28 octubre 2012

Películas de terror para pasar un Halloween de miedo

Halloween se acerca y no hay mejor forma de celebrarlo que disfrazándose (ellos de vampiros, diablos y brujos; ellas de vampiresas sexys, diablesas sexys y brujas sexys), decorando la casa con telas de araña, velas y calabazas diabólicas y, por supuesto, disfrutando de una película lo más terrorífica posible, aunque a menudo su visionado en grupo terminará convirtiéndola en una comedia, especialmente si la escogida es de la talla de Muñeco diabólico (Tom Holland, 1988), cuyo Chucky siempre recordará a los Furbys (o, peor, ellos nos recordarán a él).

Los contrastes crearon una atmósfera gótica
y fantasmagórica en la brillante Nosferatu
No queda claro por qué, pero el cine de terror es uno de los más populares hoy en día, especialmente entre los jóvenes. Lo que lleva a miles de personas a pagar su entrada de cine para ser aterrorizadas es una incógnita (un reciente estudio defiende la utilidad de estos films para adelgazar, pero no creo que el motivo sea ése): quizá sea mero masoquismo, quizá la tranquilidad de ver al prójimo ante auténticos horrores mientras nosotros disfrutamos de palomitas en la cómoda butaca. Sea como sea, mientras la mayoría de películas se conforman con recuperar la inversión, el género de terror permite realizar films baratos con un éxito prácticamente garantizado. Pero, ¿cuándo empezó esta pasión por ser aterrorizados?

Si me preguntasen por el último film de terror de Alemania que he visto, probablemente no se me ocurriría ninguno. Pero el género se desarrolló por primera vez allí, en los tiempos del cine mudo. El Golem (Paul Wegener y Carl Boese, 1920) cuenta la leyenda de una estatua a la que se dio vida para evitar la expulsión de los judíos de Praga en el XVI y en El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920) dos amigos acuden a ver a un sonámbulo que puede responder a cualquier pregunta para ser informados de que uno de ellos morirá antes del amanecer. Nosferatu (F. W. Murnau, 1922) optó por una impactante fotografía de fuertes contrastes y un montaje  brusco que conseguía escenas realmente tenebrosas. Supuso la primera aparición en pantalla del mítico conde Drácula, pero no se pagaron derechos de autor y todos los negativos alemanes fueron destruidos. Por suerte, el resto del mundo ya tenía su copia. Años después se estrenó la brillante Fausto (F. W. Murnau, 1926), sobre un intelectual que vende su alma al diablo. Todos estos films forman parte del expresionismo alemán, de estilizados sets, interpretación, iluminación y movimiento de cámara. Su logro no estaba tanto en la historia, como en la atmósfera de pesadilla que recreaban.

El mítico Bela Lugosi fue un sensual Drácula
Algo similar ocurrió con los primeros films de terror estadounidenses. A los éxitos de cine mudo El fantasma de la ópera (Rupert Julian, 1925) y Garras humanas (Browning, 1927) siguió la serie de películas de monstruos de Universal, un estudio menor que alcanzó así gran fama internacional. Drácula (Tom Browning y Karl Freund, 1931), El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), El hombre invisible (James Whale, 1933), La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) y El hombre lobo (George Waggner, 1941) no resultan demasiado horripilantes ahora, pero sí lo fueron en su día gracias a algunos de los primeros avances en maquillaje y efectos especiales y a crear un ambiente misterioso que envolvía (y, aún hoy, envuelve) a los espectadores por completo. El caserón de las sombras (James Whale, 1932), por su parte,  inauguró el subgénero de la casa embrujada. Tan solo MGM logró hacer competencia a Universal con El hombre y el monstruo (Rouben Mamoulian, 1931), quizá la mejor de las infinitas versiones de la historia del Dr. Jekyll and Mr. Hyde y La parada de los monstruos (1932), para la que Tod Browning contrató a enanos, chicas microcefálicas, el hombre sin brazos ni piernas y todo tipo de personas dispares para denunciar la hipocresía de la época.

La doble personalidad de La mujer pantera
se gana nuestro afecto: encantadora y peligrosa
La Segunda Guerra Mundial convirtió a cualquier monstruo en banal, con lo que el género dio un giro. Lo que no se muestra puede ser aún más tenebroso que lo que se revela. Gran ejemplo de esto fueron las fascinantes obras de serie B La mujer pantera (1942), cuya monstruosa protagonista seguía los pasos del casi tierno Frankenstein para ganarse nuestra total identificación, y Yo anduve con un zombi (1943), que combinaba vudú, zombies y magia negra, ambas del francés Jacques Tourneur. Boris Karloff y Bela Lugosi, estrellas de los films de monstruos de los años 30, compartían pantalla en la inquietante El ladrón de cadáveres (Robert Wise, 1945), sobre la venta de cuerpos muertos para experimentos científicos.

