Ayer dio comienzo la temporada de premios con la 25ª edición de los Premios del Cine Europeo, celebrada en La Valeta, Malta. Pese a que se trata de reconocer los mejores trabajos del cine de los países europeos, las decisiones pasadas y la poca difusión han restado prestigio a estos premios, que hoy apenas influyen en la opinión colectiva.
Haneke dirige a los ancianos Trintignant y Riva para Amor, por la que todos ellos han sido premiados |
En esta ocasión, la triunfadora indiscutible ha sido la durísima coproducción
franco-austriaco-alemana Amor (Michael Haneke),
un excelente retrato de la vejez, la muerte y la dureza (aunque también
belleza) de la vida. Ésta se ha hecho merecidamente con los premios principales: mejor
película, actor (Jean Louis Trintignant), actriz (Emmanuelle Riva) y director
para Michael Haneke, con lo que la Academia demuestra una vez más su admiración
hacia uno de los cineastas más impactantes de los últimos años. Éste, lanzado a
la fama con la terrible Funny games (1997),
tiene ya tres premios en su haber por los films Caché (2005), La cinta blanca
(2009) y, ahora, Amor (2012), lo que
lo convierte en el director más premiado junto al italiano Gianni Amelio, que
se hizo con el premio por Puertas
abiertas (1990), Niños robados
(1992) y Lamerica (1994).
Mientras Haneke colecciona premios, Icíar Bollaín, Ken Loach o
Lone Scherfig, por citar unos pocos, siguen sin reconocimiento. Con la variedad
de estilos que hay en Europa, sorprende ver tanta repetición en el palmarés. Nuestro
compositor más internacional, Alberto Iglesias, también recogía ayer su tercera
estatuilla por El topo (Tomas Alfredson),
después de obtener dos por su prolífica colaboración con Pedro Almodóvar (quien, por cierto, tiene récord de nominaciones en estos premios, cinco) en Volver (2006) y Los abrazos rotos (2009). Y lo hacía por una partitura que, aparte
de haber estado nominado a los mismísimos Oscar, tampoco era precisamente
memorable. Iglesias, por cierto, tenía mejores cosas que hacer que acudir a la
gala, como trabajar en el próximo proyecto de Almodóvar.
Los desnudos de Shame crean una absurda polémica por ser masculinos, pues los femeninos están aceptados |
Los españoles que sí merecían el premio eran los creadores de la
maravillosa cinta de animación Arrugas (Ignacio Ferreras), que se quedó con las ganas frente a la checa Alois Nebel (Tomás Lunák) que, con una maravillosa animación rotoscópica y contrastes de
blanco y negro, era interesante pero carecía del corazón de nuestra candidata. Junto
a Iglesias, ésta era, por cierto, nuestra única opción en unos premios dominados
(como siempre) por Francia, Reino Unido, Italia y Alemania. Estos dos últimos
países tienen en su haber siete premios cada uno. Mientras tanto, Finlandia, Serbia,
Irlanda, Portugal y otros tantos apenas han olido el galardón. Estos premios
harían bien en fomentar las distintas culturas de Europa y mostrar entre
nosotros y al mundo, films interesantes que de otro modo nadie conocería (como,
de hecho, sucede). Pero, claro, es más fácil premiar a una película que ya ha
sido reconocida en Cannes con un director sonado en todas las partes del globo
(sin menospreciar la gran calidad de Amor,
la única de Haneke que realmente merecía el galardón).
El topo obtuvo el pasado año 3 nominaciones a los Oscar y los Satellite Awards y 11 a los Bafta |
A la triunfadora sólo se le escaparon dos de sus nominaciones, destacando
la de mejor guión, que fue a parar con pleno merecimiento a la también cruda La caza, del danés Thomas
Vinterberg, por encima de dos de las perdedoras de la noche, las
notables películas francesas Un dios
salvaje (Roman Polanski) e Intocable
(Olivier Nakache y Eric Toledano). El otro premio que perdió Amor fue el de mejor fotografía, recogido por la británica Shame, polémico trabajo de Steve McQueen
sobre la obsesión con el sexo. La película cuenta con algunos planos muy
originales, con lo que el premio está justificado. No lo estaba tanto el de
mejor montaje, que la convirtió en la única cinta con más de un galardón junto
a El topo, que, además del mencionado
galardón musical, se hacía con el de mejor diseño de producción, ambos por encima de la mucho más notable Un asunto real (Nikolaj Arcel). Entre tanta oscuridad (las aburridas Bárbara (Christian Petzold) y César debe morir (Paolo y Vittorio Taviani), regulares opciones a 'mejor película' incluidas), conviene destacar que el Premio del
Público fue a parar a la alocada comedia belga Hasta la vista (Geoffrey Enthoven), en la que tres veinteañeros
discapacitados vienen a España con ganas de perder la virginidad. Y, para
quienes disfruten con un documental original, la suiza Hiver nomade (Manuel von Stürler) fue premiada en dicha categoría.
