicales podían permitirse jugar con los colores para sacar el máximo provecho de ellos y crear films muy atractivos. Pionera a este respecto fue la maravillosa El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), que nos trasladaba a un mundo de fantasía y aventuras e incluía canciones pegadizas como la bella “Over the Rainbow”, interpretada por una joven Judy Garland que saltó al estrellato y quedó encasillada en el musical gracias a protagonizar algunas de las mejores cintas del género, como la alegre Cita en San Luis (Vincente Minnelli, 1944), sobre la felicidad de una familia de clase media alterada por la decisión del padre de cambiar de domicilio, todo ello acompañado de magníficas canciones como la divertida “The Trolley Song” o la tierna “Have Yourself a Merry Little Christmas”. Ambos films tocaban el tema del amor por el hogar, con el que llegaban fácilmente al corazón americano en duros tiempos de guerra. MGM lo sabía bien y pronto se convertiría en la productora de musicales por excelencia. Warner Bros., por su parte, demostró su apoyo al Ejército con la propagandística Yanqui Dandy (Michael Curtiz, 1942).

Gigi debe crecer muy rápido, con champagne y todo
Este último film era el mejor musical de Vincente Minnelli y, sorprendentemente, fue ignorado por los Oscars, que, no obstante, entregarían el máximo galardón a dos obras parisinas del genial director: la romántica Un americano en París (1951), con un impresionante número musical final de dieciocho minutos (inspirado por el de la británica Las zapatillas rojas (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1948), bello melodrama de ballet) , y Gigi (1958), beneficiada por su rodaje en el verdadero París, que hacía palidecer a los decorados de su predecesora. Con 9 premios, esta última se convirtió en el film más oscarizado hasta el momento (récord que le duró poco, pues al año siguiente llegó Ben-Hur (William Wyler, 1959) con sus 11 estatuillas). Ambas estaban protagonizadas por la dulce Leslie Caron, quien, al igual que Kelly, Astaire o Garland, sabía que una buena actuación de musical se basa a menudo en el glamour y la exageración.

Gene Kelly queda embobado ante la flexible 
Cyd Charisse en la genial Cantando bajo la lluvia
Aunque quizá la colaboración más prolífica del musical sea la de Stanley Donen y Gene Kelly, que codirigieron Un día en Nueva York (1949), Siempre hace buen tiempo (1955) y, sobre todo, la mítica Cantando bajo la lluvia (1952), que contaba la transición del cine mudo al sonoro con algunos números tan memorables como “Singing in the Rain”. Se trata de musicales divertidos que no buscan ser trascendentales pero dejan un muy buen sabor de boca gracias a una refinada dirección de ambos artistas. Aunque sin la misma magia, ambos ofrecieron también grandes obras en solitario. Donen mostró su dominio de la puesta en escena con las cuidadas Siete novias para siete hermanos (1954), tan absurda como divertida pese a sus cantosos decorados, y Una cara con ángel (1957), algo tonta pero muy glamurosa gracias a los bellos trajes lucidos por Audrey Hepburn. Kelly se vio más perjudicado por la separación y ni siquiera su acertada Hello, Dolly (1969), genialmente protagonizada por Barbra Streissand, logró el aplauso esperado. 

Julia Andrews había protagonizado My fair lady en
Broadway, pero la Warner prefirió a Hepburn;
ella bordó el papel, pero Andrews ganó el Oscar
Streissand, por cierto, había revolucionado el mundo del cine el año anterior al obtener el Oscar por su debut en Funny Girl (William Wyler, 1968). Es más, fue su voto como nuevo miembro de la Academia lo que la convirtió en coganadora junto a Katherine Hepburn, en un empate técnico (Streissand tenía un voto menos, pero las normas lo consideraban empate) que no volvería a repetirse. Ella era vibrante, divertida, talentosa y un perfecto símbolo del nuevo Hollywood, aunque sus esfuerzos como directora de Yentl (1983) no tuvieron el reconocimiento que ella esperaba.