Tippi Hedren vivió una pesadilla cuando Hitchcock la 
hizo rodar Los pájaros con aves atadas a su cuerpo
La crisis del género llevó a lo que siempre causan las crisis: falta de creatividad e interminables remakes protagonizados por los británicos Peter Cushing y Christopher Lee, quizá los actores de filmografía más amplia y calidad media más baja de la historia. En este irregular periodo destacaron los excelentes films de Alfred Hitchcock, que convirtió a la ducha en un lugar intranquilo en Psicosis (1960) y volvió a todo grupo de aves sospechoso de conspiración en Los pájaros (1963), y Roman Polanski, que reflejó las alucinaciones de una joven con sentimientos contradictores hacia los hombres en Repulsión (1965) y el terror de una mujer embarazada de un monstruo en La semilla del diablo (1968). La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), Los ojos sin rostro (Georges Franju, 1960), El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960), Suspense (Jack Clayton, 1961), El cabo del terror (J. Lee Thompson, 1962) y La hora del lobo (Ingmar Bergman, 1967) son algunos títulos sueltos de interés. A falta de auténtico terror por parte de la historia, a menudo se obtiene éste gracias a la música y los efectos sonoros, capaces de salvar casi cualquier escena.

Bienvenidos a Zombieland ironiza con cada plano
Fue entonces cuando llegó la cumbre del género, si no en calidad, sí en éxito y difusión. Los zombis alcanzaron la fama con La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), que, con un estilo muy barato (hoy bastante anticuado), exponía los principales conflictos de la época: peleas callejeras, racismo y crisis familiar y revolucionaba el género al constatar que el final feliz no era necesario. Sin embargo, poco a poco los “no muertos” se han vuelto más propios de parodia que de auténtico terror, como demuestran las divertidas Terroríficamente muertos (Sam Raimi, 1987) y Bienvenidos a Zombieland (Ruben Fleishcer, 2009). Parece que los muertos tendrán que buscar alternativas a extender los brazos y poner cara atontada si quieren seguir sembrando el pánico.

Más terroríficos resultan los niños poseídos. La idea de una criatura inocente convertida en un monstruo es muy impactante, como demuestran la impresionante El exorcista (William Friedkin, 1973), cuya niña, no solo era poseída por el diablo, sino que necesitaba un buen lavado de boca, y la poco sutil La profecía (Richard Donner, 1976), en la que una madre pierde a su hijo al dar a luz y recibe en su lugar al hijo del infierno. Ambas obtienen un inquietante aura satánico al tocar delicados temas religiosos. En la irregular La noche de Halloween (John Carpenter, 1978) un niño de seis años asesina a su familia y se convierte en un peligroso psicópata que años después regresará para aterrorizar a un grupo de jóvenes a cada cual más estúpido (primeriza Jamie Lee Curtis incluida).

Pesadilla en Elm Street lleva al límite la confusión
entre los sueños y la realidad con maestría
De hecho, puesto que los jóvenes son los mayores seguidores del género, éste se ha orientado hacia ellos y la mayoría de los films de éxito tratan de un grupo de adolescentes salidos que van cayendo poco a poco ante un enemigo aterrador hasta que solo los más virginales sobreviven (sí, auténtico discurso conservador incluido). La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) con su sierra eléctrica y Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) con su campamento de muerte son algunos ejemplos, pero fue Scream (Wes Craven, 1996) la que, llena de guiños al género y con una aguda mezcla de comedia y terror arrasó en taquilla. Lo cierto es que es una película entretenida, pero es irónico que un guión destinado a criticar los tópicos de los films anteriores caiga tanto en ellos. Mucho más imaginativa fue Pesadilla en Elm Street (1984), en la que Wes Craven juega con la mezcla de ficción y realidad adentrándose en el tenebroso mundo de los sueños, en los que acecha el terrible Freddy Krueger con cuchillas por manos. Parodiando todas ellas nació la absurda pero exitosa Scary Movie (Keenen Ivory Wayans, 2000).

La novia cadáver contrapone un triste mundo de los
vivos con un alegre mundo de los muertos
Fue este último film el debut del gran Johnny Depp, al que Tim Burton ha adentrado en el género del terror en numerosas ocasiones, aunque sin olvidar nunca la clave de comedia que les caracteriza. La lírica Sleepy Hollow (1999) narra la historia de un jinete sin cabeza, mientras que la tierna La novia cadáver (2005) y la sangrienta Sweeney Todd (2007) enlazaron terror y musical como sólo la brillante The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975) había conseguido con anterioridad. Nada como un musical terrorífico para celebrar Halloween. A fin de cuentas, ¿quién quiere pasar verdadero miedo en una fiesta?

Pero quien no quiera andarse con tonterías debería ir hasta el final y optar por un film con estilo documental en el que nunca quede claro qué es real y qué no. “En octubre de 1994, tres estudiantes desaparecieron en el bosque de Burkittsville mientras rodaban un documental… un año después, su grabación fue encontrada”; así se promocionó El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), que hizo creer a todos que el film era real gracias a su verídico estilo y una campaña publicitaria sin precedentes. Su lento ritmo la convirtió en uno de los films más odiados de la historia, pero para entonces éste ya se había convertido también en uno de los más rentables. (La más rentable sería la ingeniosa Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), que obtuvo más de 100 millones de dólares a partir de un vídeo casero de 11.000 dólares.) Sin mentiras de por medio y mayor calidad surgió la escalofriante cinta española [·Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), grabación ficticia de unos reporteros que quedan atrapados en un edificio repleto de zombis y vecinos enloquecidos.