Al contrario que nuestra Arrugas, la fuerza de Alois Nebel no reside en la historia, sino en la técnica |
Es muy triste comprobar cómo las películas premiadas son también las
únicas conocidas a nivel internacional. Amor,
Shame y El topo no necesitan más premios (especialmente unos tan poco
considerados como éstos) para hacerse sonar, mientras que pequeños films como la
turca Érase una vez en Anatolia
(Nuri Bilge Ceylan) o (y perdón por la repetición) nuestra Arrugas podrían obtener más atención con unos galardones
que, entre otros despistes, no han sabido apreciar el auge que está viviendo
nuestro país a nivel cinematográfico en los últimos años. Así, brillantes películas
como Camino (Javier Fesser, 2008) o La voz dormida (Benito Zambrano, 2011) han sido
completamente ignoradas por estos premios, para los que sólo existen Almodóvar,
Amenábar, Juan Antonio Bayona, Jose Luis Cuerda, Carlos Saura e Isabel Coixet,
es decir, directores ya conocidos a nivel internacional que no necesitan más
atención. Lo mínimo que se podría esperar de unos premios de pacotilla como
estos sería destacar a cineastas normalmente ignorados, pero ni eso. (Cierto es
que hay un premio denominado “Discovery” para nuevos directores, este año concedido
a la holandesa Kauwboy (Boudewijn Koole), pero
ningún artículo menciona esto siquiera.)
Hasta la vista muestra las preferencias del público por la comedia frente al dramatismo de los premios |
Antes de que mi indignación me haga perder la objetividad por
completo, un poco de historia. Los Premios del Cine Europeo comenzaron a
concederse en 1988 con el nombre de “Felix awards”, que sería pronto cambiado a
“European Film Awards”. Las películas participantes deben tener nacionalidad
europea y haber sido estrenadas tras el 1 de julio del año anterior,
celebrándose la ceremonia a principios de diciembre cada año en un país
distinto. La gala de entrega se celebró en Berlín el primer año y, tras dos
ceremonias en Paris y Glasgow, los premios fueron entregados en la capital
alemana hasta que en 1998 se decidió alternar entre ésta y los demás países, lo
que ha permitido a Malta ser la anfitriona este año (pese a que ninguna película
de dicho país haya sido mencionada jamás en gala alguna).
La caza aún carece de distribuidora en España; quizá el premio a mejor guión se lo facilite |
Pese a la gran variedad de países y películas participantes, las
nominaciones y los premios suelen acumularse en torno a un reducido número de
films, debido a las normas de selección, según las cuales las
películas nominadas son escogidas a partir de una lista de unos cuarenta
títulos.
Conviene también mencionar que la actriz británica Helen Mirren y el
director italiano Bernardo Bertolucci recibieron un galardón especial cada uno
por el conjunto de su carrera. Si bien me muestro una vez más cínico ante esto,
ya que ambos tienen incluso un Oscar en su haber –la primera por The Queen (Stephen Frears, 2006) y el segundo por El último emperador (1987)– y no
necesitan más fama, nunca está de más reconocer el trabajo de tan grandes
artistas.
Reconocer a pequeños films como Kauwboy es (o debería ser) lo que da sentido a estos premios |
Para terminar con un buen sabor de boca, debo afirmar que, al menos,
estos premios se han mostrado generosos con la innovación y la originalidad,
premiando a arriesgados films como Contra
la pared (Fatih Akin, 2004), Cuatro meses,
tres semanas y dos días (Cristian Mungiu, 2007) o Melancolía (Lars von Trier, 2011) por encima de otros más convencionales.
El gran Wim Wenders (Paris,
Texas, 1984) dio comienzo a la, según los reporteros, aburrida gala con
unas emotivas palabras: “El cine es la mejor medicina para reconstruir la
identidad de Europa (…) pese a la crisis el cine necesita las películas
europeas más que nunca”. Se olvidó de que, para olvidarse de la crisis, la
mayoría de los europeos (los que pueden pagar 10 euros por una entrada, claro) prefieren
superproducciones estadounidenses. Por suerte, el palmarés de estos Premios del
Cine Europeo está a años luz de la calidad media de los films que países tan
distintos como Rumanía, Irlanda o Suecia pueden ofrecer.
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras
© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
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Las pocas películas que he visto de Haneke me hacen desconfiar un poco de Amour, pero supongo que le daré una última oportunidad.
ResponderEliminarEl misterio de por qué Alemania está tan omnipresente en estos premios se resuelve sabiendo que es la Lotería Alemana la que paga estos premios. De nuevo, el dinero está detrás de todo.
Ups... está vez si que no he visto ni una de las películas que menciones, aparte de las de Almodóvar, qué triste... pero esta bien saber.
ResponderEliminarEuropa, con la excepción de algunos cienastas que se han encauzado por la vía de la política de autor, como Amenabar, sufre una desorientación que corresponde a la de la ciudadanía europea. Los norteamericanos, nos guste o no, seben a qué carta juegan cada cual, y están dando los mejores ejemplos de cómo el cine puede contribuir a realizar la crónica de su tiempo, ya sean las crisis de los 40, los 50, los 90, o ahora la primera catástrofe mundial, impulsada por la fuerte irrupción de las nuevas tecnologías. La lista de estas películas es larga: In side job, Margin Call, Up in the air, Wall Street...
ResponderEliminarDe los filmes que has citado yo me quedo con Shame de Steve McQueen, una película muy dura, no sólo por los desnudos masculinos físicos, sino y especialmente por los psíquicos e intelectuales, y la violencia reprimida del protagonista, humillado por su jefe. Lars Von Trier y Thomas Vinterberg se han pasado de listos, y cuando quieren replegar las velas, el resultado es la introducción 'publicitaria' de Melancolía, una visión catastrofista de nuestro tiempo. Esto no quiere decir que los desprecie, ni que sus películas no ocupen un hueco en mi videoteca. El movimiento Dogma 95 me interesa.
El cine francés, con ancestros tan notables como Truffaut, Godard o Eric Rhomer, dignos representantes de la Nouvelle Vague, hoy no encuentra su camino. Tenemos abundantes ejemplos para hacer este análisis, cuando semanalmente ocupan una amplia cuota de pantalla.
Etc., etc.