No obstante, todavía había espacio para musicales clásicos como El rey y yo (Walter Lang, 1956), West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961) y My fair lady (George Cukor, 1964). Sus protagonistas eran las míticas Deborah Kerr, Natalie Wood y Audrey Hepburn, respectivamente, pero todas ellas fueron dobladas en las canciones por Marni Nixon y se quedaron sin Oscar pese a que sus films recibieran cinco, diez y ocho galardones respectivamente. Lo que no todos saben es que Kerr se preparó muchísimo para coordinarse con su dobladora o que Hepburn exigió cantar ella misma para formar parte de la película y fue después traicionada por el estudio pese a que su voz, no tan melódica como la de Nixon, por supuesto, era correcta y mucho más acorde al personaje. Nixon también arregló las notas altas de Marilyn Monroe para la divertida Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953).

Andrews es una perfecta Mary Poppins
West Side Story, por cierto, es la única película que ha dado el Oscar a dos directores a la vez, pero éstos se odiaban y ni siquiera se mencionaron el uno al otro en sus discursos de aceptación. El más prolífico de los dos, Robert Wise, volvería a alzarse con la estatuilla por Sonrisas y lágrimas (1965), el musical más taquillero de la historia. Éste contaba con otra gran figura del género: Julie Andrews, que acababa de recibir el Oscar por el “Supercalifragilísticoespialidoso” de Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) y seguiría brillando en el musical con clásicos como ¿Víctor o Victoria? (Blake Edwards, 1982), divertidísima comedia sobre una mujer que se hace pasar por un hombre que se hace pasar por una mujer.

Otra figura imprescindible en la renovación del género fue Bob Fosse, quien decidió que, en plenos años 70, los musicales en los que la gente empezaba a bailar y cantar sin motivo parecían un poco tontos. Su Cabaret (1972) era impresionante, desde su potente montaje hasta su cuidada dirección artística, pasando por los memorables números musicales de Joel Grey y Liza Minnelli en el Kit Kat Club. Minnelli, hija de Vincente Minnelli y Judy Garland, bordaba a la original protagonista, tan vulnerable fuera del escenario como poderosa dentro de él. Todo un experto coreógrafo, Fosse volvió a brillar con la autobiográfica Empieza el espectáculo (1979), único musical con la Palma de Oro de Cannes, sobre el esplendor y decadencia de las estrellas, basada en la propia experiencia del director en la producción del musical de Broadway Chicago (1975), que no vería su versión cinematográfica hasta décadas después. Esto es especialmente curioso teniendo en cuenta que a partir de mediados de los 50, la producción de musicales se limitó casi en exclusiva a adaptaciones de musicales teatrales. 

Olivia Newton-John y John Trabolta realizan 
geniales números musicales en Grease
Conforme el sistema de estudios perdía fuerza, los musicales clásicos empezaron a dejarse de lado. Que el exitoso Cats (1981) no tuviera su versión cinematográfica fue muestra de ello. No obstante, a partir del éxito de Fiebre del sábado noche (John Badham, 1977) y Grease (Randal Kleiser, 1978), que hicieron de John Trabolta una estrella, el musical encontró en los jóvenes un nuevo público. Grease incluía actores cuarentones haciendo de quinceañeros, diálogos tópicos y la moraleja de que vestirse de licra es la forma de conseguir el éxito, pero nada ensombrecía a “Summer nights”, “You´re the one that I want”, “Grease lightnin´” y el resto de geniales canciones. 

Los nuevos films se acercaban al ambiente discotequero de los jóvenes y exponían las preocupaciones de éstos, aunque fuera de forma simplona. Hair (Milos Forman, 1979), Fama (Alan Parker, 1980), Footloose (Herbert Ross, 1983), Flashdance (Adrian Lyne, 1983) y Dirty Dancing (Emile Ardolino, 1987) son algunos ejemplos. No obstante, ninguno se acercaba siquiera al genial The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975), que había combinado terror gótico y música moderna para crear un film tan original como divertido con una jovencísima Susan Sarandon. Miles de fans aún acuden a día de hoy a sus interactivas proyecciones, que incluyen actuaciones de los propios espectadores.