The Rocky Horror Picture Show cuenta con una
estética camp y números musicales inolvidables
De hecho, España se ha convertido en una gran productora de films de terror de calidad con un toque diferente al americano, cuyos tópicos son dejados de lado para realizar películas más arriesgadas. Álex de la Iglesia destacó con la claustrofóbica La comunidad (2000) en la que una impagable Carmen Maura trata de sacar 300 millones del edificio en que los ha encontrado ante las perturbadas miradas de los vecinos, llevando al límite los habituales conflictos de escalera. Alejandro Amenábar sorprendió al mundo con la maravillosa Los otros (2001), sobre una mansión en la que las cortinas deben estar siempre cerradas y nunca se ha de abrir una puerta sin cerrar la anterior. Juan Antonio Bayona, por su parte, triunfó con la tensa El orfanato (2007), donde una mujer trata de abrir un centro para niños discapacitados en una casa amenazadora que arrastra a su hijo a un mundo sobrenatural.

Nicole Kidman se ofreció para protagonizar Los otros
por su admiración por Amenábar tras Abre los ojos
El exotismo de otros países agudiza el miedo a lo desconocido, pues cada nación tiene un visión distinta y el terror forma parte de ella. Así lo han demostrado China con su Una historia china de fantasmas (Ching Siu-tung, 1987), donde un inspectaor se enamora de una fantasma, Inglaterra con 28 días después (Boyle, 2002), que convierte al mundo en un cementerio debido a una horrible epidemia; Corea del Sur con The host (Bong Joon-ho, 2006), una crítica del sistema a través de la aparición de un monstruo surgido de la contaminación; Suecia con Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008), una bella historia de vampiros y marginación social; y, por supuesto, Japón con The Ring (Hideo Nakata, 1998) sobre unos videos cuyo visionado produce la muerte. Estos dos últimos serían innecesariamente versionados por EE.UU. con gran –e inmerecido– éxito.

El problema del género de terror es que basta una base intrigante y buenos efectos para asegurarse un buen puñado de espectadores, lo que ha supuesto una preocupante escasez de calidad y un inigualable número de secuelas mediocres (la mayoría de los films mencionados tienen, como poco, una). Son esos escasos films diferentes los que más atención han recibido de la crítica y, sin duda, los que pasarán a la historia. A menudo la estrategia consiste en crear un mundo agradable y atractivo para que su inmersión en el terror sea más impactante. En Carrie (Brian De Palma, 1976) una chica con poderes telequinésicos sufre un ataque de histeria ante su primera menstruación, en El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) un escritor cae en la locura y trata de asesinar a su familia, en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) una familia se enfrenta a una casa embrujada, en Misery (Rob Reiner, 1990) una mujer secuestra a su autor preferido, y en la increíble El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) la línea entre la vida y la muerte es más estrecha que nunca. Y luego está Steven Spielberg con sus impresionantes Tiburón (1975) y Parque Jurásico (1993), con las tramas más conocidas de la historia.

Los fríos ambientes de Déjame entrar aumentan la sensación de
aislamiento del protagonista; además la sangre destaca sobre la nieve
El terror es un género tan apreciado por las masas que a menudo cae en la simplicidad. ¿Quién no ha terminado riendo con lo que debía ser aterrador por culpa de un guión mal definido o un personaje poco creíble? Son muchas las películas que consiguen aterrar mediante un monstruo gigante o un asesino sanguinario, pero, en una sociedad tan mediatizada como ésta, ya poco sorprende. Tan sólo el terror psicológico logra atravesar esa barrera y atacar a lo más profundo de nuestra alma. En Saw (James Wan, 2004) dos hombres despiertan encadenadas con dos sierras de mano e instrucciones de que el primero mate al segundo antes de ocho horas o ambos lo harán. Eso sí es una experiencia terrible por la que yo, por ahora, no estoy dispuesto a pasar. Ni siquiera desde mi butaca.


© El copyright del texto pertenece exclusivamente a Juan Roures
© El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o productoras/distribuidoras


4 comentarios:

  1. ¡¡¡Toma!!! Esta vez he visto casi todos los films que citas... debe ser verdad que el terror es un género que se consume mucho, jajaja
    A mi me encanta, sobre todo, los zombies. Alguna vez haré una película de serie B donde ellos sean mis protagonistas...
    Por cierto, todo esto es lo que estoy estudiando en clase así que me vino genial! Gracias e increible trabajo el que haces...

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  2. Los pájaros! Gran película. Aunque Jurassic Park, venga ya! eso no podría estar catalogado como terror! Yo también pienso que España está cogiendo potencial con el cine de terror.

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  3. Me ha gustado mucho tu articulo, si alguien quiere saber más sobre películas de miedo os dejo este enlace: http://x11.pw/hq5

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