07 marzo 2021

Premios Goya 2021: el justo triunfo de 'Las niñas' (y de la dignidad)

Pocas veces ha estado la Academia tan acertada, desde la elección del palmarés, que (casi) enmendaba las cuestionables nominaciones [ver artículo], hasta la conducción de la ceremonia, cuya responsabilidad recaía en gran medida en un Antonio Banderas que ya podemos confirmar como tesoro nacional.

A diferencia de otros años, y por respeto a los tiempos de pandemia, la gala apostó por la sobriedad y la elegancia y, si bien se echó de menos algo de humor (que, sí, puede existir sin ser irrespetuoso), todo fue lo suficientemente orgánico y fluido para garantizar el entretenimiento. Ayudaron, claro, las apariciones, presenciales y telemáticas, de algunos de los mayores talentos tanto de nuestro cine como del extranjero. Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, J. A. Bayona, Alejandro Amenábar y, sin pintar demasiado junto a todos ellos, Paz Vega fueron los primeros en pisar el escenario, por el que pasó prácticamente todo el mundo no nominado (los que sí lo estaban debieron esperar en casa, acompañados de familiares a los que, gracias a tener literalmente al lado, no tuvieron que mandar saludos durante unos discursos de agradecimiento que se antojaron más genuinos que nunca). Además, estrellas internacionales de la talla de Laura Dern (fabulosa, como siempre), Dustin Hoffman, Isabelle Huppert, Robert de Niro, Nicole Kidman, Emma Thompson o Alejandro G. Iñárritu, quien por cierto habló peor español que cualquiera de los demás, aportaron vídeos de apoyo que, con sus más y sus menos (sin comentarios sobre Barbra Streisand mandando una actuación suya de los 90 como si no tuviéramos a nuestras propias divas musicales: Nathy Peluso, Vanesa Martín, Diana Navarro y una sorprendente Aitana), en absoluto amenazaron con eclipsar al cine español, tal y como tantos habían predicho con ese afán de hablar por hablar que tanto caracteriza a este país.

Con respecto a los premios, la ganadora indiscutible fue Las niñas, ópera prima de Pilar Palomero sobre la relación entre una madre soltera (excelente Natalia de Molina) y su hija (aún más excelente Andrea Fandós) en la Zaragoza de 1992. Durante los últimos años, las mejores películas españolas han sido precisamente aquellas dirigidas por "las niñas", o sea, mujeres debutantes (Verano 1993, de Carla Simón, 2017; Viaje al cuarto de una madre, de Celia Rico, 2018, o La inocencia, de Lucía Alemany, 2019, por citar solo unas pocas) y ya era hora de que la Academia se hiciera eco de ello. Curiosamente, y sin sorprender a nadie, muchos afirman que la película es fría, sosa y aburrida, básicamente porque su sutileza, que desborda a cada (re)visionado, no es apta para mentes contaminadas por Instagram. Pero es la mejor película española del año sin duda alguna y también, desde ya, uno de los títulos clave de nuestra cinematografía. Quien crea que el final es anticlimático debería verlo de nuevo porque le aseguro que se está perdiendo un detalle que no solo redondea toda la obra sino que además la convierte en el alegato feminista más potente del año. Y hasta ahí puedo leer.

Las niñas, como decía, se hizo con los galardones a mejor película, dirección novel, guion original y fotografía, este último, el primero que va a manos de una mujer, Daniela Cajías, quien, en colaboración con todos los departamentos artísticos y, claro está, la propia Palomero, no deja un solo plano sin belleza y simbolismo. Curiosamente, la fotografía es lo mejor de Akelarre, de Pablo Agüero, atmosférica representación de la caza de brujas que, pese al varapalo de las nominaciones (no entró en película, dirección, guion, montaje ni actor), recogió anoche más "cabezones" que cualquier otro título: hasta cinco, a saber, música original (dos mujeres, algo nada habitual: Aránzazu Calleja y Maite Arroitajauregi), efectos especiales (Ana Rubio y Mariano García Marty), dirección artística (Mikel Serrano), vestuario (Nerea Torrijos) y maquillaje y peluquería (Beata Wotjowicz y Ricardo Molina).

Estos dos últimos premios dejaron sin nada al simpático musical Explota Explota, de Nacho Álvarez, que solo tenía una baza más en la que ya es la cuarta candidatura fallida de Verónica Echegui. La película es irregular, sí, pero ella brilla con luz propia, ofreciendo una de las interpretaciones más simpáticas, honestas y conmovedoras del año. Su derrota es una pena, sobre todo porque la ganadora, Nathalie Poza, aun estando pletórica en La boda de Rosa, ya ganó hace muy poco por No sé decir adiós (Lino Escalera, 2007). Vale que la agradable (y muy 2020) comedia de Icíar Bollaín era demasiado popular como para quedar relegada a la mención a mejor canción original (para la pegadiza y esperanzadora "Que no, que no" de Rozalén), pero habría sido más justo premiar a Sergi López, que inexplicablemente no ha ganado nunca y tuvo que ver cómo Alberto San Juan, que ya lo hizo hace tiempo por Bajo las estrellas (Félix Viscarret, 2007), vencía por la agradable pero nada ambiciosa Sentimental, de Cesc Gay, que evitaba así irse de vacío. Ojo: Alberto San Juan está estupendo, siendo de hecho lo mejor de la película, pero el maltrato a Sergi López esta temporada de premios no tiene nombre.