El guión de Pocahontas es mejorable, pero las bellas
canciones de Alan Menken y Stephen Schwartz no
En los 80, del musical clásico terminó de extinguirse y durante los 90 los films de Disney fueron el último resquicio. La Sirenita (John Musker y Ron Clements, 1989), La bella y la bestia (Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991), Aladdín (John Musker y Ron Clements, 1992), El rey león (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994), Pocahontas (Mike Gabriel y Eric Goldberg, 1995), Hércules (John Musker y Ron Clements, 1997), El rey león 2 (Darrell Rooney y Rob LaDuca, 1998) y Mulán (Barry Cook y Tony Bancroft, 1998), no solo renovaron al estudio, sino también al género musical. Sus creadores descubrieron la clave de un buen musical: canciones que avancen la historia, en lugar de limitarse a interrumpirla. ¡Y qué canciones!

8 mujeres reune a Catherine Deneuve con el musical
décadas después del éxito de Los paraguas de Cherburgo

Dentro del campo de animación, también destacaron Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1994), Anastasia (Don Bluth y Gary Goldman, 1997) y El príncipe de Egipto (Simon Wells, Steve Hickner y Brenda Chapman, 1998). De hecho, hoy en día apenas se concibe un film animado sin dos o tres canciones pegadizas. La conexión entre animación y música viene de antaño, con proyectos tan originales como la ópera Fantasía (1940) o la estrambótica Yellow submarine (George Dunning, 1968), el mejor musical de “Los Beatles” con perdón de la divertida Qué noche la de aquel día (Richard Lester, 1964), que exponía el lado más rebelde de la banda. Ambas son, además, británicas, lo que roba a EE.UU. el protagonismo por una vez. De hecho, tan sólo Reina Unido y Francia, cuya nostálgica Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964) sorprendió como melodrama cantado, han destacado en este ámbito, aunque con producciones muy distintas a las de Hollywood. Las recientes 8 Mujeres (François Ozon, 2002) –un hombre asesinado, ninguna salida y ocho mujeres implicadas dispuestas a desnudar sus almas con una canción cada una–, y Across the Universe (Julie Taymor, 2007) –aroma sesentero y adaptaciones de “Los Beattles”– se acercan algo más al estándar, pero sin dejar de lado la originalidad.

El ardiente rojo y el frío azul se enfrentan en
 Moulin Rouge, el musical romántico por excelencia
Sorprendentemente, el renacer del género no vino de Hollywood. Vino de Dinamarca, donde Lars von Trier creó la impactante Bailar en la oscuridad (2000), protagonizada por una fascinante Björk, y, sobre todo, de Australia, donde diez años después de su potente y danzarina El amor está en el aire (1992) Baz Luhrmann estrenaba Moulin Rouge (2001), convertida en un clásico instantáneo gracias a su mezcla de nuevas y viejas canciones, de nueva y vieja estética y de grandes estrellas de la talla de Ewan McGregor y Nicole Kidman, que protagonizaban uno de los romances más impactantes de la historia del cine y uno de los números musicales más geniales existentes, un remix de canciones míticas en los tejados de París. Magnífico.

Hollywood no quiso quedarse atrás y al año siguiente lanzó por fin la adaptación de Chicago, dirigida por un Rob Marshall demasiado pendiente en disimular la falta de talento para el baile de sus intérpretes. El resultado es un largo videoclip tan potente unos ratos como mediocre otros en el que ningún plano estaba demasiado tiempo en pantalla. Nada que ver con su predecesora, pero el Oscar a mejor película fue suyo. El último musical en alzarse con la estatuilla habían sido la envolvente Oliver! (Carol Reed, 1968), treinta y cuatro años atrás.

