26 noviembre 2019

La mirada del amor: 'Retrato de una mujer en llamas'

Céline Sciamma, mujer y lesbiana, se considera una cineasta avant garde sencillamente por ser lo que es: una mujer, concretamente una mujer lesbiana, en un mundo todavía patriarcal y heteronormativo donde una película hecha por y sobre mujeres sigue siendo la excepción a la regla. Sus cuatro películas hasta la fecha, todas excelentes, son genuinas miradas tanto al universo femenino como a la realidad LGTB y la última de ellas la ha confirmado como una de las grandes del cine contemporáneo.

Retrato de una mujer en llamas
Contemplando a Adèle Haenel en
Retrato de una mujer en llamas
Reconocida con el premio a mejor guion en el último Festival de Cannes, Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019), es la obra cumbre de Sciamma, quien ya en su primera obra, Lirios de agua (2007), retrató el amor lésbico con suma sensibilidad, dando además a conocer a la que sería su pareja artística y emocional, Adèle Haenel. Entretanto, Tomboy (2011) ofreció uno de los retratos de la transexualidad infantil más importantes jamás creados y Girlhood (2014) hizo lo propio con una adolescente negra, confirmándose el interés de la realizadora gala por dar voz a los outsiders. En el caso de la cinta que nos ocupa, de lejos la más ambiciosa hasta el momento, nos trasladamos a un atmosférico rincón de la costa francesa, allá por 1770, donde Héloïse (Noémie Merlant) debe pintar el retrato de bodas de Marianne, a quien encarna la mencionada Haenel. Las dos actrices están magníficas, siendo además la química que las une inmejorable, lo cual es clave para el juego de miradas en el que se nos sume. En esas miradas, en esos harto expresivos ojos, vemos crecer el deseo pero también el amor, emocionándonos al temer que, en un mundo tan calculado y conservador, tan humanos sentimientos nunca puedan explotarse del todo.

Cartel alternativo de 'Retrato de una mujer en llamas'
Cartel alternativo
Héloïse debe pintar a Marianne, captar milimétricamente su esencia, todo para entregársela a otra persona, a un hombre que nunca llegamos  a ver; ¿cómo y por qué hacerlo cuando realmente son ellas quienes se están enamorando? No hay una sola coma mal colocada ni un solo silencio desaprovechado en una película cuya ambientación costera es al mismo tiempo símbolo de libertad y confinamiento, de esperanza y sacrificio, de felicidad y dolor. Y es que el amor, el amor romántico para ser exactos, puede dar lugar a los sentimientos más extremos, generando máxima ilusión pero también un sufrimiento inigualable. La directora de fotografía Claire Mathon, el diseñador de producción Thomas Grézaud y la diseñadora de vestuario Dorothée Guiraud conforman un universo visual único y maravilloso que se volvió icónico antes incluso de que la mayoría viéramos la película, especialmente a través de ese mágico, y deliciosamente pictórico, plano de Marianne mirando al mar, como deseando ser engullida por él antes que seguir adelante con una vida que, como a tantas mujeres a lo largo de la historia, no pertenece. Y tan protagonista del plano es ella como Héloïse, presente, claro está, en el punto de vista: porque Retrato de una mujer en llamas es también un brillante ejercicio sobre el arte de mirar.

Impregnada de filosofía y poesía, esta obra de arte ha quedado inexplicablemente eclipasada en su país de origen por la más sensacionalista Los miserables, de Ladj Ly, que competirá por el Oscar en su lugar, quizá porque su pausado ritmo, su delicado clasicismo y su arriesgada temática no son para cualquiera. Pero no la dejéis pasar: pocos motivos hay este año más importantes para acercarse a una sala de cine.

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