Con un premio menos que Akelarre y los mismos que Las niñasAdú convirtió cuatro de sus trece candidaturas en oro: dirección (Salvador Calvo, aprovechando que los mejores trabajos del año eran "novel" y besando a su marido en directo, lo que supone mayor representación LGTB de la que ofrecía cualquiera de las películas nominadas), actor revelación (Adam Nourou, primer actor negro que recibe un Goya), sonido (Eduardo Esquide, Jamaica Ruíz García, Juan Ferro y Nicolas de Poulpiquet) y dirección de producción (Ana Parra y Luis Fernández Lago). Solo merecía este último: la película es tan impresionante como plana, quedándose en la superficie de la relación entre España y el continente africano. Eso sí, es mucho más entretenida que la Black Beach de Esteban Crespo, que fue una de las sorpresas de las nominaciones pero, por suerte, no de los premios.

Tanto Ane como My Mexican Bretzel (por no hablar de la tristemente olvidada El arte de volver, de Pedro Collantes) están mejor dirigidas que Adú, pero, claro, su oponente era Las niñas. La primera se alzó con tres premios importantes, lo que cualitativamente le otorga la medalla de plata de la edición: mejor guion adaptado (Marina Parés y el director, David P. Sañudo), actriz (Pilar López Arnaiz, besando el santo con pleno merecimiento en su primera nominación) y actriz revelación (Jone Laspiur, que irónicamente tiene un rol bastante ausente). La segunda, orquestada con pura sensibilidad por Nuria Giménez Lorang, tenía poco que hacer en los dos apartados a los que optaba, pues la dirección novel era, como ya se ha dicho, inalcanzable y el documental del año es, sin lugar a dudas, El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, el cual también se llevó el gato al agua en la categoría relativa al montaje (para Sergio Jiménez, quien probablemente tuviera más material entre manos que cualquier montador español este año). Si el mundo fuera justo, los dos documentales recién mencionados habrían estado presentes en la terna principal.


El palmarés de largometrajes de ficción patrios se completa con la designación de Mario Casas como mejor actor del año por No matarás, que no puede considerarse injusta (la mejor alternativa era David Verdaguer por Uno para todos, de David Ilundain, que ganó hace poco por la ya mencionada Verano 1993) pero sí pone de manifiesto que, cuando se reciben más oportunidades que nadie, ganar un Goya no es tan difícil. Su trabajo en el hipnótico thriller de David Victori es bueno pero no compensa una carrera de roles desperdiciados a las órdenes de grandes cineastas. Hablando de "cine de calidad", me olvidaba de La gallina Turuleca, de Eduardo Gondell y Víctor Monigote, que ridículamente era la única candidata de la categoría animada y tiene así un reconocimiento del que en absoluto hubiera disfrutado de haber enfrente la más mínima competencia.

Casi tan absurdo como este último premio es el concerniente a mejor película iberoamericana para El olvido que seremos, que, al estar dirigida por Fernando Trueba y protagonizada por Javier Cámara, jugaba con ventaja frente a las innegablemente superiores El agente topo, de Maite Alberdi; Ya no estoy aquí, de Fernando Frías de la Parra, y sobre todo La llorona, de Jayro Bustamante, todas ellas preseleccionadas para el Oscar foráneo. Técnicamente el Goya es para Colombia, pero todos sabemos la verdad. En el apartado europeo sí hubo coherencia al ganar El padre, de Florian Zeller, excelente cinta británica que rozó el 9 del público en el pasado Festival de San Sebastián y probablemente aspire a varios Oscars, tal y como el distribuidor, que recogió el entorchado en nombre del ausente equipo, aprovechó para recordar, confiando así en atraer más espectadores a las salas, que por cierto se cuentan entre las muchas víctimas de la pandemia.

Finalmente, los cortometrajes premiados fueron A la cara, de Javier Marco (ficción); Blue & Malone: Casos imposibles, de Abraham López Guerrero (animación), y Biografía del cadáver de una mujer, de Mabel Lozano (documental). Solo el primero, una excelente reflexión sobre la cobardía del anonimato de la era de las redes sociales, era el mejor de su respectiva categoría, pero ninguno desentona demasiado. Al igual que casi todos los largometrajes premiados, los tres cortos están disponibles en plataformas digitales, así que no hay excusa para no verlos. No hay excusa para no apoyar al cine, a nuestro cine, que anoche protagonizó un evento mágico que, además de callar bocas a tutiplén, puso de manifiesto lo bien que pueden hacerse las cosas cuando se pone el mimo necesario. La felicidad de Ángela Molina al recoger ese Goya de Honor que merece más que nadie es perfecto reflejo de ello.

IMÁGENES: PREMIOS GOYA / MIGUEL A. CÓRDOBA (EFE)

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