El nostálgico Hedwig and the angry inch es uno
de los pocos musicales independientes
El musical había vuelto para quedarse, aunque aún tendría que encontrar su camino. Así lo demostraron Dreamgirls, (Bill Condon, 2006), Nine (Rob Marshall, 2009) o Burlesque (Steve Antin, 2010), tan glamurosas como tópicas. Y, para los más jóvenes, un guión mediocre y maravillosas canciones confeccionan High School Musical (Kenny Ortega, 2006) y sus secuelas. Aunque la arriesgada Hedwig and the angry inch (John Cameron Mithcell, 2001), sobre un transexual frustrado ante el error de su operación de cambio de sexo, la divertida Hairspray (Adam Shankman, 2007), con un genial Trabolta travestido, y la bohemia Rent (Chris Columbus, 2005), donde un grupo de jóvenes lidia con pobreza, drogas y el SIDA, presentaban gran calidad, su éxito tampoco fue el esperado. Mayor aceptación han tenido los films en que la música es parte natural de la historia, como en las brillantes En la cuerda floja (James Mangold, 2005), biopic de Johnny Cash; Once (John Carney, 2006), intimista romance entre artistas callejeros en Irlanda, o La vie en rose (Olivier Dahan, 2007), sobre la famosa cantante francesa Edith Piaf (encarnada por una fascinante Marion Cotillard), perfectas para crear debate sobre la diferencia entre un musical y un film sobre música.

La irónica Sweeney Todd añade la estética 
gótico-cómica de Burton al género musical

Sin embargo, la producción de musicales se limita a la adaptación de obras de Broadway, como Mamma Mía (Phyllida Lloyd, 2008), en la que Meryl Streep demuestra que no hay género que se le resista. No obstante, aún hay gente dispuesta a arriesgar, como Woody Allen con su Todos dicen I love you (1996) y Tim Burton con Sweeney Todd: el barbero diabólico de la calle Fleet (2007), que disgustó a muchos enemigos del género que esperaban un film de terror y se encontraron a Helena Bonham Carter cantando con impagable dulzura “Worst pies in London”. 

Lagaan, érase una vez en la India es uno de los 
pocos musicales indios aclamados por la crítica

De todos modos, el país más prolífico en producción de musicales ha sido siempre la India. Con cientos de películas al año tan denostadas fuera del país como amadas dentro, Bollywood se ha convertido en una gran productora de entretenimiento que ha sabido ganarse al público propio mejor que ningún otro país del mundo. De hecho, los indios son los únicos que consumen más cine propio que estadounidense. Al final, incluso occidente se ha rendido a estos cuidados musicales, e incluso Lagaan, érase una vez en la India (Ashutosh Gowariker, 2001) fue nominada por la Academia en la categoría de mejor película extranjera.

Al final, tanto Hollywood como Bollywood han tenido la misma idea: si la música y el cine son las mayores fuentes de entretenimiento hoy en día, juntarlas es un éxito garantizado. En EE.UU., la producción de este género ha sido especialmente prolífica durante la Gran Depresión, la II Guerra Mundial, la Guerra de Vietnam y la Guerra de Irak, lo que demuestra su función como refugio de la realidad. El cine se basa en reflejar historias y sentimientos a personas que no las han vivido, pero a menudo las palabras y las acciones no bastan. El poder de la música para llegar al corazón es casi mágico, con lo que utilizarla como forma de expresarse puede ser la clave. Y es que hay cosas que solo pueden decirse cantando.


© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
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7 comentarios:

  1. Genial como todo lo que he leído por aquí. Aunque por poner una pega diré que has olvidado los inicios de Fosse con 'Noches en la ciudad' y esas coreografías tan imposibles como míticas del estilo "Big Spender".
    Pero estoy encantado con ese paseo por los musicales, ¡enhorabuena!

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  2. En cada párrafo de tu artículo cantaba una canción ♫♫♫

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  3. Sabes que el musical no es mi fuerte... pero Disney no sería nada sin sus canciones y amo Singing in the rain... asique chapeo por tu artículo!

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  4. Menudo post tan elaborado, un paseo por el género del musical. Hace poquito he puesto una encuesta en mi blog dedicada a los musicales, y muy pronto daré a conocer el top five, películas que por supuesto has recogido aquí.

    Saludos y enhorabuena por tu blog :)

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  5. Grease y Moulin Rouge inolvidables.

    Felices Fiestas! Éxitos el 2013.

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  6. Genial recorrido por uno de los género más difíciles del cine (y que a yo amo desde lo más profundo de mi ser) Cabaret, Chicago y Moulin Rouge... imprescindibles!
    A seguir así!

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  7. Genial post de uno de mis géneros favoritos!! Feliz 2013!!

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