08 enero 2016

'Langosta': Yorgos Lanthimos desmitificando la naranja

Cuenta Aristófanes a Platón en El Banquete (280 a.C.) que en el amanecer de los tiempos la raza humana era casi perfecta, poseyendo todos los seres dos fisonomías unidas a una sola cabeza. Los instó entonces su vigorosidad a plantar cara a los dioses, a lo que Júpiter respondió con una solución que disminuiría sus fuerzas para siempre: separarlos en dos. No esperaba él que cada mitad dedicaría su existencia a encontrar a la otra, siendo imposible la satisfacción plena sin fusionarse nuevamente. Grandes imperios han caído y (re)nacido desde entonces, pero la idea de “media naranja” sigue firmemente arraigada, dependiendo la felicidad a menudo de ella. Mas no todos lo ven así: con Langosta (The Lobster, 2015), el siempre provocador Yorgos Lanthimos cuestiona la propia pureza del amor, propinando un nuevo puñetazo a la sociedad patriarcal.

Colin Farrell y Rachel Weisz en Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015)
Tras ganar el Premio del Jurado en Cannes, Langosta se
hizo con dos Premios de Cine Europeo: guion y vestuario
Como ya hizo en las polémicas Canino (2009) y Alps (2011) —coescritas también junto a Efthymis Filippou, el cineasta ateniense aborda en su cuarto film sentimientos naturales y universales desde una perspectiva forzadamente anómala que invita al espectador a reconocerse en ella sin dejar nunca de sorprenderse. Langosta contrapone dos mundos extremos: el de las parejas —la civilización— y el de los solteros —los outsiders—. Tan imprescindible es hallar pareja para formar parte del primero como renunciar al amor para ser aceptado en el segundo, castigando ambos la rebeldía con igual dureza (en forma de la macabra violencia y el frío patetismo que caracterizan a Lanthimos). Pero la humanidad no está preparada para tal presión, encontrando Colin Farrell siempre aquello que le es prohibido, temiendo al afecto en el mundo de las parejas y a la soledad en el de los solteros. Pese a la falta de empatía generada por su taciturno personaje —perfecta para la confección de asombro—, no resulta difícil identificarse con sus contrariados sentimientos: el amor nunca ha sabido cumplir horarios.

Cartel de Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015)
El peculiar cartel italiano de Langosta
muestra su estilización y rareza
Los dirigentes de ese estilizado hotel donde los solteros tienen 45 días para enamorarse antes de ser transformados en animales promueven la vida conyugal con representaciones irrisoriamente desconcertantes, siendo espinoso decidir si reír o llorar (un sentimiento extrapolable a toda la obra). Para Lanthimos el apego es siempre un acto cobarde con el que el hombre trata de afrontar la existencia, exigiendo la propia condición humana la anteposición del “yo” al “nosotros”. Así, los personajes destinados al hotel buscan una pareja que comparta sus mismos problemas y sea, por tanto, lo más parecido a un “yo” diluido en un “nosotros”. Ataviados todos con las mismas vestimentas —galardonadas en los Premios de Cine Europeo por el buen uso del color y la forma de la diseñadora Sarah Blenkinsop—, algunos optan por la mentira y consiguiente renuncia al “yo” con tal de encontrar pareja, mientras que otros prefieren mantenerse fieles a su independencia hasta el final: más vale solo —y con forma de perro, poni o langosta— que mal acompañado.

Provocar e invitar al debate son las máximas de una peculiar comedia negra que prescinde de las explicaciones, o incluso de la lógica, para plantear una situación indudablemente exagerada que debe aceptarse tal y como es. Con la excepción de la sugerente voz en off de Rachel Weisz una de las intérpretes europeas más solicitadas desde que se hiciera con el Óscar por El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005), rara vez intenta Langosta que el espectador se sienta cómodo durante el visionado, siendo la trama por completo imprevisible precisamente porque las reglas del juego se van desvelando sobre la marcha (aunque la innovación constante decae levemente durante la segunda mitad). Deliberadamente absurda, la cinta resulta más efectiva como detonante de reflexión que como reflexión en sí misma, pero es precisamente su inagotable efecto sorpresa lo que la convierte en una de las creaciones más arriesgadas y sugestivas del año.


© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
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