27 noviembre 2016

'The Neon Demon': la polémica oda a la belleza de Nicolas Winding Refn

La última película del siempre polémico Nicolas Winding Refn (de pronto también conocido como NWR), The Neon Demon (2016), es tan difícil de ver como de comentar, lo que explica la mezcla de abucheos y aplausos que recibió a su paso por el Festival de Cannes, emulando así el recibimiento de su previa Solo Dios perdona (2013). Curiosamente, un par de años antes el realizador danés dejó el prestigioso certamen con el galardón concerniente a mejor dirección bajo el brazo gracias a Drive (2011), cinta que constituyó, no sólo su salida —por el momento definitiva— de su Dinamarca natal —donde había destacado con cintas como Pusher (1995) o Valhalla Rising (2009)—, sino también su producción más aclamada hasta la fecha, la clase de éxito que prácticamente da carta blanca a su creador para hacer lo que le venga en gana a partir de él.

Recién cumplidos los 18 años, Fanning ha alcanzado
con The Neon Demon la madurez en todos los sentidos
Inspirados por la asesina en serie Elizabeth Báthory (1560-1614), las debutantes Mary Laws (autora estadounidense) y Polly Stenham (dramaturga británica) y el propio realizador confeccionaron un guion que parte de la clásica premisa de la joven inocente que trata de abrirse un camino en Hollywood para desembocar poco a poco en una auténtica locura audiovisual capaz de dejar patidifuso al  crítico más versado. Así describe el realizador el casi azaroso proceso creativo: “decidí que ya había hecho suficientes películas sobre hombres violentos y quería hacer una sólo con mujeres, con lo que escribí esta historia porque mi mujer estaba harta de Asia y, de dejar Copenhague, sólo aceptaría Los Ángeles. Fui allí y di con esta absolutamente fantástica mujer llamada Elle Fanning para encarnar a la protagonista”. Acostumbrada a cándidos personajes en cintas comerciales como Super 8 (J. J. Abrams, 2011) o Maléfica (Robert Stromberg, 2014), la hermana de Dakota Fanning ha dado con su  papel de madurez de forma tan brusca como satisfactoria, apoderándose del film desde esa primera escena donde vemos su rostro y sus hombros inquietantemente maquillados, a modo de premonición de los espantos que su bello cuerpo soportará durante el resto del film. Decir que la joven está absolutamente radiante es poco, ya que devora la pantalla tanto en su vertiente más frágil y hermosa como en los momentos donde el relato le exige un carisma más turbador.

11 noviembre 2016

'El ciudadano ilustre': conformismo pueblerino vs. cinismo intelectual

La hipocresía es uno de los elementos más peligrosos de la sociedad. Lo inunda todo sin que nos demos cuenta. Y, encima, resulta difícil luchar contra ella sin hacerlo desde la propia hipocresía. ¿Es hipócrita sentirse realizado por solucionar económicamente la vida a una persona en concreto cuando muchos son los que necesitan ayuda sin tener ocasión de pedirla? Probablemente. Pero, ¿acaso no es más hipócrita negar una ayuda que puede concederse sin problema por el mero hecho de evitar sentirse hipócrita al hacerlo? Estas cuestiones corresponden a un momento fugaz de El ciudadano ilustre (2016), pero, de alguna manera, reflejan la esencia de una obra que renuncia a las respuestas fáciles pero no al constante cuestionamiento de los valores del mundo contemporáneo, los cuales prueban no ser necesariamente más “humanos” en pueblos tradicionales que en ambientes más modernos habitualmente ligados a la pérdida de los mismos.

El ciudadano ilustre ganó la Espiga de Plata y el premio
a mejor guion de la Seminci y es favorito al Goya latino
La película que nos ocupa constituye la nueva colaboración de la pareja de realizadores integrada por Mariano CohnGastón Duprat, artífices de El artista (2008) y El ciudadano de al lado (2009). Nos hallamos ante la historia de un aclamado escritor argentino recién receptor del Premio Nobel que, para sorpresa de todos, decide cancelar sus múltiples compromisos para ser nombrado “ciudadano ilustre” en Salas, lugar que —como todos aquellos que lo han acogido— dista mucho de poder considerarse un hogar para él. Irónicamente, el ficticio autor lleva cuarenta años sin volver a su pueblo natal y sin embargo ha forjado su carrera a base de escribir sobre él desde una mezcla de nostalgia y resentimiento. “Creo que hice una sola cosa en toda mi vida: escapar de ese lugar”, dice el complejo protagonista al comienzo del film, demasiado pronto para que podamos conocer los motivos. Merecidamente laureado en Venecia, Óscar Martínez lo encarna con solvencia, dotándolo de la dualidad que requiere: la ternura transmitida por un hombre cansado de estar vivo para quien la vuelta a casa supone un reencuentro consigo mismo frente a la antipatía despertada por alguien abiertamente enfadado con un mundo conformista al que no se cansa de dar lecciones. Por supuesto, gran parte del mérito corresponde al libreto de Andrés Duprat, maestro del humor irónico, mordaz y filosófico que no por casualidad comparte padres con uno de los realizadores (con los que acostumbra a trabajar). Sea cual sea el contexto —desde la aceptación del prestigioso Nobel hasta la organización de un pequeño concurso pictórico de pueblo—, guionista y personaje aprovechan para dejar a la sociedad por los suelos sin prestarle siquiera una mano para levantarse de nuevo.